Aprovechando el estreno de Napoleón, interpretado por el excéntrico Joaquin Phoenix, he decidido ver en este último mes todas las películas posibles de su hermano River, el hermano bueno, fallecido de sobredosis en 1993 con tan solo veintitrés años. También he aprovechado para leer todo lo posible sobre su familia y sobre la vida del fallecido River.
River Jude Bottom nació en 1970 en el seno de una comuna hippie en Oregón, hijo de John Bottom, un californiano borrachín de origen irlandés, y Arlyn Dunetz, una judía neoyorquina con un pasado de gris oficinista. Es difícil no pensar en la madre de Homer Simpson, con su conversión de ama de casa a activista, al pensar en la madre de River Phoenix, abandonando su antigua vida para marcharse a la California de las flores. Los Bottom dieron a su hijo un nombre tan espiritual como el de Río, sacado del libro Siddartha de Hermann Hesse, muy de moda entre los hippies. Pero pronto dieron el salto del espiritualismo orientalista al fanatismo religioso, integrándose en una secta, los niños de Dios. Esta secta practicaba el amor a Dios desde un punto de vista sexual, siendo los abusos infantiles algo habitual. Quizá el propio River los padeció.
Los Bottom marcharon a Venezuela a predicar, teniendo más hijos por el camino. Todos ellos se criaron en la indigencia y sin una escolarización reglada. River y su hermana cantaban en las calles y predicaban la Biblia, consiguiendo aportar a casa algo de dinero. Al mismo tiempo, los Bottom fueron desarrollando la idea de que su primogénito era una especie de mesías, “el hombre de la casa”. De hecho, ya en ese momento el niño River era el que garantizaba el mantenimiento económico de la familia.
Enterados de los abusos sexuales tan corrientes en su secta, los Bottom la abandonaron y, de vuelta en Estados Unidos, cambiaron su apellido por el de Phoenix, en honor a su “renacimiento” a una nueva vida. Después de intentar conseguir sin éxito un trabajo estable, John y Arlyn pusieron a sus hijos en circulación en todos los castings de anuncios posibles. Arlyn consiguió trabajo como secretaria en unos estudios televisivos y logró así colar a su hijo River en una serie de televisión, comenzando a partir de ese momento a exprimir su cara bonita, su pelo rubio y sus habilidades como cantante. En poco tiempo, River se convirtió en la fuente de ingresos familiar. Realizó sus primeros films y su rostro pasó casi de inmediato a convertirse en un fijo en las carpetas escolares y en las paredes de las habitaciones de las jovencitas norteamericanas. De esta forma, pasó de ser explotado en época infantil a serlo en su adolescencia como uno de tantos teen-icons.
Superada la mayoría de edad, intentó distanciarse de la imagen sexualizada que ofrecían de él las fotografías adolescentes, convirtiéndose en vehículo de muchos discursos comprometidos, desde el veganismo al pacifismo, pasando por el activismo en favor de los animales. Pero tras su fachada de joven comprometido y saludable se ocultaba otra bien distinta, de incipiente alcohólico y politoxicómano. Stricto sensu, bebiendo cerveza hasta caer en redondo o metiéndose toda la coca y heroína al alcance no estaba quebrantando su rígido veganismo. La necesidad de mantener a la familia le obligaba a no renunciar a ningún papel, por infame que fuera, cuando en realidad quería dedicarse a la música. Pero en este apartado nunca fue tomado demasiado en serio: a sus conciertos con su grupo, Aleka's Attic, solo iban enfervorizadas adolescentes.
Tras alcanzar su cúspide artística con My Own Private Idaho, comenzó su rápido descenso hacia los infiernos de la droga. Sus últimas películas fueron catastróficas y parecía condenado a un declive artístico del que él era muy consciente. En Los Angeles empezó a frecuentar a los Ret Hot Chili Peppers, sobre todo a Flea y a John Frusciante, con los que compartió noches regadas de alcohol y drogas. Sobre todo de heroína. Y así llegó el desenlace. Fue en la noche de Halloween de 1993, en el Viper Room, el bar de Johny Depp, donde los famosos podían meterse de todo sin paparazzis revoloteando alrededor. Algo tomó allí, que se mezcló con lo que quizá llevaba ya en el cuerpo de casa, teniendo una sobredosis. Ni su hermano Joaquin ni su novia, la actriz Samantha Mathis, supieron cómo actuar, mientras River agonizaba en la acera de Sunset Bulevard. Los servicios médicos fueron llamados demasiado tarde, cuando ya no había remedio.
Casi todos los testimonios recuerdan a River Phoenix como un joven sensible y generoso, muy creativo y comprometido con grandes causas. Sin embargo, los más cercanos también podían hablar de sus tendencias autodestructivas. El joven actor que buscó desesperadamente alejarse de la superficialidad de Hollywood acabó convertido en uno de sus más ejemplarizantes muñecos rotos. Creció con la conciencia trágica de haber heredado los hábitos alcohólicos de su padre, sintiéndose muchas veces explotado y abandonado por su propia familia, de la que se sentía al mismo tiempo muy dependiente. Para la posteridad ha dejado algunas actuaciones memorables, otras no tanto. Se dice de él que se metía tanto en los personajes que no sabía salir de ellos, siendo en parte devorado por ellos, como le sucederá también a su hermano Joaquin. La interpretación y el cine eran para él tanto una fuente de placeres como de odios. Detestaba la parte superficial de promociones y entrevistas, que saboteaba siempre que podía, pero parecía interesarse por otras facetas del cine, dando consejos de casting o reescribiendo diálogos. Algunas escenas de sus películas se deben casi por completo a su concepción (como la escena de la hoguera de My Own Private Idaho). Con la actuación, al igual que con la droga, encontró un mecanismo para huir de sí mismo.
En realidad no he visto todas sus películas, pero creo que con las completadas he tenido más que suficiente, pues hay algunas bastante mediocres. Vamos a hacer un repaso a algunas de ellas.
Cuenta conmigo / Stand by me (1986, Rob Reiner)
Película del director de This is Spinal Tap, La princesa prometida y Misery, basada en una historia de Stephen King (The Body), se puede encuadrar en el género ochentero de "aventuras de pandilla de niños", ese que ha pretendido resucitar la serie Stranger Things. En cuanto tal, se asienta en múltiples clichés, siendo el más importante la característica definitoria de cada miembro de la pandilla. Está el miedoso, el loco, el sensible, el líder...River Phoenix encarga a Chris Chambers, un niño conflictivo y desatendido, que ejerce un liderazgo suave sobre sus amigos, aunando rudeza y sensibilidad. Este fue el papel que catapultó a la fama a River Phoenix, a la manera de un niño prodigio. A nivel personal, le pudo resultar fácil trasladar a la ficción el rol paternal que ya ejercía en la realidad con sus hermanas y su hermano pequeño.
La película no está mal si se ve con ojos inocentes, aunque tiene un tono spielberguiano un tanto relamido, que provoca que la pátina de ternura que recubre el film sea un tanto excesiva. Sus grandes aciertos radican en la naturalidad con la que los niños se relacionan entre sí y algún que otro plano en el que los personajes aparecen empequeñecidos ante la naturaleza. Es una película que se puede ver con la ligereza y la falta de compromiso con la que se ve una película de sobremesa. Aunque en realidad son inquietantes los ecos que traza la película con la propia tragedia vital de River Phoenix
Un lugar en ninguna parte / Running on Empty (1988, Sidney Lumet)
Película dirigida por Sidney Lumet, uno de los grandes directores norteamericanos en la transición entre la generación de los grandes estudios y la del Nuevo Hollywood. Dirigió películas como Doce hombres sin piedad, El prestamista, La colina, Tarde de perros, Network o El veredicto, todas ellas películas "clásicas", dominadas por el compromiso social y por una estética funcional, con una puesta en escena invisible. En esta ocasión, se trata de un drama familiar, pero enfocado desde un ángulo diferente. La familia Pope está marcada por un pasado de activismo antibelicista. Annie (Christine Lahti) y Arthur Pope (Judd Hirsch) formaron parte de un grupo izquierdista que atentó en 1970 contra una fábrica de napalm en plena guerra del Vietnam, con la consecuencia involuntaria de que un trabajador quedó gravemente herido. Por ello todavía son perseguidos por el FBI, y tanto ellos como sus dos hijos deben mudarse constantemente, cambiando de ciudad y de nombre. Esta es la premisa de la que parte la película. No solo la película pretende responder a cómo se vive en la clandestinidad, sino que el enfoque es más complejo: ¿Cómo asumir las consecuencias involuntarias que un acto del pasado tiene en la vida presente de los propios hijos?
Como en todas las películas de Lumet, la puesta en escena está al servicio de la narración y de las interpretaciones de los actores y actrices. La cámara se difumina, evita los movimientos bruscos y los ángulos difíciles, y fluye con tomas largas, que permiten que las emociones se expresen en su justa medida. A pesar de una tendencia constante al plano general, ofrece primeros planos cuando son necesarios, siempre al servicio de la historia que se cuenta. La técnica es tan artesanal como invisible, no exenta de refinamiento. Por ello los actores se lucen, tanto los padres, como el propio River Phoenix en el papel de Danny, el hijo mayor. Para él ha llegado el momento de las decisiones: crecer en libertad, siguiendo un propio camino, aunque ello signifique traicionar los ideales familiares, o mantenerse fiel a ellos, renunciando a la propia autonomía.
El propio River Phoenix no era del todo ajeno a este tipo de decisiones, y por ello quizá se acopló tan bien al papel del indeciso, distante y un tanto arrogante Danny Pope. Su propia familia también había tenido una vida errante, tanto o más trágica que la de los Pope. También ellos habían cuestionado la forma de vida norteamericana, pero no desde la izquierda, sino desde un hippismo que acabó en los brazos de una secta. También el propio River Phoenix sintió el peso de su familia sobre las espaldas, la necesidad de ser fiel a unos ideales aunque el camino marcado por la industria de Hollywood fuese justo el contrario. Sin duda su familia no fue tan ejemplar ni modélica como la de los Pope, comprometidos pero al fin y al cabo indulgentes y humanos. Esta conjunción de aspectos personales y manga ancha otorgada por el director permitió que River Phoenix realizase una actuación formidable (como la de todo el reparto), quizá la mejor de toda su carrera.
La última apuesta / Dogfight (1991, Nancy Savoca)
La siguiente película de River Phoenix fue una apuesta arriesgada: una película menor de una directora poco conocida, centrada en los prolegómenos de la Guerra del Vietnam. Unos marines, la noche previa a embarcarse para Vietnam, se comprometen a competir en un concurso deleznable: ganará quien invite a la fiesta a la chica más fea. Eddie Birdlace (River Phoenix) consigue atraer con falsas palabras a una chica de una cafetería (Lili Taylor). Lo que no preveía el joven marine es que se iba a enamorar de la muchacha, después de humillarla en la fiesta.
La película es un drama romántico bastante predecible, con un trasfondo político muy atenuado, e incluso con moraleja. Los personajes están un poco estereotipados: la chica fea es inteligente y creativa, los marines, bravucones, estúpidos y tramposos. Solo el personaje de Phoenix rompe un poco ese esquema, al desvelar, bajo el andamiaje de pelo de cepillo y postura tiesa, la sensibilidad de un joven inmaduro. No es una mala película, pero pasó de forma bastante desapercibida en su momento y sigue siendo bastante desconocida. De hecho, el escaso éxito del que gozó hizo que su directora (Nancy Savoca) acabase centrándose en la televisión.
A la hora de trazar paralelismos con la vida de River Phoenix, en esta ocasión el personaje se separa de la persona de forma muy nítida. Su construcción del marine sensible, que intenta ocultar sus sentimientos bajo simplicidad y rudeza, está bastante bien conseguida. Es un personaje que se deja llevar por la corriente, y en determinados momentos parece realmente estúpido. En un principio simplemente parece un personaje desagradable y aprovechado, pero luego, poco a poco, va desvelando con notable eficacia sus propias inseguridades. En general realiza una muy buena interpretación, aunque es una pena que se trate de una película tan convencional.
Mi Idaho privado / My Own Private Idaho (1991, Gus Van Sant)
Esta quizá sea la obra más recordada de River Phoenix y sin duda la de mayor calidad artística. Contraviniendo las recomendaciones de su propia agente, Phoenix decidió hacer caso a Keanu Reeves y apostar por esta película de Gus Van Sant, que ya había conseguido un éxito de crítica con Drugstore Cowboy. Se trataba de un claro giro en su trayectoria, pues abandonaba las películas clásicas y pretendidamente comerciales para apostar por el cine independiente y de autor, con todas sus consecuencias. A nivel personal, esta película marcó también su descenso a los infiernos. Decidió vivir de forma tan intensa el mundo marginal que retrata la película (a todo color, eso sí), que se dice que esta película marcó el inicio de su coqueteo serio con las drogas duras. También aquí conoció a los Red Hot Chili Peppers (el bajista Flea tiene un pequeño papel), de los que se hizo amigo de noches y de juergas.
My Own Private Idaho es ante todo una película arty, con grandes hallazgos visuales y sonoros. En ese sentido, se sitúa en las antípodas de Running on Empty, la otra gran película del joven Phoenix. Gus Van Sant lo sacrifica todo al estilo, pero el resultado es cuanto menos llamativo e interesante. La película combina dos historias, que no siempre encajan con armonía. Por un lado, la historia de Scott Favor (Keanu Reeves), el hijo del alcalde de Portland, que se dedica a la mala vida, vendiendo su cuerpo como prostituto, con una amistad-amor paterno-filial con Bob Pigeon (William Richert), su particular Falstaff. De hecho, toda esta parte está inspirada en los dramas de Shakespeare que ya aglutinó Orson Welles en Campanadas a medianoche. La otra historia es la de Mike Waters (River Phoenix), otro chapero que trabaja entre Seattle y Portland, pero que procede de Idaho. Este es un joven desvalido y vulnerable, que busca desesperadamente a su madre, de la que solo tiene un recuerdo tan borroso como mitificado. Para encontrarla, se embarcará con su amigo Scott en una búsqueda errática, que los llevará a Idaho y de ahí a Roma.
De todas formas, las vicisitudes de la trama son de interés secundario. Importa más el cómo que el qué. La narración avanza de forma casi impresionista, sin verbalizar siempre las intenciones de los personajes. También se juega a desconcertar al espectador con momentos surrealistas o aleatorios. No se buscan momentos climáticos a nivel dramático o emotivo, sino a nivel formal. En ese sentido, es una película plagada de detalles memorables, entre los que se cuela algún que otro molesto fallo de raccord. A la planicie de Idaho, con sus cielos claros en movimiento, sus carreteras interminables y sus cabañas, se le unen los paisajes de la campiña romana, húmedos y verdes. Incluso el colorido del vestuario parece tener resonancias simbólicas. Todos los aspectos estéticos de la película están muy trabajados. La película acabó siendo no solo un ejemplo audiovisual de la estética de principios de los noventa, sino también una película referente para el colectivo LGTBI.
Por lo que respecta a River Phoenix, quizá se trate de su papel más recordado. Su retrato del chapero confuso y desorientado, abatido de tanto en tanto por crisis narcolépticas que lo dejan a merced de los extraños, es aquel por el que pasará a la pequeña historia del cine. Es significativo que esta película, que retrata con tanto colorido la marginalidad, fuese la que llevase a Phoenix a dar un paso más allá en sus adicciones. La escena más memorable, quizá en toda la trayectoria de Phoenix, está en esta película.
Esa cosa llamada amor / The Thing Called Love (1993, Peter Bogdanovich)
Después de un 1992 dedicado a una titubeante carrera musical y a sus crecientes adicciones, su representante le buscó una película para que centrara un poco su carrera, alejándose de Los Ángeles y de los Red Hot Chili Peppers. El proyecto no podía ser menos ilusionante: una película sobre la música country centrada en Nashville. Iba a estar dirigida por Peter Bogdanovich, el que fuera el niño prodigio del Nuevo Hollywood, pero que hacía más de quince años que no rodaba una película decente. River aceptó después de ver The Last Picture Show, la obra maestra inicial de Bogdanovich. Salía también de una ruptura amorosa y necesitaba alejarse de las drogas. Las circunstancias no eran las más propicias, de manera que durante los primeros días tuvo serios problemas para hacer con un mínimo de dignidad su trabajo.
La película es tan mala que cae simpática. Se centra en un triángulo amoroso en Nashville, la ciudad del country, entre tres jóvenes compositores de canciones. Son jóvenes y prometedores, pero también enamoradizos e inestables. Todo bastante predecible. Miranda Presley (Samantha Mathis) es una joven inexperta y vitalista llegada desde Nueva York, con la intención de abrirse camino en el mundo de la música country: lo mismo que si un catalán de Barcelona quisiese aprender sevillanas. En Nashville se encontrará con Kyle Davidson (Dermot Mulroney), un cowboy sensible, pero soso, tristón y algo alcohólico, y con James Wright (River Phoenix), una futura estrella de la canción. Este es un tipo endiosado y engreído, consciente de su atractivo. Cómo no, los dos jóvenes pugnarán por el amor de la joven. Las partes pretendidamente cómicas recaen en Sandra Bullock, cuyo personaje al final parece el más creíble de la película.
La puesta en escena propuesta por Bogdanovich es correcta. El director, aun estando de vuelta de todo, rueda la película sin errores, con algunas escenas bastante conseguidas, pero sin grandes hallazgos visuales ni sonoros. No hay riesgo y en gran parte de la película se tiene la sensación de estar viendo un telefilm. Simplemente Bogdanovich se limita a rodar con veteranía y oficio una guion bastante plano, por no decir rematadamente malo. En realidad, la historia asume como propio el leitmotiv del sueño norteamericano, aquel que empuja a luchar por los propios objetivos y a encontrar el propio camino vital. La misma historia, en otro ambiente, quizá en la escena grunge de Seattle, hubiese funcionado. El triángulo amoroso no deja de ser una historia universal e incluso se podría caer en la tentación de pensar que se trata de un homenaje de Bogdanovich a su amado Truffaut, en concreto a su triángulo de Jules y Jim, aunque de forma menos graciosa y vitalista.
De todas formas, no todo es negativo: el personaje de Samantha Mathis está algo empoderado, y es capaz de poner en algunas ocasiones a los hombres en su sitio. River Phoenix crea un personaje bastante desagradable, taciturno y engreído, buscapleitos, machista y un tanto narcisista, un tipo tóxico en definitiva, pero que, al final, dados los códigos imperantes, queda un poco blanqueado. La interpretación de River Phoenix es cuanto menos extraña: pero si pretendía crear a un personaje algo gilipollas, lo logra. En los momentos musicales despliega un histrionismo excesivo, involuntariamente cómico, como si fuese Jack Nicholson. En el resto de ocasiones, su personaje parece completamente agotado, fuera de onda, asqueado de todo, como si fuese Marlon Brando. Ese River Phoenix me gusta, como si le costase mantenerse en pie o mirar directamente a los ojos de sus compañeros de reparto. Susurra las frases, con un acento extraño (quizá imitando el acento tejano). Phoenix interpreta al personaje un poco fuera de sí mismo, como si lo acompañara, como si comentara sus acciones. Dota al personaje de mucha oscuridad. La película no llegó a tener mucha difusión, pues apenas se estrenó en salas al coincidir con su fallecimiento.
Dark Blood (2012, George Sluizer) Estreno póstumo
Película maldita. Se trataba de un proyecto muy querido por el director holandés George Sluizer, conocido por La Desaparición (Spoorloos), película inquietante que recibió bastantes elogios, incluso de Kubrick (que pensó utilizar a la protagonista, Johanna ter Stegge, para uno de sus proyectos no realizados de los noventa). Tras la muerte de Phoenix antes de finalizar el rodaje, la película incompleta quedó guardada en un cajón, con riesgo de desaparecer, hasta que el propio Sluizer decidió montarla y estrenarla en 2012. Las escenas que no pudieron ser rodadas son narradas por el director, con lo cual la película puede decirse que está unida de forma un tanto inestable. A pesar de que un recurso así podría sacar al espectador de la historia contada, los momentos de voz en off resultan efectivos, aunque se tenga la impresión de que a la película muchas veces le faltan planos (en especial, faltan primeros planos, sobre todo de Phoenix, ya que todavía no habían sido rodados). Todo ello da a la película un carácter distanciado, casi involuntariamente vanguardista. Podría ser una obra inacabada inmortal, una especie de El hombre sin atributos o El castillo, pero no llega a tanto, ni mucho menos. En realidad es un quiero y no puedo en toda regla.
La película cuenta con una buena fotografía y su trama es simple: una pareja de actores de Hollywood (Judy Davis y Jonathan Pryce) están intentando salvar su matrimonio con un viaje a través de la Norteamérica vacía, cuando su coche se queda parado en mitad del desierto. Allí son rescatados por the boy (River Phoenix), un joven viudo que vive en una cabaña en mitad del desierto, cazando lo que encuentra y esculpiendo pequeñas tallas de ídolos hopi, que almacena en una cueva o búnker, de extrañas resonancias espirituales. Es un personaje ambiguo, del que nunca se saben sus intenciones auténticas. Phoenix no muestra ese carácter anestesiado que había mostrado en The thing called love, aunque se le ve alejado de sus momentos más enérgicos y convincentes. A veces recita el diálogo como un papagayo (se dice que tuvo serios problemas para memorizar sus líneas, debido a su dislexia). La delgadez del personaje podría ser resultado de una decisión del propio Phoenix (crear un personaje que se alimenta de lo poco que encuentra en el desierto) o el resultado más palpable de sus adicciones. En el fondo tiene demasiada pinta de yonqui.
El rodaje fue un suplicio, con Judy Davis haciendo la vida imposible tanto a River Phoenix como al propio director. Tanto es así que las escenas de contenido erótico se dejaron para el final, puesto que Phoenix no deseaba tener ningún contacto con una mujer que se burlaba repetidamente de él. Tales escenas nunca llegaron a rodarse. River Phoenix murió con la idea de que iba a tener difícil encontrar nuevos papeles si se desvelaban sus adicciones, más todavía después de sus últimos papeles en películas, que él mismo consideraba de serie-B. Quién sabe si, completada de forma normal, esta película hubiera podido ser más trascendente de lo que es, o cuanto menos más recordada.
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