miércoles, 5 de abril de 2017

GATOS

Sigilosos, taimados, no siempre cariñosos pero la mayor parte de las veces independientes, así son los gatos. Animales con un particular orgullo y sentido de la propia supervivencia que les hace parecer bastante displicentes, a la par que convincentes para llevarse a los humanos a su terreno. Animales cuyos movimientos, pausados, rítmicos, casi a cámara lenta, los convierten en uno de los mayores ejemplos de belleza de la realidad y de la naturaleza, a causa de lo cual muchos humanos acaban convertidos en esclavos de sus requerimientos, en robots a su servicio. 

En la pintura los gatos aparecen con frecuencia, en especial desde la modernidad, como premoniciones de lo nocturno y lo maléfico. Goya los incluye entre lechuzas y murciélagos en su conocida estampa El sueño de la razón produce monstruos, como atributos de lo nocturno, la sinrazón y la superchería. Un poco antes ya aparecían a los pies del cándido niño aristócrata Manuel Osorio, con los pupilas dilatadas por la voracidad, acechando a un inocente pajarillo que el niño sujeta de un cordel. Y su Riña de gatos no es más que un preludio animalesco y más naif de su Duelo a Garrotazos.

Esos mismos gatos que provienen del mundo de las brujas goyescas se convierten en atributos del mal en la literatura de Poe. El mundo del escritor norteamericano está plagado de gatos negros a los que hay que matar mil veces a fin de que lo dejen a uno en paz. Esos gatos no son más que prolongaciones externas de los desequilibrios psíquicos, que se presentan con persistencia. Como una corriente subterránea, esos mismos gatos reaparecerán en los poemas de Baudelaire, en este caso contaminados por la misoginia del poeta y del periodo. El gato ya no solo es, con su pelaje negro resplandeciente, un portador de males insospechados, sino también un atributo de la mujer. Así aparece a los pies de la orgullosa prostituta de Manet, con el vello erizado, allí donde en la Venus de Tiziano, modelo que imita claramente Manet, aparecía un perrito, siempre asociado a la fidelidad. Sobre el gato se volcarán todas las fobias misóginas del fin-de-siècle, que asocian el gato en cuanto nocturno y esquivo a la mujer también nocturna, portadora de males venéreos.

Riña de gatos (Francisco de Goya, 1796)

Gato cazando un pájaro (Pablo Picasso, 1939)

Retrato de Don Manuel Osorio Manrique de Zúñiga (detalle) (Francisco de Goya, 1787 - 1788)
Gato muerto (Theodore Gericault, 1824)

Gato (Alberto Giacometti, 1951)

Gato y pájaro (Paul Klee, 1928)

Cartel del cabaret "Le Chat Noir" (Steinlein, 1896)

Olympia (detalle) (Edouard Manet, 1863)
Y aunque parezca mentira, en el cine perviven esos clichés, aunque algo más desembarazados de miedos y prejuicios. La particular Madame Bovary de Vale de Abraao de Oliveira, casada con un hombre vulgar al que desprecia y humilla, pero amante de aquel que la hace disfrutar y sufrir, luce en determinados momentos un gato tan hermoso como ella (la gran Leonor Silveira). A la hermana de Ana de El espíritu de la colmena, una niña habituada a jugar con fuego, decir mentirijillas e ir por libre, le gusta divertirse estrangulando a un gato negro. E incluso la Venus de Fellini, personificada en la enorme Anita Ekberg de La Dolce Vita, se convierte en mortal al juguetear de forma infantil y despreocupada con un gatito blanco antes de zambullirse en la Fontana di Trevi, mientras el arquetípico italiano, personificado por Mastroianni, vagabundea por media Roma buscando un vaso de leche para contentar al gato y, en última instancia, llevarse a la cama a la "diosa".  


Valle de Abraham (Manoel de Oliveira, 1994)
El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973)

La dolce vita (Federico Fellini, 1960)

Quizá esta idea del gato como ejemplo de la mujer independiente se ve mejor que en ningún otro sitio en Breakfast at Tiffany's, en la que el gato tiene un especial protagonismo. Es un gato hermoso, no negro ("no maléfico"), que esquiva vasos de tubo, zapatos de tacón y chaquetas en los múltiples saraos que ofrece su dueña en casa, la inefable Audrey Hepburn. Es un gato sin nombre, un gato que amplifica el carácter independiente y camuflado de su ama, pues la película, que responde a todos los clichés del Hollywood de la edad dorada, no cuenta otra cosa más que bajo la apariencia de mujer independiente, no comprometida e incluso descarada, que explota a conciencia su lado frívolo a fin de parecer distante, se oculta una mujer dispuesta a fundar un hogar. Una visión conservadora que la película ratifica en su final edulcorado, con gato mojado incluido. 


Breakfast at Tiffany's (Blake Edwards, 1961)

Sin embargo, ese gato "maléfico", atributo del mal que proviene directamente de los relatos góticos del XIX, perdura en el horror italiano. En la última película decente de Dario Argento, Inferno, una joven atractiva de profunda mirada logra hipnotizar al protagonista tanto como al espectador. Se trata de una bruja, por supuesto, que sostiene entre sus brazos, muy cerca del pecho, un enorme y lustroso gato. 


Inferno (Dario Argento, 1980)


En un orden diferente se presenta el gato Yonsi de Alien. Sygourney Weaver, la protagonista de esta cima del terror de ciencia-ficción, es una mujer bien diferente a la encarnada por Audrey Hepburn, a pesar de que sus gatos sean casi idénticos. Es una mujer aguerrida, inteligente, combativa, que no duda a la hora de marcar el territorio frente a los hombres que se creen en posesión de la verdad por ser simplemente hombres. Alien es la amenaza externa que acaba devorándolos a uno tras otro, sin aparente sentimiento de culpa. Mientras ellos mueren, ella logra escabullirse, logra encontrar artimañas para vencer a la bestia, como si se tratase de un nuevo Perseo o Ulises, en este caso femenino. El gato, indefenso pero también astuto para evitar al monstruo, es el último contacto de ella con la feminidad, con la ternura. Y un signo también de su propia supervivencia. 


Alien (Ridley Scott, 1979)

De esta manera entroncamos con el último tema al que se asocia el gato: al vagabundeo, al viaje. El gato como nuevo Mercurio que asalta en las encrucijadas al viajero. En este sentido, Chris Marker ha sido el gran director de gatos. En casi todas sus películas, no siempre de fácil acceso, aparece un gato como si se tratase de un amuleto de buena suerte. En Sans Soleil, su particular "documental" sobre Japón y África y los contrastes del mundo, Marker se detiene un momento a narrar el respeto reverencial de la cultura japonesa hacia los gatos, mostrando sus tumbas, en las que sus antiguos y apenados amos depositan ofrendas. En Chats perchés mezcla los sucesos políticos de Francia en 2002 (la casi victoria del Frente Nacional en las elecciones) con los grafittis sonrientes de gatos en París. En el cine de Marker el gato aparece como un símbolo del cambio constante, del vagabundeo sin casa, del viaje continuo. También del anonimato, el mismo que intentó crear en torno a su persona. 

Chats perchés (Chris Marker, 2002)

Sans Soleil (Chris Marker, 1982)


Este mismo tema del gato como emblema del vagabundeo y la independencia personal aparece en la algo mediocre Inside Llewyn Davis de los hermanos Coen, en la que el gato amplifica el desvío existencial del cantante fracasado que protagoniza la película, acompañándolo en parte de su periplo hacia la nada. 

Inside Llewyn Davis (Joel & Ethan Coen, 2013)


En definitiva, el gato excede lo que se podría presuponer para un animal de compañía. Ha aludido a lo nocturno, lo maléfico y lo femenino. Ha sido emblema de la mujer ajena al hombre, pero también de aquella que asume su lugar en la sociedad. E igualmente ha ejemplificado el vagar por el mundo sin más meta que la propia supervivencia y la satisfacción de una insaciable curiosidad. 
 
 

Cat people (Jacques Tourneur, 1942)

El mar (Agustí Villaronga, 2000)
 


Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz, 1963)

Trainspotting (Danny Boyle, 1996)

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