Hoy Federico Fellini cumpliría cien años. No sorprenderá a nadie que haya leído habitualmente mi blog mi interés por el director de Rimini. Qué mejor homenaje que un recopilatorio de algunos de los momentos en los que sus películas han salido por aquí, a propósito de los múltiples temas tratados.
Espejos
(El Casanova)
El
reflejo en el espejo puede ser patético no sólo por aludir a la
soledad, sino también por mostrar las consecuencias del paso del
tiempo sin ningún tipo de disimulo. El espejo devuelve una imagen
que no siempre es la esperada: el tiempo opera sus cambios, descuelga
la carne, marchita la belleza pasada. En la demencial corte de
Württemberg, el Casanova de Fellini (Donald Sutherland)
encuentra finalmente el amor: no es más que una broma pesada del
destino, pues la mujer perfecta no es otra cosa que una muñeca
mecánica. El vicioso seductor veneciano ha encontrado por fin la
horma para su zapato, una muñeca que se pliega a sus requerimientos
sin chistar, una autómata que reproduce con exacta simetría sus
movimientos de gimnasta del sexo, un juguete inanimado que le
recuerda que no ha hecho otra cosa que masturbarse. Después de
dejarla espatarrada en la cama, lanza una última mirada a un espejo
cuarteado, que no le devuelve una mirada indulgente, sino el rostro,
quizá demasiado maquillado, del viejo payaso en el que ha acabado
convertiéndose.
Playa
y mar (La Strada / La dolce vita / Ocho y medio /Giuletta de los espíritus)
En
un sentido parecido, aunque despojado de carácter tenebroso,
interpretan las películas de Fellini el mar. En todas ella aparece
la playa como un personaje más, que interactua con el resto del
reparto, aunque ofreciendo siempre la misma respuesta, el rumor
monótono del oleaje. El cine de Fellini tiene una querencia por el
final en la playa. En sus primeras películas, el mar tiene un
carácter terapéutico y catártico. Frente a su inmensidad los
personajes asumen la propia transitoriedad de su existencia, y con
ello se liberan de sus problemas. Así sucede con el vagabundeo
rabioso de Zampanó por la playa nocturna en La Strada. En
cambio, en las películas de su etapa madura, el mar es la
parturienta de todo un conjunto de elementos irracionales: los
sueños, las pesadillas, los viajes y los recuerdos transfigurados de
la infancia. Así comienza a tener lugar a partir de Ocho y medio
y Giuletta de los
espíritus. En La dolce vita, el mar escupe una criatura monstruosa que, al igual que el hastiado Marcello, todavía se empeña en mirar, a pesar de oler a muerto. En Ocho y medio es la figura gigantesca de Saragina la que se asocia a la playa: una vagabunda bestial, que habita una especie de búnker, y que baila la rumba ante los niños a cambio de unas monedas. Tal personaje es un símbolo del despertar sexual en la infancia, un deseo no colmado de una mujer enorme, salvaje y materna. En todo caso,
el mar asume siempre un rol liberador. Es el espacio informe al que
da forma la mente del espectador a través del personaje principal.
Trenes
(Los inútiles / Roma / La ciudad de las mujeres / Ginger y Fred)
(...) Aunque
será en el cine de Fellini en el que la estación tenga un sentido
distinto. Su cine está plagado de trenes y estaciones, pues cumplen
un papel en su biografía personal: la huida del Rimini natal y la
llegada a la Roma en la que se desarrollará el resto de su vida. Ya
en una película temprana como Los inútiles, la estación y el
tren tenían ese sentido biográfico, aunque con un tono todavía
demasiado moralizante: Moraldo, el único personaje noble de la
película, decide marcharse con un ligero remordimiento de una ciudad
que considera que se le ha quedado demasiado estrecha. A
continuación, Fellini nos regala una de sus primeras escenas
irrepetibles: la cámara se desplaza por las habitaciones de sus
amigos, los que se quedan, en una serie de travellings cortos como si
lo hiciera sobre los raíles de un tren. El tren volverá a aparecer
en Roma, en las escenas de la infancia como la promesa de un
futuro, y después en la llegada a Roma Termini en la juventud. La
estación romana sirve a Fellini para hacer uno de tantos despliegues
de imágenes y personajes que vienen y van que se darán en la
película: tullidos y bersaglieri, anunciantes de hostales, una joven
a la espera de un amante que no llega, etc. El tema del tren volverá
a aparecer en su etapa tardía, en La ciudad de las mujeres y
también en Ginger y Fred.
Barcos
(E la nave va)
Como
medio de transporte que ha quedado obsoleto, el barco ha funcionado
en el cine como referencia a tiempos pasados con algo de nostalgia.
Así se da con el buque Gloria N. de E la nave va de
Fellini, un barco de atrezzo que ejemplifica una Europa, la
anterior a 1914, que se va a pique con toda su elegancia y arte a
cuestas. En esta última gran obra del maestro italiano, el arte es
incapaz de impedir la destrucción. (…) La película antes mentada
de Fellini nos recuerda por su parte que los barcos permiten viajar
de puerto a puerto, transportando ideas y mercancías valiosas,
incluso las cenizas de una cantante de ópera (en clara referencia a
la Callas), pero también pueden llevar cañones.
Gatos (La dolce vita)
Sobre
el gato se volcarán todas las fobias misóginas del fin-de-siècle,
que asocian el gato, en cuanto nocturno y esquivo, a la mujer también
nocturna, portadora de males venéreos. (…) E incluso la Venus de
Fellini, personificada en la enorme Anita Ekberg de La Dolce
Vita, se convierte en mortal al juguetear de forma infantil
y despreocupada con un gatito blanco antes de zambullirse en la
Fontana di Trevi, mientras el arquetípico italiano, personificado
por Mastroianni, vagabundea por media Roma buscando un vaso de leche
para contentar al gato y, en última instancia, llevarse a la cama a
la "diosa".
Giro
d'Italia cinematográfico (Amarcord)
Fellini
realizó con Amarcord su película más accesible en torno a
sus recuerdos sobre la Rimini de los años treinta. En esta película
afinó su estilo caricaturesco y atemperó sus anteriormente
innecesarios movimientos de cámara. Su estilo se volvió más
pausado, menos danzarín, y al mismo tiempo más condescendiente con
la vulgaridad y lo escatológico. Creó una variada y memorable
galería de personajes, como extraídos de un cómic, convertida en
epítome de lo italiano. Además, gracias a la ayuda del guionista
Tonino Guerra, consiguió la que quizá sea su película más
sintética.
Escribir
(La dolce vita)
Un
tema habitual asociado con la escritura, especialmente con la
escritura a máquina, es aquel de las distracciones del escritor. El
pensamiento volcado sobre la hoja en blanco con la rítmica cadencia
de las teclas queda interrumpido por una conversación no deseada,
por un ruido o por cualquier molestia. Así sucede en La dolce
vita de Federico Fellini, en la que el periodista con ínfulas de
escritor, interpretado por Marcello Mastroianni, encuentra fácilmente
distracciones en el camino hacia su obra escrita seria. Y si
no las encuentra, las busca. En una significativa escena ambientada
en un merendero de playa, Mastroianni se muestra molesto ante la
música de moda que la joven camarera, apenas una niña, pone en el
tocadiscos. La llamada de su pareja - un tanto controladora para un
mujeriego con él - y la belleza de la niña - a la manera de un
ángel de una pintura al fresco, como llega a declararle - lo
distraen de forma definitiva de su cometido. La vida, su cadencia y
sus distracciones, son más fuertes que el arte.
Sueño
profundo (El Casanova)
Este
tipo de imagen (la amada contemplada por el amante) está construida
habitualmente desde una perspectiva masculina, desde la óptica del
artista hombre, y roza levemente el tema de la amada entendida como
objeto. El Casanova de Fellini, tan habituado a cosificar a la
mujer que incluso en su "colección" se le cuela una
muñeca, cae en el esquema de contemplar a la amada durmiendo en el
único momento en el que se deja llevar por un arranque sentimental y
siente algo parecido al amor. Así sucede con la bella Henriette, a la que conoce travestida de hombre: la perla mejor guardada de la corte híbrida de Parma. Una mujer a la que no puede controlar, pues es independiente a él, y que acabará alejándose de su compañía por oscuras razones.
En
el aula (Amarcord)
En
el siglo XIX la educación se convierte en una prioridad, no por un
deseo filantrópico, sino más bien por la necesidad de controlar a
unas masas cada vez más activas en el plano público. La escuela,
clerical hasta el momento, se vuelve patriótica y autoritaria. El
creciente nacionalismo que destruirá Europa se incuba y se espolea
en las aulas, y los voluntarios de 1914 que pensaban ir a una
excursión patriótica, con banderolas y pantalones cortos, se dan de
bruces contra la sangre, el asesinato y la muerte. No extraña por
tanto que la sátira sobre el autoritarismo en las aulas continúe
hasta bien entrado el siglo XX. (…) Más tarde, Fellini hará en
Amarcord (1973) un genial friso caricaturesco de la educación
fascista, extensible a otros periodos y latitudes. En una sintética
escena, Fellini hace un repaso no sólo a las vacías lecciones
memorísticas y a las particulares fisonomías de los profesores,
sino también a las despiadadas trastadas de los alumnos, que rozan
en algunos casos lo psicótico.
Armaduras
(La dolce vita)
En un sentido
diferente, alejado de las coordenadas del cine histórico, Fellini
emplea un yelmo medieval descontextualizado para aludir al arcaísmo
medieval de la aristocracia en La dolce vita. Este
yelmo lo porta Nico, una cargante modelo sueca (interpretada por
Nico, la cantante alemana de Velvet Underground), que introduce al
periodista Marcello en una fiesta de la rancia nobleza romana, al ser
la novia de uno de los herederos. El yelmo sirve como objeto
discordante que marca las distancias entre una aristocracia
esclerótica y medieval y la modernidad insustancial representada por
Nico (mangiamo gli spaghetti?, dice ataviada con el yelmo,
después de una noche en vela), la propia de una joven extranjera, a
mitad camino entre la turista bobalicona y la joven irreverente. La
música de Nino Rota logra crear para la secuencia una cierta
atmósfera medievalizante, que culmina con el encuentro de los
juerguistas, que han pasado la noche en vela dedicados a ociosas
distracciones, con la anciana madre, que se levanta temprano para ir
a misa.
A tavola! (El
Satiricón / Roma)
Aunque quizá el
resumen perfecto de banquetes desmedidos tenga lugar, como tantas
otras cosas, en el cine de Fellini. Los banquetes fellinianos
pueden ser brutales, asfixiantes, adquiriendo los tonos y ambientes
propios de una película de terror, pasados por su particular estilo
basado en la sucesión de momentos descriptivos, cual friso griego o
tira de viñetas interminable. La cena de Trimalción de El
Satiricón es uno de sus primeros banquetes brutales. Los
vapores, el color rojo pompeyano de las paredes, los invitados
comiendo con los dedos, los exabruptos del propio Trimalción, los
esclavos comiendo en el suelo o realizando un enorme retrato con
teselas, los coreutas griegos, el cerdo completamente finto
destripado en directo: todo contribuye a crear un ambiente
sofocante, claustrofóbico, demencial.
Posteriormente, en Roma Fellini crea otro ágape brutal en forma de cena a la fresca en el Trastevere romano. Esta escena parece ser una variante más breve de la anterior, como solía ser habitual en su cine. El ingenuo observador que hace las veces de Fellini joven queda atrapado en un asfixiante ambiente familiar, en el que al desfile de comida grasienta acompaña un ir y venir de personajes, cada uno con la battuta pronta. El joven parece tan fascinado por esa voracidad interminable de los romanos como el propio espectador, al que finalmente no le sorprende la aparición de un plato de pescado coronado por un ojo, en el que una niña acaba hincando el dedo, en unos de esos actos de gamberrismo soez tan del gusto del Fellini maduro. Tanto la escena del Satiricón como la de Roma parecen haber sido rodadas en el interior de un horno. El realizador italiano demostrará su maestría al combinar estas escenas desmesuradas y caóticas, caracterizadas por la cacofonía y el solapamiento de voces y músicas, con escenas posteriores marcadas por la propia potencia poética de la imagen y el sonido.
Posteriormente, en Roma Fellini crea otro ágape brutal en forma de cena a la fresca en el Trastevere romano. Esta escena parece ser una variante más breve de la anterior, como solía ser habitual en su cine. El ingenuo observador que hace las veces de Fellini joven queda atrapado en un asfixiante ambiente familiar, en el que al desfile de comida grasienta acompaña un ir y venir de personajes, cada uno con la battuta pronta. El joven parece tan fascinado por esa voracidad interminable de los romanos como el propio espectador, al que finalmente no le sorprende la aparición de un plato de pescado coronado por un ojo, en el que una niña acaba hincando el dedo, en unos de esos actos de gamberrismo soez tan del gusto del Fellini maduro. Tanto la escena del Satiricón como la de Roma parecen haber sido rodadas en el interior de un horno. El realizador italiano demostrará su maestría al combinar estas escenas desmesuradas y caóticas, caracterizadas por la cacofonía y el solapamiento de voces y músicas, con escenas posteriores marcadas por la propia potencia poética de la imagen y el sonido.
Coches (Ocho y
medio / Roma / Toby Dammit)
En
fechas paralelas, Fellini también incide en el tema del atasco, pero
para aludir a otras cosas más de su interés: el atasco como símbolo
del estancamiento creativo en el prólogo onírico de Ocho y
medio, y el atasco como emblema del fascinante caos de una gran
ciudad en Roma. Esta escena del atasco, en la que en el Grande
Raccordo Anulare de Roma se suceden las imágenes más insólitas
(unos jugadores de cartas en el remolque de un camión, un caballo
suelto, un autobús con aficionados del Nápoles, conducido por un
Pulcinella, etc.), no es más que una amplificación de un atasco
similar, de dimensiones y duración más breves, en Toby Dammit,
el episodio felliniano en Tre passi nel delirio.
En este interesante episodio inspirado en Poe (y con algún que otro plagio al cine de Mario Bava), el coche tiene una especial importancia. Toby Dammit es un actor británico que llega a Roma para recibir un premio y comenzar el rodaje de un "western católico", a mitad camino "entre Dreyer y Pasolini" (como se declara en cierto momento, no sin malicia). Este actor se ve acosado por la visión de una niña algo traviesa, que no se sabe si es un espectro, el mismo diablo o simplemente una alucinación producto de su propio alcoholismo. Como premio recibe un Ferrari, que se convierte en un instrumento de muerte, un particular medio para el suicidio. Ese final a la carrera es uno de los momentos más inspirados de todo su cine, explorando un mundo de luces y sombras que luego estéticamente pasará al cine de Argento y otros creadores del giallo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario