martes, 5 de noviembre de 2024

ANORA (SEAN BAKER, 2024)

El otro día fui al cine, movido por la simple necesidad de pausar durante unas horas el dolor y la indignación ante la catástrofe sin precedentes que ha asolado a mi país, a la que se ha añadido la nefasta gestión posterior. Pocas veces he necesitado tanto el cine como válvula de escape. De modo que fui a ver Anora, de Sean Baker. Tengo que advertir que es la primera película que veo de este director, puesto que todavía no he visto The Florida Project, de la que solo oí en su momento cosas buenas. Esta nueva película de Baker venía bajo el envoltorio de toda una palma de oro en Cannes, además de haber recibido muchas alabanzas en las críticas que había leído. Quizá todo ello me hizo ponerme un poco a la defensiva, no acabando de entrar en ningún momento en la propuesta de la película. 

Para el que no sepa de qué va la película, la pienso destripar en breve. Anora, conocida como Anni, es una joven stripper de Brooklyn, que se convierte en cliente por una noche de un joven ruso, Ivan, hijo de un oligarca. El joven, todo un niñato rico, se queda con ganas de más y la contrata por una semana entera. Se dan a la gran vida de drogas, sexo y derroche de dinero, hasta que finalmente se casan en Las Vegas, puesto que el niñato necesita la ciudadanía norteamericana para escapar del control de sus padres, que lo quieren de vuelta en Rusia. El segundo tercio de la película se centra en la búsqueda del joven, que sale huyendo de su mansión ante la advertencia de que vienen sus padres, interviniendo en esta persecución dos matones armenios y uno ruso, todos ellos algo ridículos, además de la propia Anora.


La película se vende como tragicomedia, pero no llegó a hacerme gracia casi en ningún momento. Como mucho me hizo sonreír en alguna ocasión. La película en realidad se sustenta sobre una serie de clichés. Si bien pretende subvertir el esquema de Pretty Woman, imita el de Las noches de Cabiria. La trabajadora sexual, salvaje pero de buen corazón, que al final es maltratada por la realidad. La construcción de castillos en el aire que luego estallan como una pompa de jabón. Lo alto y lo bajo. La mentira del romance interclasista. En fin, algo ya visto. La película comienza a lo Showgirls de Verhoeven, mostrando la trastienda del club de striptease y las pequeñas rivalidades existentes entre las chicas. La mirada de Baker no me ha parecido muy diferente, en este apartado, a la del director neerlandés. A continuación, una vez conoce al pijo ruso, la película adquiere el tono de una película de adolescentes, una de esas de fiestón continuo, con un encadenado de escenas de sexo, drogas y desenfreno. Aun así, quizá esta sea la mejor parte, puesto que Mikey Madison crea un personaje apegado en casi todo momento a la realidad pecuniaria de su trabajo (aunque se esté enamorando soterradamente) y el joven ruso (Mark Eydelshteyn, que al menos es ruso de verdad) está bastante loco, como un niño caprichoso, acostumbrado a hacer lo que le da la gana. Incluso el montaje, que se va acelerando por momentos, haciendo de la sucesión de escenas de fiesta y sexo algo vertiginoso y sin sentido, tiene más interés en esta parte de la película. 


En cambio, la parte central se articula como una reiterativa persecución, a la que le sobran escenas y gritos. Para hacerse una idea, la mayor parte de los chistes se centran en la repetición de la palabra fuck. Hacen aparición tres matones, que intentan hacer cambiar de opinión a los jóvenes. Es interesante cómo Baker los retrata inicialmente como tipos duros, pero esa fachada se va derritiendo poco a poco, mostrando sus vulnerabilidades, aunque sin dejar de ser unos personajes un tanto esquemáticos, sobre todo los interpretados por la pareja de armenios (Karren Karagulian y Vache Tomavsyan). Para el otro personaje, el matón ruso silencioso (Yura Borisov), Baker reserva un papel que irá creciendo a medida que avance la película, de forma un tanto predecible. Al menos es de agradecer que la multiculturalidad reflejada en la película sea real. Toda esta parte central se me hizo algo larga, puesto que muchas situaciones se repiten, una y otra vez. 



En todo el tercio final, la película intenta desmontar el hechizo de la primera parte, recurriendo también a ciertos esquematismos. Este tercer acto quizá sea la parte más realista de la película. La escena final ha recibido muchas alabanzas: a esas alturas yo llegué un tanto cansado y también algo avisado por todas las señales que la película había ido diseminando. Lo sé, me está quedando una crítica muy de Boyero, pero intento ser sincero con mi experiencia como espectador. En realidad me gustó mucho más la escena previa en la que los personajes de Yura Borisov y Mikey Madison conversan de forma distendida, con la tele de fondo. Me pareció más natural y menos construida para ganar un festival.  


Desde el punto de vista visual, no me atrevería a emitir un juicio definitivo, después de un único visionado, por demás poco atento. Se opta por un formato apaisado, en el que muchas veces se intenta incluir bastante información en el encuadre (a la manera de un film slapstick, género con el que juega en determinado momento), permitiendo que el espectador centre su mirada en diferentes detalles. Pero tampoco se aprecia un interés por diluir la presencia de las figuras en el paisaje, por decirlo así, ni tampoco lo contrario, es decir, un seguimiento en primer plano de los personajes. Se recurre a veces al gran angular, que distorsiona ligeramente la imagen. Sí que se ha intentado jugar con los colores, predominando los tonos violáceos y azules, como si en todo momento los personajes estuvieran en el interior de un club nocturno. Esta luz de neón cambia en las escenas finales, conscientemente más sobrias, aunque algo más construidas, con la inclusión, casi por primera vez, de primeros planos, jugando con el sonido como no se había hecho con anterioridad, dando la impresión con ello de que la última escena sea un añadido que contradiga estilísticamente a lo anteriormente visto. La realidad vs la ficción, podría decirse. 




Así pues, en resumen, como elemento positivo destacaría que todos los intérpretes hacen buenas actuaciones, a veces rozando lo histriónico, aunque la película sea un tanto insustancial. Quizá el problema de la película fue mi dificultad para entrar en la vida de unos personajes que, en el fondo, no me resultaban muy interesantes, más allá de la pareja protagonista. Si la pretensión de la película era la de realizar un retrato realista y empático del mundo de las trabajadoras sexuales, no sé si realmente lo consigue. De la vida real de Anora, más allá de su trabajo, poco o nada sabemos, más allá de una escena de contexto inicial. Sí que hay un intento, quizá poco explotado, de acercarse a la amistad y la rivalidad de estas chicas, a modo de microcosmos. Pero, en realidad, el retrato que de esta joven se ofrece es el de una chica que se deja llevar por los acontecimientos, que es guiada por ellos, sumergiéndose en una peripecia de la que al final sale perdedora, sin posibilidad de escapar de su rol. No es un mensaje muy positivo, ni sobre todo muy empoderado, aunque pretenda pasar como tal. Aunque me haya sentido motivado para escribir una entrada sobre esta película, si tuviera que emitir un juicio conjunto ante este primer visionado diría que está un tanto sobrevalorada por crítica y premios. 




Quizá la tenga que ver en otras condiciones para valorarla de forma más justa y, en definitiva, disfrutarla más. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario