Más allá de lo que retrata, sobre lo que volveré más tarde, querría hablar sobre la forma de la película. Desconozco bastante del cine de Isaki Lacuesta. Intenté ver hace tiempo una película suya, en la tele, pero la dejé de puro aburrimiento, sea dicha la verdad. La leyenda del tiempo se llamaba, como el disco de Camarón. Era una película alabada por la crítica de entonces, pero ahí se quedó mi relación con este director, con un abrupto zapping, de manera que no ha sido esa una de las motivaciones ni intereses para ver la película. Luego leí que Jonás Trueba estuvo en parte en la gestación del proyecto. Los Trueba me generan animadversión personal, así que tampoco ese podría haber sido (de haberlo sabido) un motivo de interés por la película. Pero el resultado no es malo, ni mucho menos. Es una película traviesa, que juega con la forma. Su puesta en escena me ha parecido a años luz de lo poco que recuerdo de aquella película de Lacuesta que dejé a mitad: hay más juego con el relato aquí, una imagen más construida, más barroca. Es una película que dialoga con otras que tratan sobre las drogas, la pérdida de la propia personalidad o su disolución y fusión con otra, en modo doppelgänger: tema este último que me fascinaba en su momento. Hay mucho de Trainspotting (esa levitación), de Arrebato (la bañera), incluso a Persona o Performance (los rostros fusionados), también de Orfeo de Jean Cocteau (el otro lado del espejo). He encontrado poco del cine austero, de corte bressoniano, al que parecía remitir entonces (si mal no recuerdo) aquella película que dejé a mitad.
La película se estructura en una serie de secuencias, presentadas por un pequeño título, a modo de títulos de canciones (sin serlo en realidad). A modo de divertimento metalingüístico, a veces la voz en off avisa que lo que hemos visto en realidad no fue así, pero que forma parte de la leyenda. Ya digo, es una película traviesa. También algo fantasmagórica. Como buena película musical, dota de mucho tiempo a las canciones, interpretadas aquí por los actores (hecho que permite que las letras se entiendan mucho más que las auténticas). La tesis general de la película es lo que me ha interesado, como seguidor distanciado del grupo en el pasado. El punto de partida es una especie de triángulo amoroso, muy a lo Soñadores, entre Jota, Florent y May, la bajista que abandona el grupo. Una relación casta y pura, todo sea dicho, espiritual casi. Los personajes no verbalizan sus sentimientos, por mucho que pretendan comunicarse telepáticamente. La forma de expresar los lazos que los unen de forma indesligable es la música. La marcha de May deja un vacío, tras ella se abre la noche y la película se carga de oscuridad. La droga comienza a llevarse a Florent por caminos tortuosos (aunque la película, al igual que la música del grupo, romantice bastante su consumo). La única forma de que Jota y Florent vuelvan a encontrarse es la música. Hay una necesidad ahí, una conexión se diría, que trasciende la pura amistad. Más allá de los méritos cinematográficos de la película, que los tiene, ese punto de vista nuevo es lo que más me ha interesado, puesto que ofrece una imagen diferente de la que desprenden las letras pasivo-agresivas del grupo (sin duda, el punto que me impidió siempre conectar plenamente con su música). Así pues, a alguien que no sea realmente un seguidor del grupo, o al menos algo conocedor de ellos, no sé si le podrá interesar realmente lo que se cuente. Más allá del envoltorio, que no es más que la típica aventurilla de grupo musical, con sus grandes ambiciones, sus discusiones con la discográfica, sus flirteos con las drogas, a veces serios, y sus postureos de machitos heridos, lo más interesante es la vulnerabilidad que se intuye en los personajes: dos tipos que se necesitan, pero no saben cómo decirlo.
(eso sí, ninguna referencia al pedazo de plagio de la canción que da título a la película)
No hay comentarios:
Publicar un comentario