martes, 21 de febrero de 2017

BICICLETAS

Las bicicletas no han tenido un excesivo protagonismo en el cine, a pesar de ser la perfecta conjunción de hombre y máquina reivindicada por las vanguardias. Se han relacionado con facilidad con los momentos expansivos del verano, con sus excursiones y ansiadas primeras escapadas adolescentes en busca de libertad. La ingravidez del pedaleo y el suave deslizar en llanos y bajadas, con la beatífica sensación de correr levitando, invitan a esos vuelos en libertad. Pero también la bicicleta se ha asociado a la introspección, a la terquedad, a la búsqueda de un camino propio. Pedalear como forma de ahuyentar malos pensamientos, o como simple válvula de escape de un entorno hostil, como bien mostraron los Dardenne en Le gamin au vélo.

En cambio, la relación entre arte y bicicleta fue amor a primera vista. El París de la Boheme fue también el del vel d'hiv, el velódromo por excelencia, que se convirtió en lugar de encuentro de artistas y desocupados antes de su triste protagonismo en 1943. Artistas como Toulouse-Lautrec quedaron fascinados por la conjunción de olores: su olfato estaba habituado al humo y a los perfumes de los burdeles, que en el vel d'hiv se unían al de los pneumáticos y linimentos, como bien narra Marcos Pereda. Hasta el borracho de Hemingway cayó atrapado por el embrujo. La bicicleta fue también una de las tantas musas de los artistas futuristas, fascinados por el movimiento, la velocidad, lo moderno. La fascinación por los Seis Días duró hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, como atestigua la pintura de 1937 del maestro norteamericano Edward Hopper.

La Chaîne Simpson, Henri de Toulouse-Lautrec, 1896
Jean Metzinger, En el velódromo, 1912
Dinamismo de un ciclista, Umberto Boccioni, 1913
Natalia Goncharova, El ciclista, 1913
Edward Hopper, Corredor francés de Seis Días, 1937.

Rueda, Marcel Duchamp, 1913




Cabeza de toro, Pablo Picasso, 1943

Las chicas de Olmo II, Georg Baselitz, 1981
De todas formas, por desgracia los años dorados de la bicicleta ya pasaron. Es común que, en las películas, los protagonistas que montan una bicicleta con la soltura que confiere la asiduidad sean personajes de la posguerra, de los años cincuenta del siglo XX, de tiempos en definitiva pasados. Después de esos años en los que la bicicleta era el vehículo democrático por excelencia, llegaron las años de la gasolina barata y el coche utilitario. En Italia se dejó atrás el tiempo de Ladri di biciclette y se entró en el de Il Sorpasso. En Francia, atrás quedaron los años de Jour de fête y poco tiempo después, en una película romántica como Un homme et une femme, sería un coche de carreras el que completase el triángulo amoroso. Sin embargo, para algunos personajes, como para Mr.Hulot, el alter-ego de Jacques Tati, la bicicleta - o en su caso, la derny - seguirá siendo un objeto romántico de resistencia frente a un presente en continua evolución. O incluso para el alocado artista de Turk fruits de Verhoeven la bicicleta es un instrumento de libertad con el que cabrear a los conductores representantes de la normalidad burguesa. 

Harina de otro costal es el ciclismo en el cine. Algunos directores se han acercado a ese mundo con afán didáctico, como Louis Malle en Vive le Tour o Jorgen Leth es sus documentales, uno con un marcado aire festivo y popular, el otro con la frialdad de un entomólogo o un reportero de guerra. Incluso en el cine de Louis Malle el ciclismo aparece de forma indirecta, a través de las retransmisiones radiofónicas que escucha el adolescente de Un soplo en el corazón. Más allá de estos ejemplos, le Vélo de Ghislain Lambert continua siendo la mejor radiografía que se ha hecho de la "trastienda" del ciclismo desde la ficción y la comedia, a partir del retrato de un ciclista anónimo, patético y quijotesco, en la patria del ciclismo (Bélgica) durante sus años dorados. Un retrato más ácido, cómico y certero que The Program, el reciente biopic sobre Armstrong. El ciclismo tiene un componente de viaje, de cambio de paisajes y de exploración de los límites (físicos y mentales) que pocas películas han sabido captar.

En definitiva, pocas bicicletas se ven hoy en el cine, ya sean vehículo, objeto de placer o instrumento de tortura. Ello nos da una muestra de cuánto de postureo y cuánto de realidad hay detrás del uso actual de este maravilloso medio de locomoción.

La salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon (Hermanos Lumière, 1895)
Jules y Jim (François Truffaut, 1961)

Mi tío (Jacques Tati, 1958)

Los paraguas de Cherburgo (Jacques Demy, 1964)

El niño de la bicicleta (Jean-Pierre y Luc Dardenne)

Primavera tardía (Yasujiro Ozu, 1949)

License to live (Kiyoshi Kurosawa, 1999)

Ladri di biciclette (Vittorio De Sica, 1948)



El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973)

Una historia de amor (Roy Andersson, 1970)

La bici de Ghislain Lambert (Philippe Harel, 2001)

Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988)

Delicias turcas (Paul Verhoeven, 1973)
Amarcord (Federico Fellini, 1973)
Vive le Tour (Louis Malle, 1962)

Sunday in hell (Jorgen Leth, 1976)

Día de fiesta (Jacques Tati, 1949)
El jardín de los Finzi - Contin (Vittorio De Sica, 1970)
Academia Rushmore (Wes Anderson, 1998)
El sur (Víctor Erice, 1983)

Call me by your name (Luca Guadagnino, 2017)
El último emperador (Bernardo Bertolucci, 1987)
El cielo sobre Berlín (Wim Wenders, 1987)
Beautiful Boy (Felix van Groeningen, 2018).

El verano de Kikujiro (Takeshi Kitano, 1999)

Todo va bien (Jean-Luc Godard, 1972)

Breaking away (Peter Yates, 1979)

Luca (Enrico Casarosa, 2021)

Pauline en la playa (Éric Rohmer, 1983)

Verano del 85 (François Ozon, 2020)

Juno (Jason Reitman, 2007)





Hiroshima, mon amour (Alain Resnais, 1959)

Puedo escuchar el mar (Tomomi Mochizuki, 1993)

Salò o le 120 giornate di Sodoma (Pier Paolo Pasolini, 1975)

The french dispatch (Wes Anderson, 2021)

Susurros del corazón (Yoshifumi Kondo, 1995)

Perfect days (Wim Wenders, 2023)


miércoles, 15 de febrero de 2017

TRENES

El cine empezó con un tren, o al menos eso decía hasta hace poco la historia. Un tren entrando en una estación, que atemorizó a los espectadores que lo tomaron por verdadero, según cuenta la leyenda. Se non è vero è ben trovato, pues pocos placeres se acercan más a la pasividad de la experiencia del cine que la contemplación de un paisaje cambiante a través de la ventanilla de un tren, acompañado de las miradas silenciosas de otros pasajeros. La ventanilla del tren es la mejor pantalla, un pase de diapositivas infinito. Ante nuestros ojos se abre el mundo como representación, al igual que en su día la pintura pasó a ser una ventana abierta o un muro perforado, como dijeron Alberti o Vasari. Ciudades, vías, fábricas, árboles y montañas, campos, valles y ríos, señales y postes de luz; todo un mundo puede observarse desde la impermeable seguridad que da estar al otro lado del cristal, al igual que el cine, ofreciéndonos su más particular trampa, nos invita a contemplar la vida desde la distancia.

La estación de Saint-Lazare, Edouard Manet, 1872 - 1873

A todo ello el tren añade el riesgo de la aventura, del viaje. El tren como hilo de Ariadna que conecta dos puntos aparentemente distantes, uniendo tanto capitales europeas de prestigio reconocido como humildes poblachos entre valles. El tren como espacio para entablar conversaciones con desconocidos, entendido como punto cero en el que toda relación es posible, ya sea voluble y anodina, con la caducidad marcada por el tiempo del trayecto, o intensa y perdurable, que se extiende más allá de los límites del vehículo. Es decir, el tren entendido como espacio idóneo para el misterio, las dobles intenciones, los robos, los escarceos.

No tardó mucho el tren en aparecer en la obra de los pintores, que quedaron inicialmente fascinados por su velocidad. Acostumbrados al paso humano o al trote y galope del caballo, los contemporáneos de la irrupción del tren debieron quedar asombrados por una velocidad nunca antes experimentada, que permitía de forma sorprendente reducir los tiempos de viaje. Así aparece en Lluvia, vapor, velocidad, la pintura rupturista de Turner, en la que la velocidad desmaterializa y disloca la realidad física, mediante los contornos difuminados y las líneas diagonales. El vapor de la locomotora se funde con el cielo de un día de nubes y claros.


Lluvia, vapor, velocidad, William Turner, 1844

Manet y Monet quedaron fascinados por las estaciones, ese nuevo espacio que surge en las ciudades más desarrolladas para albergar la entrada de esas fieras de acero, con sus bufidos y vapores. La estación de Saint-Lazare del impresionista Monet es más naif, menos lograda si se quiere, en comparación con la modernidad del mismo tema en los pinceles de Edouard Manet. En esta obra Manet muestra más fascinación por las personas que por la máquina en sí, que queda envuelta en una nube de vapor que oculta su visión. La maestría de la pintura destaca en el carácter "espontáneo" de la escena: la niña se aferra a los barrotes, fascinada por un presumible espectáculo de ruidos y vapores, mientras la mujer, claramente ajena a la entrada del tren, alza la vista de su libro y nos observa, haciendo de la presencia del espectador en ese espacio de la estación algo físico y real. 

En cuanto al tren en el cine, este ha sido un lugar muy interesante para el misterio, para las escenas de acción. En North by northwest de Hitchcock, el personaje interpretado por Cary Grant juega al gato y al ratón al no llevar billete, ocultándose finalmente en el coche-cama de Eva Marie-Saint. El tren se convierte así en un espacio para el suspense, la persecución elegante y el escarceo amoroso, con un encuentro aparentemente casual en el coche-restaurante y un prolongado beso, con noche elidida, en el coche-cama. Hitchcock parece tan fascinado por la capacidad sugestiva del tren, de sus diferentes espacios y situaciones, que lo retomará al final de la cinta, en una escena irónica y con dobles sentidos bastante evidentes. De hecho, el tren ya había sido el espacio central de una película de su etapa británica, Alarma en el expreso. 

Otro cineasta que nos ha regalado inigualables escenas de tren es Jean-Pierre Melville, especialmente de trenes nocturnos. En ellos, policías y matones atraviesan Francia mientras en las aldeas y pueblos rurales se duerme plácidamente. La fantástica escena inicial de El círculo rojo se recrea en todos los detalles de un coche-cama. También en Un flic se trama un oscuro complot aprovechando la nocturnidad, el coche cama y el cuarto de baño, en una escena en la que el suspense creado hace pasar por alto los burdos "efectos especiales". Una situación semejante también tendrá lugar en El amigo americano de Wim Wenders, en una de las mejores escenas de la película y de todo el cine del director alemán.

También Wes Anderson logra en The Darjeeling Limited ambientar casi íntegramente una película en un tren. El cine del director tejano está dominado por cierto fetichismo nostálgico y por una puesta en escena milimétrica que aplana a los personajes, convirtiéndolos en parte del decorado. De esta forma no extraña nada que el tren en el que se desarrolla la historia sea una caja de muñecas, una más en su cine, en la que cada detalle ha sido pensado, de forma que cada plano y cada movimiento de cámara contribuyen a crear la sensación de artificiosidad deseada. Algo parecido sucede en el cine de Roy Andersson. El cineasta sueco también se encuentra a gusto reproduciendo la realidad de forma artificial, a fin de acoplarla a su visión del mundo pesimista, dominada por el humor negro. En la comedia de la vida crea, en cambio, una escena que puede considerarse el culmen de la felicidad: una casa de unos recién casados que se desplaza por los raíles de un tren. Es, por supuesto, la fantasía de uno de los personajes, algo que nunca tendrá lugar.

En cuanto a las estaciones, siempre son estas territorio para los encuentros y las despedidas. Así sucede, por ejemplo, en Los paraguas de Cherburgo, con una de las despedidas más intensas de la historia del cine. Aunque será en el cine de Fellini en el que la estación tenga un sentido distinto. Su cine está plagado de trenes y estaciones, pues cumplen un papel en su biografía personal: la huida del Rimini natal y la llegada a la Roma en la que se desarrollará el resto de su vida. Ya en una película temprana como Los inútiles la estación y el tren tenían ese sentido biográfico, aunque con un tono todavía demasiado moralizante: Moraldo, el único personaje noble de la película, decide marcharse con un ligero remordimiento de una ciudad que considera que se le ha quedado demasiado estrecha. A continuación, Fellini nos regala una de sus primeras escenas irrepetibles: la cámara se desplaza por las habitaciones de sus amigos, los que se quedan, en una serie de travellings cortos como si lo hiciera sobre los raíles de un tren. El tren volverá a aparecer en Roma, en las escenas de la infancia como la promesa de un futuro, y después en la llegada a Roma Termini en la juventud. La estación romana sirve a Fellini para hacer uno de tantos despliegues de imágenes y personajes que vienen y van que se darán en la película: tullidos y bersaglieri, anunciantes de hostales, una joven a la espera de un amante que no llega, etc. El tema del tren volverá a aparecer en su etapa tardía, en La ciudad de las mujeres y también en Ginger y Fred. 

Así pues estas son algunas de las escenas desarrolladas en los trenes. Hay más, por supuesto:  la visión de un ciervo por la ventanilla del tren en Julieta de Almodóvar, las largas conversaciones de los enamorados de Richard Linklater, la confesión de Singularidades de una chica rubia de Oliveira... La magia y fascinación del viaje en tren, que también aparece como tema en la música, ya sea de Battiato, Bowie o Kraftwerk. Aunque quizá sea más útil volver al principio, a las locomotoras de Ruttmann y Vertov, a la de los hermanos Lumière, con la que todo empezó. Mientras tanto el mundo sigue fuera, desarrollándose, atravesado por infinidad de raíles. 

La llegada del tren, Hermanos Lumière, 1895
Berlín, sinfonía de una gran ciudad (Walter Ruttmann, 1927)

El hombre de la cámara (Dziga Vertov, 1929)

Shoah (Claude Lanzmann,1985)
Stalker (Andrei Tarkovski, 1979)
Trenes rigurosamente vigilados (Jiri Menzel, 1966)


Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995)

Carta de una desconocida (Max Ophüls, 1948)
Carlito's way (Brian De Palma, 1993)
El círculo rojo (Jean-Pierre Melville, 1970)
The Darjeeling Limited (Wes Anderson, 2007)
Du Levande (Roy Andersson, 2007)
El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962)
Mystery train (Jim Jarmusch, 1989) 
Singularidades de una chica rubia (Manoel de Oliveira, 2009)

El Padrino II (Francis Ford Coppola, 1974)


La aventura (Michelangelo Antonioni, 1960)

El viento se levanta (Hayao Miyazaki, 2013)

Un flic (Jean-Pierre Melville, 1972)

1945 (Ferenc Török, 2017)



I Vitelloni (Federico Fellini, 1953)
Primavera tardía (Yasujiro Ozu, 1949)

Julieta (Pedro Almodóvar, 2016)

Cuentos de Tokyo (Yasujiro Ozu, 1953)


Clouds of Sils Maria (Olivier Assayas, 2015)

El mar (Agustí Villaronga, 2000)

El amigo americano (Wim Wenders, 1976)



La doble vida de Verónica (Krzysztof Kieslowski, 1990)
El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973)

North by northwest (Alfred Hitchcock, 1959)

Eternal sunshine of the spotless mind (Michel Gondry, 2004)




North by northwest (Alfred Hitchcock, 1959)
El conformista (Bernardo Bertolucci, 1970)
C'era una volta il West (Sergio Leone, 1968)
El tren (John Frankheimer, 1964)
Los paraguas de Cherburgo (Jacques Demy, 1964)
El tren del infierno (Andrei Konchalovskiy, 1985)

Star guitar videoclip (Michel Gondry, 2002)


El maquinista de la General (Buster Keaton, 1926)

La sombra de una duda (Alfred Hitchcock, 1943)

Fue la mano de dios (Paolo Sorrentino, 2021)

Heat (Michael Mann, 1995)

Recuerdos del ayer (Isao Takahata, 1991)

Ocho y medio (Federico Fellini, 1963)