Para Andrés y Jorge.
Abro de nuevo un paréntesis en este blog sobre pinturas y fotogramas para proponer una "entrada a la carta", que si bien nadie me ha pedido de forma expresa, sí considero necesario desarrollar, pues no será más que la trasposición por escrito de algunas "teorías" sobre el arte que hemos estado discutiendo últimamanente, acompañados de una cerveza, y alguna vez de más de una.
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Una de las grandes obsesiones de los estudiosos del arte ha sido siempre encontrar la clasificación perfecta de las diferentes disciplinas artísticas. Las ha habido de todo tipo: desde aquella de las tres Bellas Artes canónicas hasta la que incluía un séptimo arte, el cine, como el "no va más". En todas ellas habita la necesidad de acotar el terreno que ocupa el arte, discernir lo que es arte de lo que no lo es. Cada disciplina tiene sus propias estrategias, sus propias técnicas: lo que, de ponernos un poco exquisitos, llamaríamos "sus propios lenguajes". Entonces, ¿qué es lo que nos permite hablar de la existencia de un nexo común para disciplinas tan dispares como la danza o la pintura, la arquitectura o la fotografía? ¿Qué reside en la trastienda de cada una de estas disciplinas artísticas para poder hablar de arte? En definitiva, ¿qué demonios es el arte? Sin darme cuenta he acabado resbalando hasta el terreno pantanoso en el que se hunden todos los estudiosos del arte y del que difícilmente se puede salir: la definición de arte. Tranquilos, será sólo un chapuzón. Me gustaba especialmente la definición de Luigi Pareyson, que decía, si no recuerdo mal, que el arte es una actividad humana productiva, que partiendo de unos materiales los modifica y manipula para crear un objeto nuevo e inútil, o al menos sin más utilidad que la de crear una respuesta estética en un observador. Una definición muy bonita. Pero, ¿qué hay de la música? Es inmaterial, no produce ningún objeto, y podemos considerarla un arte. ¿Qué hay de la arquitectura? Sí que tiene utilidad. La propuesta de Pareyson parecía hecha con la mente puesta en las artes plásticas, incluso diría que en cierto tipo de artes plásticas. Por ello, para dejarlo en un término medio sin salir demasiado escaldados del intento, podríamos decir que el arte es una actividad humana (no la hacen animales ni marcianos), que supone un trabajo (todas las disciplinas lo exigen) cuyo resultado, material o intangible, reproducible o no, conceptual o visual, crea una respuesta estética en un espectador, lector u oyente. Ya lo sé, es una definición amplia, ambigua, rajoyana si se quiere, que intenta contentar a todos y a nadie en concreto, pero quizá sea la mejor forma de definir un concepto tan inestable y volátil como el del arte.
Superado este primer escollo, retomemos la clasificación de las artes, que era el auténtico objeto de esta entrada antes de que me fuese por las ramas. La clasificación que propongo bien podría interpretarse como una ocurrencia, una idea curiosa que pretendo estirar hasta donde pueda: una clasificación de las artes con el tiempo como criterio diferenciador. Seguramente no sea original, quizá incluso la haya leído en algún sitio que no recuerdo y ahora la intente hacer pasar por mía, no lo sé. Pido perdón de antemano si estoy copiando a alguien u ofendo con la simplicidad de la propuesta a alguno (en estos tiempos que corren siempre hay que andar con el paraguas abierto, por si acaso). Entremos pues en materia.
Existen artes que incluyen el tiempo y otras en las que el tiempo es un elemento externo. Hay artes con un tiempo fijo, objetivo, que se puede medir en segundos, minutos y horas, y ante cuya duración el espectador bien poco puede hacer. Podrá parar el vídeo o el disco, pero la obra seguirá durando X minutos. Incluso la serie seguirá durando X minutos, aunque sea el espectador el que se administre su dosis a su ritmo. En cambio hay otras artes en las que el tiempo es algo flexible, subjetivo, que depende del espectador. Depende en concreto del tiempo que desee el espectador dedicar a esa obra en concreto o incluso de su propia capacidad, de su propio interés. La novela tiene X páginas, pero en la mente de Fulanito las imágenes suscitadas por la lectura han tenido otra duración, e incluso si le ha gustado podrá demorarse en ciertos pasajes, porque le han causado especial placer. En cambio, el ritmo de lectura de Menganito es mucho más rápido, porque es un devorador de papel que no se detiene en fruslerías: el mismo libro tendrá dos duraciones distintas, aunque contenga el mismo número de páginas y palabras. Fulanito ama la pintura de Velázquez y se puede pasar horas observándola, mientras que Menganito tiene que ver el Museo del Prado en una hora porque el autobús para Albacete sale a las 13:30 y no va a esperarle. El tiempo en estos casos se estira y se contrae como un chicle, depende del sujeto.
En la primera categoría, la de las obras con un tiempo objetivo, no sólo figurarán el cine y la música grabada, sino también entrarían las artes escénicas o la música en directo, pues también tienen una duración fija ante la cual los espectadores mantienen una actitud pasiva (más allá de lo que les atraiga o mueva el espectáculo que se desarrolla ante ellos). Aunque estas artes, llamémoslas "del directo", tendrán la particularidad de que en ellas cada representación será una obra diferente, única y distinta a otra representación del mismo texto o partitura. Las obras que conforman las artes "del directo" no dejan de ser infinitas variaciones de otra obra, espejos múltiples en los que una obra-madre se refleja. En otros idiomas, como bien recogía Johan Huizinga en su Homo Ludens, ha perdurado ese carácter de juego de espejos o dobles: en las lenguas germánicas, para tocar un instrumento, representar una pieza teatral o jugar se emplea un mismo verbo (to play, spielen). Cada noche en el teatro o en la sala de conciertos se desarrolla una variación de una obra referente que se interpreta o se representa, un juego nuevo en el que el espectador moviliza sus sentimientos, pero sin poder alterar su posición pasiva en cuanto a la duración de la obra. En ese sentido, el auténtico jugador es el intérprete, no el espectador.
Pero en las artes de tiempo subjetivo, en las que su duración la marca el espectador (no su durabilidad física, sino la duración de su consumo estético, por decirlo así), pueden hacerse también distinciones. La duración dependerá del sujeto y en algunos casos de la extensión de la obra, claro está (no se tarda lo mismo en leer un cómic que El hombre sin atributos), pero la distinción que quiero hacer no va por ahí. Habrá obras de tiempo subjetivo que se basarán en la creación de una única imagen, ya sea visual o conceptual, y otras que se basarán en la sucesión de imágenes, simulando en cierta manera un tiempo interno (que no deja de depender por ello del papel activo del receptor). Es decir, habrá cuadros, ilustraciones, fotografias o poemas que creen una única imagen, más o menos completa, más o menos compuesta por diferentes partes, pero imagen única al fin y al cabo, ingerible de forma instantánea, y por otro lado habrá otras que creen un simulación de sucesión, de historia. Las obras de este segundo grupo, sin tener un tiempo interno auténtico (no tienen segundos, minutos, horas), sí que crean la impresión de tenerlo: hablaríamos aquí de novelas, cómics, ciclos de imágenes...
Acabemos toda esta disertación con un tema que también ha salido a relucir de tanto en tanto en nuestras conversaciones. ¿Qué es lo específico del cómic? Se podría decir, a grandes rasgos y sin ser un experto en el tema, que el cómic se distingue de otras disciplinas artísticas por aunar texto e imagen y ofrecer una simulación de tiempo interno, una especie de sucesión temporal, mediante viñetas o escenas autónomas. Vale, hasta aquí todo claro: ahora viene el momento en que me tiro a la piscina (espero no resbalar en la orilla y caer en posición de bomba). Vayamos a los orígenes. La Columna Trajana, el tapiz de Bayeux, los frescos de Giotto de la Capilla Scrovegni o de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina...¿no son también imágenes, diferenciadas en escenas más o menos delimitadas, que cuentan una historia, pero con la particularidad de que el texto está elidido? El texto al que hacen referencia no aparece, o bien porque era conocido, o bien porque, en un afán de verismo, no se desea mezclar lo conceptual (la palabra) con lo visual (la imagen). Pero no por ello estos ciclos de imágenes dejan de ser la plasmación visual de un texto. A veces este aparece de forma escueta, simplemente para ayudar a la identificación de los personajes, como pasa en el tapiz de Bayeux. Otras, la mayoría, no aparece de ningún modo. Los textos eran los propios de la tradición religiosa judeocristiana y la mitología grecorromana, a lo que se añadía la historia y la simbología. Todo el mundo los conocía, o al menos la élite formada los conocía. Hay infinidad de ejemplos de estas historias en imágenes: la pintura levantina, el sarcófago de Inius Bassus, el friso de las Panateneas, las pinturas de la capilla Brancacci de Masaccio, Masolino y Filippino Lippi, las pinturas de la capilla Contarelli de San Luis de los Franceses de Caravaggio, incluso el Jardín de las delicias de El Bosco... Todo historias en imágenes.
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Sarcófago de Jonás y la ballena, siglo III d.C. |
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Tapiz de Bayeux, s. XI |
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Escena de la natividad, Baptisterio de Pisa, Nicola Pisano, s. XIV |
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Frescos de la Capilla Brancacci (Masaccio, Masolino, Filippino Lippi), s. XV |
Pero desde la Edad Contemporánea las cosas han cambiado. El artista plástico deja de interesarse por esas historias mitológicas o religiosas que la tradición había conservado y se interesa por su propia biografia y posteriormente por "jugar" con la realidad visual. La autobiografía del artista no es un texto consensuado, un texto aludido que sea conocido a nivel general, con lo cual no puede dar como resultado una lectura única, o cuanto menos compartida. Se apela por tanto más al sentimiento compartido que a la historia compartida. El juego con las formas visuales hará que el artista no sólo se desvincule de los textos elididos de la tradición, sino también del arte figurativo, del arte mimético. El artista irá trascendiendo la realidad visual y luego también el propio objeto artístico. Es entonces, en el tránsito entre el XIX y el XX, cuando aparecen precisamente el cómic y el cine, artes visuales que introducen la dimensión temporal, en el primer caso simulada, en el segundo objetiva (en cuanto que su duración se puede medir), amparadas ambas disciplinas en la reproductibilidad que permite el desarrollo industrial. Ambas artes hacen de la sucesión y de la combinación de texto e imagen su santo y seña (no hay que olvidar que el primer cine no era más que fotogramas ensamblados con intertítulos textuales). En resumen, precisamente en el momento en el que las artes plásticas canónicas abandonan los referentes textuales consensuados por la tradición, la necesidad de contar historias en imágenes se busca otros cauces de expresión: el cómic y el cine.
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Little Nemo in Slumberland, Windsor McCay, 1905 - 1911. |
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Viaje a la luna, Georges Mélies, 1901. |
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Matilda, Roald Dahl y Quentin Blake, 1988. |
Y hasta aqui mi disertación fusteriana de hoy. Abro el paraguas para el próximo encuentro (aunque sé que seréis indulgentes)...