Leyendo un libro de poemas de Bolaño en la calidez del cuarto de baño, pienso en todas las obras colectivas que necesitan de una mano amiga que las haga aflorar. Detrás de este fino libro está la mano y el desvelo de un editor que se encargó de fisgonear en cuadernos olvidados, ordenar poemas dispersos, enmarcándolos bajo el paraguas de un falso título. Lo hizo en provecho propio, de su editorial y de su bolsillo, claro está. Pero en el fondo, ¿qué más da? La obra nació, está ahora entre mis manos, la disfruto en la calidez del cuarto de baño, donde se disfrutan los auténticos libros de poemas.
En realidad, ¿cuánto debe la gran película de Coppola a un esmerado director de fotografía italiano, que supo dar forma y luz a un delirio tropical de selvas en llamas y egos desbocados? ¿Cuánto debe el "mito Pantani" a una bicicleta elegante, que supo contrarrestar la precoz fealdad del escalador italiano? ¿Qué sería de las plomizas películas de Béla Tarr sin László Krasznahorkai, de Call me by your name sin Timothée Chalamet, de Miguel Indurain sin la voz de Pedro González? Obras colectivas, a fin de cuentas, goles que nacen en el centro del campo, desde un buen pase y con la ayuda propicia de un error de la defensa y del portero. Castillos que se erigen a partir de la primera gota de sudor del más anónimo albañil.
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