Nunca hubiera pensado que una película de J. A. Bayona me acabaría gustando tanto. El cine de este director, como el de Spielberg, Cameron, Del Toro, Fincher o Nolan, no se encuentra entre mis referentes, ni mucho menos. De hecho, es la primera película suya que veo y, aun habiéndome gustado, dudo que me aventure a ponerme al día con su filmografía previa.
Por tanto, llego a la conclusión de que las razones de mi interés por esta película están en otro lado. La historia real que cuenta se me debió quedar grabada en aquella época tan dúctil de los 10 años, cuando estrenaron ¡Viven!. Recuerdo los cuerpos amojamados, la caminata a través de la montaña, la antropofagia forzada, la degradación, la nieve. No he vuelto a revisar aquella película, pero la historia narrada me impactó, aunque ya me chocase negativamente en su día la pinta de gringos de los protagonistas. Ahora, habiéndosele devuelto a la historia su idioma y su acento auténticos, creo que se ha enmendado un error.
Así pues, Bayona ha conseguido malgre lui una gran película, puesto que la historia de base ya era potente. Si bien la parte inicial es convencional, el accidente efectista y el final en exceso sentimental, toda la parte central de la película, la que narra propiamente la vivencia extrema en la montaña, está muy conseguida. El reparto coral consigue captar la atención, el montaje selecciona los momentos intensos en su justa medida, los diálogos dotan de una profundidad nueva a la historia (además de la melodía añadida del acento) y la música de Giacchino arropa a las imágenes y se desmarca de ellas cuando es necesario, convirtiendo todos estos elementos a la película en una experiencia a flor de piel. Ya en un nivel personal, la película capta dos elementos que me atraen poderosamente la atención: la degradación física paulatina (sí, soy así) y el rollo panteísta y cruel de la naturaleza (nada oculto en la película).
En fin, este tipo de película, en otro tiempo, hubiese sido aquello que llamaban un blockbuster, capaz de arrasar en una de esas ceremonias de premios que tan poco interés me suscitan. Aunque quizá en su parte central, la buena, haya demasiadas dudas, demasiados dilemas y demasiada fisicidad, elementos impropios del gusto hollywoodiense del que bebe el modo de hacer de Bayona. Esta vez, estos elementos de incertidumbre, más europeos y latinos, se han dado la mano con la industria. Dentro de esa proximidad física, la misma que ha permitido reconocer el talento de actores como Enzo Vogrincic, Matías Recalt o Agustín Pardella, qué mejor que destacar la presencia constante de las manos. En una historia que apela tanto a los sentimientos comunitarios como al anhelo de trascendencia, sin olvidar nunca la caída forzada hacia el primitivismo, las manos aluden a ese trabajo constante y solidario por mantenerse a flote, en cualquier circunstancia.
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