miércoles, 15 de febrero de 2017

TRENES

El cine empezó con un tren, o al menos eso decía hasta hace poco la historia. Un tren entrando en una estación, que atemorizó a los espectadores que lo tomaron por verdadero, según cuenta la leyenda. Se non è vero è ben trovato, pues pocos placeres se acercan más a la pasividad de la experiencia del cine que la contemplación de un paisaje cambiante a través de la ventanilla de un tren, acompañado de las miradas silenciosas de otros pasajeros. La ventanilla del tren es la mejor pantalla, un pase de diapositivas infinito. Ante nuestros ojos se abre el mundo como representación, al igual que en su día la pintura pasó a ser una ventana abierta o un muro perforado, como dijeron Alberti o Vasari. Ciudades, vías, fábricas, árboles y montañas, campos, valles y ríos, señales y postes de luz; todo un mundo puede observarse desde la impermeable seguridad que da estar al otro lado del cristal, al igual que el cine, ofreciéndonos su más particular trampa, nos invita a contemplar la vida desde la distancia.

La estación de Saint-Lazare, Edouard Manet, 1872 - 1873

A todo ello el tren añade el riesgo de la aventura, del viaje. El tren como hilo de Ariadna que conecta dos puntos aparentemente distantes, uniendo tanto capitales europeas de prestigio reconocido como humildes poblachos entre valles. El tren como espacio para entablar conversaciones con desconocidos, entendido como punto cero en el que toda relación es posible, ya sea voluble y anodina, con la caducidad marcada por el tiempo del trayecto, o intensa y perdurable, que se extiende más allá de los límites del vehículo. Es decir, el tren entendido como espacio idóneo para el misterio, las dobles intenciones, los robos, los escarceos.

No tardó mucho el tren en aparecer en la obra de los pintores, que quedaron inicialmente fascinados por su velocidad. Acostumbrados al paso humano o al trote y galope del caballo, los contemporáneos de la irrupción del tren debieron quedar asombrados por una velocidad nunca antes experimentada, que permitía de forma sorprendente reducir los tiempos de viaje. Así aparece en Lluvia, vapor, velocidad, la pintura rupturista de Turner, en la que la velocidad desmaterializa y disloca la realidad física, mediante los contornos difuminados y las líneas diagonales. El vapor de la locomotora se funde con el cielo de un día de nubes y claros.


Lluvia, vapor, velocidad, William Turner, 1844

Manet y Monet quedaron fascinados por las estaciones, ese nuevo espacio que surge en las ciudades más desarrolladas para albergar la entrada de esas fieras de acero, con sus bufidos y vapores. La estación de Saint-Lazare del impresionista Monet es más naif, menos lograda si se quiere, en comparación con la modernidad del mismo tema en los pinceles de Edouard Manet. En esta obra Manet muestra más fascinación por las personas que por la máquina en sí, que queda envuelta en una nube de vapor que oculta su visión. La maestría de la pintura destaca en el carácter "espontáneo" de la escena: la niña se aferra a los barrotes, fascinada por un presumible espectáculo de ruidos y vapores, mientras la mujer, claramente ajena a la entrada del tren, alza la vista de su libro y nos observa, haciendo de la presencia del espectador en ese espacio de la estación algo físico y real. 

En cuanto al tren en el cine, este ha sido un lugar muy interesante para el misterio, para las escenas de acción. En North by northwest de Hitchcock, el personaje interpretado por Cary Grant juega al gato y al ratón al no llevar billete, ocultándose finalmente en el coche-cama de Eva Marie-Saint. El tren se convierte así en un espacio para el suspense, la persecución elegante y el escarceo amoroso, con un encuentro aparentemente casual en el coche-restaurante y un prolongado beso, con noche elidida, en el coche-cama. Hitchcock parece tan fascinado por la capacidad sugestiva del tren, de sus diferentes espacios y situaciones, que lo retomará al final de la cinta, en una escena irónica y con dobles sentidos bastante evidentes. De hecho, el tren ya había sido el espacio central de una película de su etapa británica, Alarma en el expreso. 

Otro cineasta que nos ha regalado inigualables escenas de tren es Jean-Pierre Melville, especialmente de trenes nocturnos. En ellos, policías y matones atraviesan Francia mientras en las aldeas y pueblos rurales se duerme plácidamente. La fantástica escena inicial de El círculo rojo se recrea en todos los detalles de un coche-cama. También en Un flic se trama un oscuro complot aprovechando la nocturnidad, el coche cama y el cuarto de baño, en una escena en la que el suspense creado hace pasar por alto los burdos "efectos especiales". Una situación semejante también tendrá lugar en El amigo americano de Wim Wenders, en una de las mejores escenas de la película y de todo el cine del director alemán.

También Wes Anderson logra en The Darjeeling Limited ambientar casi íntegramente una película en un tren. El cine del director tejano está dominado por cierto fetichismo nostálgico y por una puesta en escena milimétrica que aplana a los personajes, convirtiéndolos en parte del decorado. De esta forma no extraña nada que el tren en el que se desarrolla la historia sea una caja de muñecas, una más en su cine, en la que cada detalle ha sido pensado, de forma que cada plano y cada movimiento de cámara contribuyen a crear la sensación de artificiosidad deseada. Algo parecido sucede en el cine de Roy Andersson. El cineasta sueco también se encuentra a gusto reproduciendo la realidad de forma artificial, a fin de acoplarla a su visión del mundo pesimista, dominada por el humor negro. En la comedia de la vida crea, en cambio, una escena que puede considerarse el culmen de la felicidad: una casa de unos recién casados que se desplaza por los raíles de un tren. Es, por supuesto, la fantasía de uno de los personajes, algo que nunca tendrá lugar.

En cuanto a las estaciones, siempre son estas territorio para los encuentros y las despedidas. Así sucede, por ejemplo, en Los paraguas de Cherburgo, con una de las despedidas más intensas de la historia del cine. Aunque será en el cine de Fellini en el que la estación tenga un sentido distinto. Su cine está plagado de trenes y estaciones, pues cumplen un papel en su biografía personal: la huida del Rimini natal y la llegada a la Roma en la que se desarrollará el resto de su vida. Ya en una película temprana como Los inútiles la estación y el tren tenían ese sentido biográfico, aunque con un tono todavía demasiado moralizante: Moraldo, el único personaje noble de la película, decide marcharse con un ligero remordimiento de una ciudad que considera que se le ha quedado demasiado estrecha. A continuación, Fellini nos regala una de sus primeras escenas irrepetibles: la cámara se desplaza por las habitaciones de sus amigos, los que se quedan, en una serie de travellings cortos como si lo hiciera sobre los raíles de un tren. El tren volverá a aparecer en Roma, en las escenas de la infancia como la promesa de un futuro, y después en la llegada a Roma Termini en la juventud. La estación romana sirve a Fellini para hacer uno de tantos despliegues de imágenes y personajes que vienen y van que se darán en la película: tullidos y bersaglieri, anunciantes de hostales, una joven a la espera de un amante que no llega, etc. El tema del tren volverá a aparecer en su etapa tardía, en La ciudad de las mujeres y también en Ginger y Fred. 

Así pues estas son algunas de las escenas desarrolladas en los trenes. Hay más, por supuesto:  la visión de un ciervo por la ventanilla del tren en Julieta de Almodóvar, las largas conversaciones de los enamorados de Richard Linklater, la confesión de Singularidades de una chica rubia de Oliveira... La magia y fascinación del viaje en tren, que también aparece como tema en la música, ya sea de Battiato, Bowie o Kraftwerk. Aunque quizá sea más útil volver al principio, a las locomotoras de Ruttmann y Vertov, a la de los hermanos Lumière, con la que todo empezó. Mientras tanto el mundo sigue fuera, desarrollándose, atravesado por infinidad de raíles. 

La llegada del tren, Hermanos Lumière, 1895
Berlín, sinfonía de una gran ciudad (Walter Ruttmann, 1927)

El hombre de la cámara (Dziga Vertov, 1929)

Shoah (Claude Lanzmann,1985)
Stalker (Andrei Tarkovski, 1979)
Trenes rigurosamente vigilados (Jiri Menzel, 1966)


Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995)

Carta de una desconocida (Max Ophüls, 1948)
Carlito's way (Brian De Palma, 1993)
El círculo rojo (Jean-Pierre Melville, 1970)
The Darjeeling Limited (Wes Anderson, 2007)
Du Levande (Roy Andersson, 2007)
El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962)
Mystery train (Jim Jarmusch, 1989) 
Singularidades de una chica rubia (Manoel de Oliveira, 2009)

El Padrino II (Francis Ford Coppola, 1974)


La aventura (Michelangelo Antonioni, 1960)

El viento se levanta (Hayao Miyazaki, 2013)

Un flic (Jean-Pierre Melville, 1972)

1945 (Ferenc Török, 2017)



I Vitelloni (Federico Fellini, 1953)
Primavera tardía (Yasujiro Ozu, 1949)

Julieta (Pedro Almodóvar, 2016)

Cuentos de Tokyo (Yasujiro Ozu, 1953)


Clouds of Sils Maria (Olivier Assayas, 2015)

El mar (Agustí Villaronga, 2000)

El amigo americano (Wim Wenders, 1976)



La doble vida de Verónica (Krzysztof Kieslowski, 1990)
El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973)

North by northwest (Alfred Hitchcock, 1959)

Eternal sunshine of the spotless mind (Michel Gondry, 2004)




North by northwest (Alfred Hitchcock, 1959)
El conformista (Bernardo Bertolucci, 1970)
C'era una volta il West (Sergio Leone, 1968)
El tren (John Frankheimer, 1964)
Los paraguas de Cherburgo (Jacques Demy, 1964)
El tren del infierno (Andrei Konchalovskiy, 1985)

Star guitar videoclip (Michel Gondry, 2002)


El maquinista de la General (Buster Keaton, 1926)

La sombra de una duda (Alfred Hitchcock, 1943)

Fue la mano de dios (Paolo Sorrentino, 2021)

Heat (Michael Mann, 1995)

Recuerdos del ayer (Isao Takahata, 1991)

Ocho y medio (Federico Fellini, 1963)

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