sábado, 24 de abril de 2021

DIARIO DEL CONFINAMIENTO

Pasado un año, comparto estos escritos realizados durante los meses más duros, de abril a julio. De la desesperación del primer momento a la paulatina relajación posterior, en la que van aflorando otros temas (el dibujo, el ciclismo, los libros), finalizando con la definitiva salida al exterior: 

 

Al igual que en el amor emerge un elemento biológico innegable, aquel contra el que no se puede luchar, los días actuales recuerdan nuestro carácter material y perecedero. Somos carne. Carne que morirá, que se pudrirá, que desaparecerá. Y detrás dejaremos un rastro de recuerdos, objetos y virus. 

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------

El goteo. El recuento. Las estadísticas. A diario vamos sumando. A diario el cerco se estrecha y se piensa "hasta cuándo". De golpe todo es transitorio, todo es nimio, todo ha dejado de tener relevancia. Encerrados, atemorizados, los días pasan hasta que nos toque volver a un mundo que ya no será igual al de antes. Un mundo en el que el contacto, las caricias, las cercanías e incluso las multitudes desaparecerán. Se han caído las máscaras de golpe y no queda nada detrás, solo un vacío. Ya no reconoceré la calle de mi infancia en esta primavera. 

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Cuando se acaba la algarabía puedo salir al balcón. No sé por qué no estoy hecho para el bullicio y la gente. Cada uno respira en su cubículo, con las luces encendidas todavía (no es más que la hora de la cena). Pero desde aquí se ven las estrellas, aunque no la calle, y se percibe el silencio que se extiende por las calles y por la ciudad entera. Pienso que podría extender los brazos hasta tocar el límite del edificio, su parte superior. 

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------

 

No podría entender la vida sin la posibilidad de reproducir el mundo sobre el papel mediante unos trazos. Es un esfuerzo continuo, guiado por la admiración a los maestros y el sentido de emulación. Lo importante, el punto decisivo en el que se juega todo un dibujo, es quizá el sutil equilibrio entre la precisión y la libertad del trazo, es decir, entre la cercanía al objeto y el distanciamiento del mismo. 

El buen dibujante, el buen artista en resumen, es aquel que logra reproducir los detalles al mismo tiempo que sabe imprimir su sello personal sobre la realidad. Aquel que se pliega fiel ante la realidad y que, al mismo tiempo, es capaz de reproducir una realidad propia, con todos aquellos elementos que lo hacen verosímil, siguiendo simplemente lo que dicta la imagen mental que tenía en su interior. Cualquier artista, incluso el más elevado, está sujeto a ese doble impulso, contradictorio, que lo empuja en direcciones opuestas como un par de caballos que intentasen descoyuntar las extremidades de un reo. Un doble impulso entre quietud y acción, entre experiencia e intuición. Incluso el creador más subjetivo parte de un bagaje de instantáneas grabadas por su ojo. Incluso el reproductor más fiel de la realidad es incapaz de evitar dejar algo de su personalidad, de su subjetividad inalienable, en aquello que pinta. 

De igual forma sucede al escritor, porque, como decían los antiguos, en el juego de las palabras hay mucho de escenario e imagen. Es difícil que el escritor no coloree, no juegue con determinadas formas que le son gratas al ojo, pues ojos y oídos son los sentidos básicos que ayudan a construir la realidad y por tanto, las herramientas imprescindibles para construir el castillo inestable, el castillo de arena, que es toda escritura. 

Todo concierta en un punto: construir el mundo, reproducirlo, lograr aludir de alguna forma a su impasible trascurrir y a las también inevitables repeticiones y analogías. El ojo del buen pintor, el ojo del buen escritor, debe fijarse precisamente en eso.

 ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

¿Cómo presentar los colores a alguien que no puede ver? ¿Cómo definir siquiera el concepto de color a alguien que no puede ver? Para eso deberían servir las palabras, para contener en sí la posibilidad de lo inconcebible. El color sería así, para alguien sin vista, una cualidad que llena los objetos. O mejor dicho, la calidez o frialdad de cada objeto, mostrada como una variación o efecto ante la luz.

¿Cómo definir la música a alguien que no puede oír? ¿Una vibración? ¿Una vibración que varía de intensidad? El color: una reacción ante la luz, que puede causar placer por su calidez o frialdad, por su temperatura. El sonido: una vibración, que puede causar placer por su intensidad.

El color puede sonar como madera, como metal, como cuerdas, como tela percutida, tiene una textura concreta. La sombra incide en la gravedad, la luz en la agudeza. Los colores cálidos suenan a madera, a cuerda, los colores fríos a metal. 

El sonido puede explicarse a la inversa. La música, con sus ritmos, sería una cascada de colores prolongada en el tiempo, un segmento de vida dominado por la sucesión de colores. 

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

¿Por qué pudiendo elegir, conformarse con este erial? El cine, el ciclismo, el arte, son excusas para poder viajar, para abismarse en la contemplación de otras realidades mediante un lenguaje universal. A las que se tiene acceso gracias a un lenguaje universal, compartido. La imagen no necesita muchas interpretaciones localistas, el lenguaje del deporte se resume en ganar. ¿Por qué la literatura debe ser diferente? Soy incapaz de valorar los esfuerzos prolongados de la literatura local. ¿Quién está a la altura? Cernuda, Gil de Biedma, Chirbes, quizá Cunqueiro, quizá Lorca. Algo de Delibes, La colmena de Cela, algo de Valle-Inclán. Los demás podrían desaparecer de un plumazo, de un soplo. Un mal viento.

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Tan solo es un deporte, me digo, un simple pasatiempo. ¿Cómo puede ser que esta larga marcha por el desierto se esté haciendo tan larga? Ahora que parece que la temporada se retomará en una excepcional versión reducida, los meses que todavía quedan sin competición parece que van a ser los más largos. Hemos ido pasando de unas épocas a otras con las reposiciones. Empachados de Tours y Vueltas sacadas de fechas, removidos de nuevo por viejas afinidades adolescentes (abandonadas algunas de ellas como amores juveniles de los que nada se quiere saber ya), añoro la intensidad de las carreras en directo. No me reconozco cuando me confieso a mí mismo que necesito novedades (la promesa de Sagan en el Giro, la incertidumbre de alguna debacle no esperada, la frivolidad de ver a Froome con otro maillot), renegando de la historia. Cualquier noticia estúpida, cualquier debate sin sentido, cualquier apuesta sobre lo que sucederá, como una partida de dados lanzados sobre el tapiz verde de un paisaje alpino, es una promesa de que al menos las cosas reemprenderán su curso y podremos dejar de vivir de recuerditos, en este afán que nos ha dado a todos ahora por levantar acta y hacer listas "de los mejores". Yo, un asiudo a estos juegos, necesito la dosis de droga nueva ya. 

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Cualquier cosa, estoy dispuesto a admitir cualquier cosa, menos más náuseas y vértigos. No sé qué sucede en este 2020 en el que todo se ha puesto en contra. El covid-19 se ha llevado por delante la primavera y 48.000 vidas en España. Ha cambiado notablemente las rutinas de la gente, yo me he acostumbrado a trabajar desde casa, sin guía, sin indicaciones, en un salto al vacío que ha venido acompañado de una vuelta de las crisis de enero, aunque con mayor virulencia. Entonces eran ligeros mareos al levantarme, ahora han sido auténticos episodios de vértigos, en los que todo me da vueltas y apenas puedo levantarme de la cama. Un día apenas podía girar de lado la cabeza sin que me asaltasen las náuseas. He tenido largas noches de náuseas y vómitos. Sinceramente, no lo había pasado peor en mi vida. Cuando me viene un episodio me siento incapacitado por completo. Solo deseo que pase, intento concentrar toda mi fuerza mental en que pase, pero a veces dura horas y deja secuelas, en el sentido de que los momentos normales también están marcados por el aturdimiento y la pesadez de estómago. En resumen, no lo estoy pasando bien. Pero creo que todo esto me está sirviendo para ser más positivo, para ser paciente, para acostumbrarme a que lo malo no dura siempre. También necesito cosas nuevas que leer o que mirar. No intuía que esto iba a ser tan duro. 

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Hemos asumido que ha llegado el momento de retomar la vida allí donde la dejamos, aunque yo soy todavía un poco reacio a recuperar un contacto pleno con la gente. ¿Estaré siendo demasiado prudente? Me limito a pasear y he recuperado el viejo vicio de entrar en librerías sin comprar. Como si fuese una prolongación de la lectura, o más bien un simple aperitivo o sustitutivo, me limito a leer los lomos de las estanterías. Hoy he dado un largo paseo, aprovechando el prolongado atardecer de estos días de junio. Valencia me ha parecido hoy especialmente hermosa, porque en realidad cualquier ciudad con árboles al atardecer lo es. Las copas ligeramente doradas, el suave levante, la orilla del río como un alargado bulevar perdiéndose en el horizonte...Me ha recordado a otras ciudades, a otros paseos, como aquel que dimos en Rotterdam, siguiendo la desembocadura del Rin, o aquel otro por el corso Ercole d'Este de Ferrara. También en Japón, en China, en Chile, en Estados Unidos, habrá atardeceres así, y edificios así. Todo el mundo me ha parecido unido durante un instante, partícipe de unos elementos comunes, unos detalles asociados a la belleza y al simple discurrir de los días. 

Ya no soy el que era. Los días se van sucediendo, la ciudad va imperceptiblemente cambiando hasta en sus detalles más insignificantes. Todavía quedan muchos lugares del mundo que no conozco, aunque intuyo que en ellos podré encontrar estos mismos signos que invitan al reconocimiento, a pensar en una unidad. En esa unidad se funden no solo espacios separados entre sí, sino también vivencias y recuerdos. Quizá soy demasiado sensible y por ello recuerdo esos paseos silenciosos en otros lugares, dados con gente con la que me siento a gusto, con la que sé que no resultaré agredido, o incomprendido, o minusvalorado. Sé que estas cosas, esos paisajes que se confunden y que aluden a una realidad primigénea, a una belleza extendida por doquier y que no es otra cosa que la esencia del mundo, no es algo perceptible para todos. Aunque tengo el convencimiento de que cualquiera, si deja que hable su interior, puede sentirse conmovido por cosas así, por aspectos tan simples de la vida como un sol particular incidiendo sobre la naturaleza o la ciudad. Una determinada luz que remitía a otros lugares, vista en otros paisajes y otras ciudades. Disfrutar de un paseo silencioso, asombrado ante el descubrimiento de cómo lo ya conocido (la naturaleza, sus leyes, el paso del tiempo y de la luz) incide sobre lo recién conocido de un nuevo paisaje. 

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Han llegado las vacaciones, después de un parón de meses, acompañadas de una sensación de irrealidad. Perdidos los puntos de referencia habituales, siento que no tengo nada que hacer. Tocaría salir ya, mezclarse, dejar ya de tener ocupado el sofá de la tele, ver el exterior. Ya he salido, ya he dado alguna vuelta, pero se requiere algo más. Salir plenamente. 

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Me gustaría hablar sobre ciclismo, pero mirando más allá de los retos personales de superación de cada uno, las concentraciones de la "peña" y las recurrentes subidas al puerto más cercano. Twitter y la charla semanal de la radio son la vía de comunicación, el club de encuentro, pero en realidad no se trata tanto de un club de practicantes como de un club de aficionados. Así me gustaría que fuese. Porque amo el ciclismo profesional, me entusiasma a pesar de sus sombras, pero me interesan bien poco las aventuras de superación de cada uno, y todavía menos los piques personales el sábado en la grupeta. 

2 comentarios: