Antes de que Old Trafford pasase a ser “el teatro de los sueños”, la barraca de los hermanos Lumière ya lo era. A partir de entonces, cada pueblo y cada barrio tuvieron el suyo: ese espacio mágico, oscuro y comunitario en el que enamorarse, pasar miedo, divertirse, recapacitar o simplemente pasar el rato en la contemplación de las sombras. ¿Quién no recuerda los cines de verano, con su bocata o merendola? Algunos, entre los que me incluyo, consideran la sala de cine una especie de templo al que entrar con reverencia. Otros, en cambio, prefieren añadir al placer que supone ver una película la delectación de masticar y sorber. Hay quien prefiere comentar en voz alta lo que piensa, ya sea bueno o malo, y hay quien manda callar. Los hay que se besan o se meten mano, los hay que roncan o a los que les suena el móvil. Hay niños hiperactivos y ancianos somnolientos. Los hay que van en pareja, los que van en grupo y los que van solos. Aunque de todos ellos cada vez hay menos.
Las salas de cine se vacían. La subida del IVA cultural está siendo la puntilla a un proceso de declive iniciado años antes. Estos templos de la modernidad, como tantos otros, cierran sus puertas, aunque quizá se vacíen mucho antes los cines que las iglesias, quién sabe. Quizá sea un tópico hablar de la muerte del cine, como lo era en otro tiempo hablar de la muerte de la literatura o la muerte de la historia; el audiovisual está demasiado vivo como para poder hablar de muertes en el horizonte más inmediato, lo que no quita que el modelo de salas de cine, de espacios comunitarios en los que disfrutar de imágenes y sonidos, esté desgraciadamente en declive. Quizá el cine es una actividad demasiado pasiva para un nuevo mundo que exige constantemente más interactuación, y por otro lado, la crisis pesa mucho en los bolsillos. Es una pena enorme que las distribuidoras se piensen dos o tres veces exhibir películas de festivales en España. Es una pena que yo tenga que pensarme dos o tres veces si ir al cine o no. En mi ciudad son muchas las salas de cine que han cerrado (ABC Martí, Albatros, Cine Serrano, Flumen, Tyris, Aragón…), y otras que resisten con valentía (Babel, Cinestudio d’or), pero a pesar de ello, el cine es como el monstruo de Frankenstein, una criatura medio muerta que está muy viva, y si ha sobrevivido a la televisión, al home-video, a las series de la HBO, ¿por qué no iba a sobrevivir a la crisis?
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Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988) |
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El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973) |
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Holly Motors (Leos Carax, 2012) |
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El hombre de la cámara (Dziga Vertov, 1929) |
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Pierrot, el loco (Jean-Luc Godard, 1965) |
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Roma (Federico Fellini, 1972) |
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Soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003) |
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Taxi driver (Martin Scorsese, 1976) |
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Amarcord (Federio Fellini, 1973) |
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Sogni d'oro (Nanni Moretti, 1981) |
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Angustia (Bigas Luna, 1986)
El último emperador (Bernardo Bertolucci, 1987) |
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El quimérico inquilino (Roman Polanski, 1976)
Caro diario (Nanni Moretti, 1994)
En la casa (François Ozon, 2012) | |
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Verano del 85 (François Ozon, 2020)
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Fundido en negro (Vernon Zimmerman, 1980)
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Fue la mano de dios (Paolo Sorrentino, 2021)
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Once upon a time in Hollywood (Quentin Tarantino, 2019)
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Cerrar los ojos (Víctor Erice, 2023) |
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