Nada
hay más subjetivo que las emociones, aunque suene a perogrullada.
Según el bagaje que cada uno arrastra, es más fácil emocionarse
con unas cosas que con otras. En cierta manera, nuestras biografías
escogen con qué llorar. Por eso hoy quiero plantear un breve elenco
de películas que me han emocionado mucho, incluso hasta llegar a la
lágrima tonta e incontrolable. Se trata de películas con las que
guardar una cierta distancia, al igual que sucede con algunos venenos
o algunos cuentos crueles, pues dejan al desnudo con escandalosa
facilidad la propias flaquezas. Y cada uno tiene las suyas: de
flaquezas y de películas.
Pero
antes de empezar, cabe señalar que no deben considerarse “las
lágrimas” como las únicas respuestas del espectador capaces de
establecer un criterio de calidad artística. Una buena película, al
igual que un buen libro, debe suscitar un amplio abanico de
reacciones, entre las que las lágrimas son solo unas de las
posibles. También la carcajada o la sonrisa, la complicidad, la
fruición estética, la tensión, el dilema moral o incluso el placer
intelectual, son respuestas válidas y claramente satisfactorias. Sin embargo, mi deformación profesional siempre me empuja a situar el goce estético en primer lugar.
El
despliegue de imágenes, sonidos y músicas que una película puede
ofrecer con la intención de emocionar puede ser apabullante, sin
lograr subyugarnos, y en otros casos, simplemente un gesto o una
recreación del mundo, asociada a una música o a un silencio, puede
conseguir con facilidad su objetivo. O al revés. Una veces, la
exposición simple y llana de un tema, sin artilugios de ningún
tipo, puede llegar con más facilidad a herir la fibra sensible que
todo un aparataje artístico creado para tal fin. O al revés. Y en
otros casos puede ser simplemente una cierta forma de mirar y ofrecer
el mundo ante los ojos la que cree una emoción profunda, ya sea con tema
“emocionante” o sin él. Por todo ello, por lo difícil que es
crear un criterio único para decidir el grado de capacidad de
suscitar emoción de una película, siento un profundo respeto por
todas aquellas películas que la gente confiesa que les han
emocionado, aunque conmigo no lo hayan conseguido. Porque, a fin de
cuentas, más allá de vanguardismos y visiones evolutivas del
arte, esas películas han cumplido su objetivo comunicativo.
Ahora
ya sí, la lista de diez títulos. No me detendré mucho en las
explicaciones de cada caso, ya que considero que, al tratarse de
criterios meramente subjetivos, difícilmente podrán mis emociones
transplantarse a otro cuerpo. También hay que decir que quizá no
sean estas “mis mejores películas” y que esta lista puede ser
alterada por otra completamente diferente en cualquier momento: es la
tontería que encierran todas las listas; que son, en su mayor
medida, intercambiables. Me limitaré a indicar la escena o el momento concreto "emocionante" (para mí).
Los
paraguas de Cherburgo (Jacques Demy, 1964)
La
despedida en la estación, más allá de la orquestación ampulosa y
el tono relamido.
Andrei
Rublev (Andrei Tarkovsky, 1966)
El
llanto del joven fundidor de campanas.
El
color de la granada (Sergei Paradzhanov, 1968)
El
paso de la infancia a la juventud como un tierno abrazo entre el
poeta-niño y el poeta-joven, con el instrumento de cuerda del poeta.
El poeta y su amante son idénticos.
El
hombre elefante (David Lynch, 1980)
Una
noche en el teatro como momento álgido de una vida que no será ya
superado.
Shoah (Claude Lanzmann, 1984)
La
historia del peluquero de Tel-Aviv.
En
la ciudad de Sylvia (José Luis Guerín, 2007)
El
dibujante encuentra por fin a su modelo en la cafetería, con el acompañamiento sonoro del viento entre las hojas y de música de violines.
La
comedia de la vida (Roy Andersson, 2007)
La
joven imagina su boda con su “crush” del mundo del rock.
Érase
una vez en Anatolia (Nuri Bilge Ceylan, 2011)
Después
de una noche de vagabundeos buscando un cadáver, la verdad se descubre a la
luz del día.
El
hijo de Saúl (Laszlo Nemes, 2015)
El
milagro de la primera escena.
Llámame
por tu nombre (Luca Guadagnino, 2017)
El
elenco de paradas cantando por la megafonía en la estación.