De tanto en tanto, una película llega por azar, sin el envoltorio de ninguna cara o voz conocida, para convertirse en una especie de milagro. Películas que llegan por el boca-oreja, después de haberlas escuchado o leído a alguien cuya opinión tienes en cuenta. Algo así puede decirse de La estrella azul (Javier Macipe, 2023). En mi caso, nunca he sido un gran apasionado de la música que aparece en el película, y de hecho no me di cuenta de que se trataba de un biopic hasta bien entrada la película. Reconozco que no tenía ni idea de quién era ese Mauricio Aznar Müller que aparece en la película. Pero sí me he visto reflejado, por obra y gracia de la nostalgia, en esos ambientes de bares, de ciudad de provincias, de un país que necesariamente no pasa por Madrid o Barcelona, en los noventa, un tiempo que fue el de mi niñez y adolescencia. La película captura muy bien toda esa época, sin caer, como hacen habitualmente otras reconstrucciones de décadas pasadas, en el guardarropía y en la exhibición de lo más exagerado del periodo.
La estrella azul se adentra en los laberintos y complejidades de la mente humana, como también hacía After sun, con un tono también liviano, sin aparente gravedad, dominado además por una radiante parte central, ambientada en la Argentina desconocida, la Argentina interior. Es difícil escapar al embrujo de todo ese territorio, aunque nuestra mirada esté un poco contaminada por el afán de exotismo. Horizontes interminables, ríos que discurren mansos, espacios silenciosos donde componer canciones con ayuda de la naturaleza y también una forma de entender la vida más relajada, a la espera de que las cosas lleguen a nosotros, no persiguiéndolas con ansia. También una forma de entender la música, la poesía y la danza como una unidad inseparable de la vida, como forma ancestral de disfrute y reflejo de la vida. Más que lo exótico de un mundo desconocido, me interesa lo que muestra la película en relación a seguir un camino propio en busca de las fuentes de un conocimiento, o también el recorrido que supone el aprendizaje de otra cultura.
Pero más allá de esos lazos trazados con Sudamérica, lo que hace realmente importante esta película, el elemento que ha puesto a esta película de entrada del lado de las películas que cuentan para mí, son esos hallazgos de la puesta en escena que rompen, de forma casi constante, con eso que llaman la cuarta pared, y abocan al espectador a tomar consciencia ante la ficción. Son momentos interesantes todos ellos, algunos mejores que otros, pero algunos de ellos realmente logrados y que consiguen un objetivo añadido: emocionar y conmover, haciendo al mismo partícipe al espectador de los mecanismos de la ficción y también de las relaciones existentes entre ficción y realidad.
En ese sentido, la película juega de tanto en tanto con la idea de que un intérprete, ya sea un músico o un actor, es una especie de médium, cuyo cuerpo es transitado por voces ajenas. Una idea interesante con la que jugar, aunque sea difícil de creer.