Las bicicletas no han tenido un excesivo protagonismo en el cine, a pesar de ser la perfecta conjunción de hombre y máquina reivindicada por las vanguardias. Se han relacionado con facilidad con los momentos expansivos del verano, con sus excursiones y ansiadas primeras escapadas adolescentes en busca de libertad. La ingravidez del pedaleo y el suave deslizar en llanos y bajadas, con la beatífica sensación de correr levitando, invitan a esos vuelos en libertad. Pero también la bicicleta se ha asociado a la introspección, a la terquedad, a la búsqueda de un camino propio. Pedalear como forma de ahuyentar malos pensamientos, o como simple válvula de escape de un entorno hostil, como bien mostraron los Dardenne en
Le gamin au vélo.
En cambio, la relación entre arte y bicicleta fue amor a primera vista. El París de la
Boheme fue también el del
vel d'hiv, el velódromo por excelencia, que se convirtió en lugar de encuentro de artistas y desocupados antes de su triste protagonismo en 1943. Artistas como Toulouse-Lautrec quedaron fascinados por la conjunción de olores: su olfato estaba habituado al humo y a los perfumes de los burdeles, que en el
vel d'hiv se unían al de los pneumáticos y linimentos, como bien narra
Marcos Pereda. Hasta el borracho de Hemingway cayó atrapado por el embrujo. La bicicleta fue también una de las tantas musas de los artistas futuristas, fascinados por el movimiento, la velocidad, lo moderno. La fascinación por los Seis Días duró hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, como atestigua la pintura de 1937 del maestro norteamericano Edward Hopper.
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La Chaîne Simpson, Henri de Toulouse-Lautrec, 1896 |
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Jean Metzinger, En el velódromo, 1912 |
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Dinamismo de un ciclista, Umberto Boccioni, 1913 |
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Natalia Goncharova, El ciclista, 1913 |
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Edward Hopper, Corredor francés de Seis Días, 1937. |
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Rueda, Marcel Duchamp, 1913
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Cabeza de toro, Pablo Picasso, 1943 |
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Las chicas de Olmo II, Georg Baselitz, 1981 |
De todas formas, por desgracia los años dorados de la bicicleta ya pasaron. Es común que, en las películas, los protagonistas que montan una bicicleta con la soltura que confiere la asiduidad sean personajes de la posguerra, de los años cincuenta del siglo XX, de tiempos en definitiva pasados. Después de esos años en los que la bicicleta era el vehículo democrático por excelencia, llegaron las años de la gasolina barata y el coche utilitario. En Italia se dejó atrás el tiempo de Ladri di biciclette y se entró en el de Il Sorpasso. En Francia, atrás quedaron los años de Jour de fête y poco tiempo después, en una película romántica como Un homme et une femme, sería un coche de carreras el que completase el triángulo amoroso. Sin embargo, para algunos personajes, como para Mr.Hulot, el alter-ego de Jacques Tati, la bicicleta - o en su caso, la derny - seguirá siendo un objeto romántico de resistencia frente a un presente en continua evolución. O incluso para el alocado artista de Turk fruits de Verhoeven la bicicleta es un instrumento de libertad con el que cabrear a los conductores representantes de la normalidad burguesa.
Harina de otro costal es el ciclismo en el cine. Algunos directores se han acercado a ese mundo con afán didáctico, como Louis Malle en
Vive le Tour o Jorgen Leth es sus documentales, uno con un marcado aire festivo y popular, el otro con la frialdad de un entomólogo o un reportero de guerra. Incluso en el cine de Louis Malle el ciclismo aparece de forma indirecta, a través de las retransmisiones radiofónicas que escucha el adolescente de
Un soplo en el corazón. Más allá de estos ejemplos,
le Vélo de Ghislain Lambert continua siendo la mejor radiografía que se ha hecho de la "trastienda" del ciclismo desde la ficción y la comedia, a partir del retrato de un ciclista anónimo, patético y quijotesco, en la patria del ciclismo (Bélgica) durante sus años dorados. Un retrato más ácido, cómico y certero que
The Program, el reciente biopic sobre Armstrong. El ciclismo tiene un componente de viaje, de cambio de paisajes y de exploración de los límites (físicos y mentales) que pocas películas han sabido captar.
En definitiva, pocas bicicletas se ven hoy en el cine, ya sean vehículo, objeto de placer o instrumento de tortura. Ello nos da una muestra de cuánto de postureo y cuánto de realidad hay detrás del uso actual de este maravilloso medio de locomoción.
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La salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon (Hermanos Lumière, 1895) |
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Jules y Jim (François Truffaut, 1961) |
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Mi tío (Jacques Tati, 1958) |
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Los paraguas de Cherburgo (Jacques Demy, 1964) |
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El niño de la bicicleta (Jean-Pierre y Luc Dardenne) |
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Primavera tardía (Yasujiro Ozu, 1949)
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License to live (Kiyoshi Kurosawa, 1999) |
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Ladri di biciclette (Vittorio De Sica, 1948)
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El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973) |
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Una historia de amor (Roy Andersson, 1970) |
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La bici de Ghislain Lambert (Philippe Harel, 2001) |
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Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988) |
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Delicias turcas (Paul Verhoeven, 1973) |
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Amarcord (Federico Fellini, 1973) |
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Vive le Tour (Louis Malle, 1962) |
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Sunday in hell (Jorgen Leth, 1976) |
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Día de fiesta (Jacques Tati, 1949) |
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El jardín de los Finzi - Contin (Vittorio De Sica, 1970) |
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Academia Rushmore (Wes Anderson, 1998) |
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El sur (Víctor Erice, 1983) |
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Call me by your name (Luca Guadagnino, 2017) |
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El último emperador (Bernardo Bertolucci, 1987) |
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El cielo sobre Berlín (Wim Wenders, 1987) |
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Beautiful Boy (Felix van Groeningen, 2018). |
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El verano de Kikujiro (Takeshi Kitano, 1999)
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Todo va bien (Jean-Luc Godard, 1972) |
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Breaking away (Peter Yates, 1979)
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Luca (Enrico Casarosa, 2021)
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Pauline en la playa (Éric Rohmer, 1983) |
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Verano del 85 (François Ozon, 2020)
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Juno (Jason Reitman, 2007)
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Hiroshima, mon amour (Alain Resnais, 1959) |
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Puedo escuchar el mar (Tomomi Mochizuki, 1993) |
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Salò o le 120 giornate di Sodoma (Pier Paolo Pasolini, 1975)
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The french dispatch (Wes Anderson, 2021)
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Susurros del corazón (Yoshifumi Kondo, 1995)
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Perfect days (Wim Wenders, 2023) |
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