No soy demasiado aficionado al tema de la escuela en el cine, pues me toca demasiado de cerca y prefiero no ver en el cine reflejadas las angustias de mi trabajo diario. Por todo ello rehuyo de las "películas sobre la escuela", especialmente de aquellas que se toman el tema demasiado en serio. Dicho esto, la escuela ha sido, como todo lugar social, objeto de la mirada del cine, principalmente por tratarse de un lugar de formación en el que no sólo se aprenden los rudimentos básicos para vivir en sociedad, sino que la propia vida en comunidad se experimenta a diario, en el patio, con todas sus glorias y sinsabores.
Rastreando en la historia del arte, pocos ejemplos se encuentran en los que aparezcan escuelas o al menos actos de enseñanza. Quizá ello se deba al hecho de que la educación durante mucho tiempo fue algo propio de élites. En Grecia encontramos algún kylix con decoración pictórica que trata, a modo de constatación de un hecho, el tema de la enseñanza. De música en concreto. El alumno, de pie frente a los profesores, parece recitar la lección. Durante la Baja Edad Media, con la aparición de las universidades, aparecen también ilustraciones del quehacer diario en las aulas, tratándose en este caso de una educación no relacionada con la infancia. Algo más tarde, en el Renacimiento, con el despertar de la cultura clásica, reaparece no sólo el interés por el conocimiento sino también, de forma tímida, el descubrimiento de éste por parte de los niños y adolescentes. En un rincón de La escuela de Atenas de Rafael, Euclides (en realidad Bramante) enseña geometría a unos asombrados muchachos.
Poco tardará en aparecer la sátira sobre la escuela, uno de los temas más prolíficos de los relacionados con el mundo educativo. El artista no hace más que continuar y amplificar la mirada del niño, que ridiculiza, al mismo tiempo que admira, a sus maestros. Y al mismo tiempo, tomando distancia con respecto a los niños, el artista es capaz de detectar lo salvaje, incivilizado, instintivo, y al mismo tiempo inocente, de su actitud. A veces el artista puede hacerlo con un estilo humorístico de primer nivel, como Peter Brueghel en su grabado El asno en la escuela, en el que el artista flamenco atiza a ambos lados. El maestro es un burro y los alumnos una manada incontrolada de cachorros de actividad desquiciada. En otros casos prevalece la crítica censora frente al humor, la intención de denuncia de una educación estéril, como en Si sabrá más el discípulo de Francisco de Goya.
En el siglo XIX la educación se convierte en una prioridad, no por un deseo filantrópico, sino más bien por la necesidad de controlar a unas masas cada vez más activas en el plano público. La escuela, clerical hasta el momento, se vuelve patriótica y autoritaria. El creciente nacionalismo que destruirá Europa se incuba y se espolea en las aulas, y los voluntarios de 1914 que pensaban ir a una excursión patriótica, con banderolas y pantalones cortos, se dan de bruces contra la sangre, el asesinato y la muerte. No extraña por tanto que la sátira sobre el autoritarismo en las aulas continúe hasta bien entrado el siglo XX.
En el periodo de entreguerras, Jean Vigo ironizará sobre un internado masculino en su ácrata Zero de conduite (1933). Los alumnos preparan la revolución contra sus profesores, como si la escuela fuese un microcosmos de la sociedad. En mitad del fragor entre represión y libertad destaca la figura del profesor joven, convencido a la manera de Rousseau de la buena voluntad de sus alumnos. Éstos le toman el pelo de forma reiterada (aunque al profesor no le siente mal). En una salida extraescolar, el profesor encabeza la fila, canturreando distraído, mientras a sus espaldas los alumnos van escabulléndose en bares y tiendas, hasta que el profesor queda solo al frente.
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Cero en conducta (Jean Vigo, 1933) |
Más tarde, Fellini hará en Amarcord (1973) un genial friso caricaturesco de la educación fascista, extensible a otros periodos y latitudes. En una sintética escena, Fellini hace un repaso no sólo a las vacías lecciones memorísticas y a las particulares fisonomías de los profesores, sino también a las despiadadas trastadas de los alumnos, que rozan en algunos casos lo psicótico. Con una voluntad de extrañamiento similar, los Monty Python incluirán en su aglutinante Meaning of Life (1983) una escena sobre la educación sexual en un internado victoriano, seguida de un apocalíptico partido de rugby entre alumnos y profesores, en el que los profesores no dudan en patear a los alumnos si es necesario. Los Monty Python se inspiran en la caricatura previa de los public schools que ofreció Lindsay Anderson en If... (1968). La disciplina y la tradición se dan la mano con la homesexualidad latente, el abuso de poder y los delirios terroristas, en una película que, como en los casos anteriormente nombrados, utiliza un humor de trazo grueso, pero efectivo, para demoler las jerarquías. Desde un ángulo más naturalista, Truffaut critica a la educación represora en Les 400 coups (1959).
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Amarcord (Federico Fellini, 1973) |
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El sentido de la vida (Terry Jones, 1983) | |
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Si...(Lindsay Anderson, 1969)
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Los 400 golpes (François Truffaut, 1959) |
Pero no sólo la caricatura ha ido dirigida a mostrar las debilidades de una educación represiva. Desde 1968 comienza otra escuela, más consciente del alumno y de sus intereses, que llevada al extremo puede dar lugar a una tiranía de signo contrario, en la que el profesorado debe amoldarse a trancas y barrancas a la voluntad voluble del alumnado. Nanni Moretti lleva en
Bianca (1984) la caricatura al extremo. El instituto Marilyn Monroe aplica una novedosa pedagogía, en la que las clases de historia se dan al ritmo del juke box (se analizan los grandes éxitos de la canción italiana) y en la que los profesores tienen un psicólogo personal. Los alumnos son demasiado listos, tanto que incluso someten al profesor recién llegado a un examen en la pizarra.
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Bianca (Nanni Moretti, 1984) |
Más allá de ofrecer una mirada sobre el "estado de la cuestión", el cine también ha intentado mostrar las variadas relaciones sociales que la escuela propicia. Desde el grupo de amigos, hasta las amarguras del profesor, pasando por las relaciones no siempre limpias entre alumno y profesor.
Der Junge Törless (1966) de Volker Schlöndorff, loable adaptación de
Las tribulaciones del estudiante Törless de Robert Musil, trata las relaciones entre iguales desde una óptica austera y retorcida, muy germana. Si bien se elimina el tema del homoerotismo que aparece en la novela, la película de Schlöndorff es un buen análisis de lo que hoy se llama
bullying. Entre los matones y el alumno acosado se sitúa Törless, abrumado por su voluntad de análisis y sus propias inclinaciones justicieras. Alejado de las alturas filosóficas de Musil se encuentra
Les Beaux Gosses (2009) de Riad Sattouf. Sattouf se centra en un grupo de pardillos, obsesionados con las chicas y el sexo, pero con un miedo terrible a dar el primer paso. Besar a una chica supone la posibilidad de subir de escalafón en la rígida jerarquía del patio, pero en realidad es más complicado de lo que parece. Con gran habilidad para la caricatura, Sattouf muestra el entramado de tópicos y leyes no escritas que levantan fronteras entre chicos y chicas.
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El joven Törless (Volker Schlöndorff, 1966) |
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Les beaux gosses (Riad Sattouf, 2009) |
En otros casos, el cine ha intentado dar respuesta a aquella pregunta que nos solíamos hacer de pequeños: ¿Qué hacen los profesores cuando salen de la escuela? ¿Son personas normales? Ya os digo yo que no lo son. De todas formas, estas preguntas sirven de punto de arranque para llevar la acción a otro terreno. Así sucede en
Der blaue Engel (1930)
de Josef von Sternberg, en la que un severo y solitario profesor acaba enamorado perdidamente de la cabaretera interpretada por Marlene Dietrich. Tal romance, siguiendo los esquemas misóginos de la época, conducirá al profesor a la perdición, con un patético plano final en picado del profesor en el aula vacía. La película reciente
Detachment (Tony Kaye, 2011)
también se centra en la vida solitaria de un profesor sustituto, totalmente alienado, acostumbrado a empalmar trabajos y a pasar de refilón por la vida convulsa de los alumnos. Ambas entran, especialmente esta última, en la categoría de "películas sobre la escuela" que me resultan insoportables (hay muchas otras que no he visto simplemente por prejuicio:
El club de los poetas muertos, La clase, La profesora de historia, etc.).
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El ángel azul (Josef von Sternberg, 1930) |
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Detachment (Tony Kaye, 2011) |
Otro cantar son las relaciones entre alumno y profesor. Como profesor no desearía otra cosa que despertar en mis alumnos esa sed de curiosidad que logra crear el profesor de ciencias de la serie
Stranger things (2016)
en esa cuadrilla de jóvenes outsiders. Una relación así entra dentro de la normalidad, incluso es más, entra dentro de lo deseable, es el objetivo máximo. O el entusiasmo desaforado de los niños de
Amanece que no es poco (1986) cantando el funcionamiento del corazón. De hecho, no hay nada mejor que el hecho de que la escuela enseñe a ver, como demuestra con gran sutileza
El espíritu de la colmena (1973). ¿Pero qué sucede cuando las relaciones entre alumno y profesor son demasiado cercanas? Esa es otra pregunta clave. Está el caso del maestro alcohólico de
Pa negre (2010) de Agustí Villaronga
, interpretado por Eduard Fernàndez: un amargado maestro de pueblo que canta las victorias del franquismo durante la posguerra con algo de escepticismo y resignación, porque adormece sus sentidos con el alcohol y con la compañía de la alocada prima del niño protagonista. En
La prima notte di quiete (1972) Valerio Zurlini utiliza como excusa la escuela (pues sólo aparece en las primera escenas) para plantear un romance entre un asqueado profesor de arte (Alain Delon) y una joven alumna, de vida nocturna ajetreada. También en
La belle personne (2008), de Christophe Honoré, Louis Garrel adopta el rol de "profesor enrollado", que liga, en un ambiente de promiscuidad sexual muy francés, con profesoras y alumnas, saltando de unas a otras. Aunque quizá la película que mejor ha tratado las relaciones entre alumno y profesor sea
Dans la maison (2012) de François Ozon, magnífica adaptación de la obra de teatro
El chico de la última fila de Juan Mayora. La historia tiene los ingredientes necesarios para resultar atractiva: un profesor aburrido que considera que desperdicia su talento en el instituto, un alumno misterioso con un innato don para escribir, y una familia normal, burguesa y mediocre que se convierte en objeto de la irrefrenable sed de
voyeurismo de ambos.
Aunque no sea de gran valor que lo diga, es una de mis películas predilectas.
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Stranger Things, tep. 1 (2016) |
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Amanece que no es poco (José Luis Cuerda, 1986) |
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El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973) |
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Pa negre (Agustí Villaronga, 2010)
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La belle personne (Christophe Honoré, 2008) |
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La prima notte di quiete (Valerio Zurlini, 1972) |
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En la casa (François Ozon, 2012) |
Por último, unas palabras sobre el espacio, sobre la escuela o instituto como entidad física y arquitectónica. Más allá de los pasillos con taquillas y el gimnasio con su pista de baloncesto de las películas norteamericanas, si por algo se caracterizan estos espacios es por sus altos muros, sus aulas anónimas, los espacios poco imaginativos, la rígida formalidad del mobiliario. Pero si he de quedarme con una escuela, de todas las que he visto en el cine me quedo con el
liceo classico de
Diavolo in corpo (1986)
de Marco Bellocchio. Un aula en el último piso, con amplios ventanales, que da a un patio interior en cuyas plantas inferiores hay un manicomio. Saltando por la ventana, accediendo al tejado de la casa contigua, el joven protagonista podrá acceder al balcón de una joven vecina, de mirada misteriosa y atractivo físico. Más allá de otras escenas más que prescindibles, la película es valiosa por convertir la arquitectura en terreno de la aventura amorosa, y por dotar a los momentos de la
maturità (nuestra selectividad) de un aire poético nunca antes ni después alcanzado.
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Diablo en el cuerpo (Marco Bellocchio, 1986) |
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Otra ronda (Thomas Vinterberg, 2020)
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Les grans esprits (Olivier Ayache-Vidal, 2017)
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Puedo escuchar el mar (Tomomi Mochizuki, 1993) |
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¿Dónde está la casa de mi amigo? (Abbas Kiarostami, 1987)
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Child's play (Sidney Lumet, 1972)
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Un tipo serio (Joel & Ethan Coen, 2009)
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Buenos días (Yasujiro Ozu, 1959)
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Akira (Katsuhiro Otomo, 1988) |
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Tokyo Sonata (Kiyoshi Kurosawa, 2008) |
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Monstruo (Hirokazu Koreeda, 2023) |
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Kes (Ken Loach, 1970) |
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Ser y tener (Nicolas Philibert, 2002) |
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School of rock (Richard Linklater, 2003) |
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To sir, with love (James Clavell, 1967)
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