jueves, 23 de diciembre de 2021

LA OBRA COLECTIVA

Leyendo un libro de poemas de Bolaño en la calidez del cuarto de baño, pienso en todas las obras colectivas que necesitan de una mano amiga que las haga aflorar. Detrás de este fino libro está la mano y el desvelo de un editor que se encargó de fisgonear en cuadernos olvidados, ordenar poemas dispersos, enmarcándolos bajo el paraguas de un falso título. Lo hizo en provecho propio, de su editorial y de su bolsillo, claro está. Pero en el fondo, ¿qué más da? La obra nació, está ahora entre mis manos, la disfruto en la calidez del cuarto de baño, donde se disfrutan los auténticos libros de poemas. 

En realidad, ¿cuánto debe la gran película de Coppola a un esmerado director de fotografía italiano, que supo dar forma y luz a un delirio tropical de selvas en llamas y egos desbocados? ¿Cuánto debe el "mito Pantani" a una bicicleta elegante, que supo contrarrestar la precoz fealdad del escalador italiano? ¿Qué sería de las plomizas películas de Béla Tarr sin László Krasznahorkai, de Call me by your name sin Timothée Chalamet, de Miguel Indurain sin la voz de Pedro González? Obras colectivas, a fin de cuentas, goles que nacen en el centro del campo, desde un buen pase y con la ayuda propicia de un error de la defensa y del portero. Castillos que se erigen a partir de la primera gota de sudor del más anónimo albañil. 

En todo eso pienso, hojeando el libro de Bolaño, escogiendo un poema como quien escoge un cromo en el que demorar la vista. Sí, este libro es obra de editores sin escrúpulos, ansiosos por encontrar una joya más en el cajón póstumo del escritor chileno. Pero, pasado el tiempo, ¿qué más da que haya sido así? La obra entre mis manos es fruto de escritores e impresores, de testamentos esquilmados, de tumbas profanadas, de grabaciones olvidadas que se ponen de nuevo en circulación, bajo un bello letrero y unos colores remozados. ¿No son todo esto intentos de usurpar un poco el resplandor cegador del genio? No, en realidad todos estos andamios, todas estas trampas, no son otra cosa más que el armazón del que se construyen esas sirenas en la playa llamadas genios. 

 

viernes, 17 de diciembre de 2021

DE NUEVO AL CINE

Después de un largo parón, por fin he vuelto durante este otoño al cine. Ha sido necesario liberarse del miedo y descartar la idea, incubada con conformismo e ingenuidad durante los días de reclusión, de que el cine en casa podría sustituir finalmente al cine en salas. Afortunadamente no ha sido así. No debería ser así. El sofá y la manta no deberían sustituir jamás al contexto para el que la imagen cinematográfica fue pensada, con toda su enormidad y potencia. Esto no significa un alegato en favor de los viejos tiempos, ni mucho menos: es necesario volcarse sobre el presente como nunca antes, huyendo de todo escapismo nostálgico o de cualquier desconfianza agorera en el futuro. El cine es un medio vivo. Me niego a convertirme en una réplica de Boyero o en un talibán del cine clásico. Quedan todavía muchas cosas por pensar, por explorar, por ver y por crear.

 



De momento he visto cinco películas durante este otoño, de las que pienso hablar, quizá con algún que otro espoiler involuntario. 

Dune 

Villeneuve sale airoso en su adaptación de Dune, un ejercicio en el que lo fácil hubiese sido acabar sepultado por el aluvión de información que la novela aporta, en detrimento muchas veces de su propio desarrollo dramático. Sin duda Villeneuve bebe de Lynch, aunque se tome más en serio su propuesta y no logre crear imágenes tan hipnóticas y atractivamente extrañas como las de la película de 1984. En la versión de Villeneuve se incide más en las interpretaciones, que logran reducir la historia a lo que es, un paso de la adolescencia a la madurez, revestido de cierto mesianismo. La inclusión de algunas escenas breves de batallitas y machotes puede entenderse como un intento de captar a cierto tipo de espectador que seguramente saldrá espantado de la sala, dado el ritmo contemplativo de la película, más propio de Cleopatra que de una película de Marvel. 



Titane

Titane pertenece a cierto cine francés que ha hecho de la extrañeza radical, las situaciones incómodas y la agresión al espectador sus cualidades principales. En cuanto perteneciente a esta escuela, Ducournau añade una combinación de elementos dispares, que van desde la nueva carne a las identidades volátiles. La película podría entenderse como una confrontación entre una feminidad salvaje y una masculinidad frágil; también como la creación de nuevos lazos familiares, que superan y perfeccionan los lazos de sangre. Afortunadamente, la película deja pronto de lado el regodeo inicial en la violencia, coreografiado a la manera tarantiniana, entrando de golpe en otro terreno, con un corte abrupto al modo de Hitchcock. Entonces la película se convierte en un melodrama cargado de extrañeza, más asfixiante y menos voluptuoso que la primera parte, pero seguramente mejor.

 


The French Dispatch

La gran virtud del cine de Wes Anderson es que es fácilmente reconocible. Tan solo un plano basta para saber que estamos ante una película suya. Su gran defecto, sin embargo, es su aparente imposibilidad de evolución. Wes Anderson parece demasiado cómodo en su autocomplacencia, con sus planos ordenados de forma obsesiva y sus universos-casa de muñecas. Es difícil que cambie a estas alturas, de forma que The French Dispatch debe gozarse como lo que es: un precioso envoltorio, que esconde historias carentes de grandes emociones. Por fortuna esta vez ha reducido la peripecia al mínimo, algo digno de agradecer, y ha creado sus estructuras narrativas más enrevesadas hasta la fecha. A nivel visual, Wes Anderson alcanza su cima en esta película. La primera historia, la del pintor y la modelo, se cuenta entre lo mejor de su cine; las otras decaen un poco, al modo de aquellas películas de episodios de los sesenta marcadas por una irremediable irregularidad. Cuando pase el tiempo, el cine de Wes Anderson se valorará por la tristeza y la incomunicación que ofrecen sus personajes, paralizados en una mueca, acoplados a la perfección a un ambiente y a un decorado, a modo de juguetes olvidados que han perdido su función.  



È stata la mano di dio

Esta película ha logrado reconciliarme con el cine de Sorrentino. El director italiano por fin ha puesto su manierismo visual y su vampirismo cinematográfico al servicio de una historia verdaderamente poderosa, que alcanza grandes cimas dramáticas. Con más sobriedad de la que acostumbra, ha conseguido lo que pocos otros han logrado: hacer de una autobiografía un ejercicio de sinceridad y no de autocomplacencia. Si bien la escena de apertura todavía parece deudora de su ampulosidad previa, pronto la película adquiere el tono de una comedia costumbrista. En esta parte el tono dominante es el de la celebración de la vida familiar, con un retrato no exento de caricatura y dos o tres chistes de dudoso gusto.


Bruscamente la tragedia interrumpe el devenir cotidiano, de forma que la película se adentra en un terreno más complejo, más resbaladizo, más errático y emotivo, con algunas escenas de gran intensidad. Es el momento en el que la película y el propio Sorrentino parecen liberarse de todo un lastre previo, marcado por los escenarios barrocos, los personajes huecos y las poses estudiadas de sus películas anteriores. Todo esta parte del film refleja a la perfección la lucha entre una libertad no deseada y un sentimiento de abandono, alcanzando cotas inesperadas e inusuales en el cine de Sorrentino, en el que por primera vez la imagen sugestiva y la sutil ironía se pliegan con naturalidad ante los sentimientos y el desarrollo del personaje principal, creado con sorprendente habilidad por Filippo Scotti. Las citas a otras películas aquí aparecen mucho mejor integradas, pues Sorrentino tiene algo que contar y puede prescindir de sus habituales saqueos. Fellini aparece, el de I Vitelloni y Amarcord, e incluso algo hay en el tono de Cinema Paradiso y sobre todo de Call me by your name. Sorrentino recurre incluso a la autocita, desvelando el significado de alguna frase dicha casi por casualidad en La grande bellezza. Aparte de todo ello, la película puede interpretarse como un canto de amor a un tiempo y a un espacio concretos, con la dosis de nostalgia que parece requerir nuestra época.


Tre piani 

Tre piani me ha hecho dudar firmemente de mis convicciones morettianas. Hasta el momento, Moretti era para mí sinónimo de una escéptica celebración de la vida, incluso en sus películas más depresivas. Se ha hablado de humanismo y de neoclasicismo a propósito de esta película en la que Moretti pretende jugar a ser Haneke, aunque con menos morbo y crueldad, imponiendo al espectador un aleccionador tono depresivo. Humanismo hay, aunque el neoclasicismo bien podría tomarse por cierta pátina de telefilm, dada la parca funcionalidad de la mayor parte de los planos y lo excesivo de algunas interpretaciones (salvo excepciones notables, como Margherita Buy, Alba Rohrwacher y sobre todo Riccardo Scarmacio). No hay que descartar que la peor película de Moretti aparezca alguna vez en uno de los polémicos listados de Cahiers. 



 

 


domingo, 12 de diciembre de 2021

GOTA FRÍA (18 de octubre de 2018)

Por fin un día de relax en medio de la tempestad de acontecimientos que supone todo inicio de curso. Los alumnos están haciendo un examen; mientras, llueve en el patio. Esto parece un poema de Machado, aquel que me hicieron aprender de pequeño pero que ya no recuerdo. En momentos de quietud así sólo se oyen voces solapadas, chirriar de goznes y sonidos sordos de puertas abatidas, melodías repetitivas de flauta y el monótono precipitar de la lluvia sobre el patio vacío. Estoy relajado, puedo sentarme y estirar las piernas bajo la mesa del profesor, abrir la libreta y escribir. 

Este año estoy cerca de casa, demasiado. Casi se diría que puedo tocarla alargando el brazo. Podría tender una tirolina desde el balcón de mi casa y aterrizar cada mañana aquí. Esta cercanía contribuye sin dudarlo a la molicie, a la dejadez, de la que este edificio avejentado y descuidado parece un símbolo. Estas baldosas desprendidas de la pared, estos ventiladores que no funcionan o estos cajones hechos polvo aluden, con cierta ironía, al fracaso personal. ¿Qué fracaso personal? ¿El mío? ¿Tan bajo he caído?¡Pero si vivo a cuerpo de rey! ¡Pero si incluso podría pasearme por aquí en pantuflas! Maldita sea...¿Estaré haciendo bien las cosas?

Días así, con esta lluvia incesante que recuerda a las últimas carreras ciclistas otoñales, en las que es necesario encender los faros de los coches dada la oscuridad creciente, me traen cierta melancolía; una melancolía no triste, sin embargo. Una melancolía que es más bien el presentimiento dulce de que la felicidad ya pasó. Es cierto que algo que tomé por felicidad, pero que quizá tan sólo fue disfrute sensorial y hedonismo, pasó ya. Vinieron años invernales y después, una cómoda rutina. En días así, sin sol, me viene cierto sentimiento que es más bien la toma de conciencia de una caída del caballo. O más bien el recuerdo ya vago de una caída del caballo que me ha conducido al páramo de certezas en el que hoy me encuentro. 

Ha parado de llover. Las secuelas son visibles: la lluvia ha dejado sus tiras negras de agua en las fachadas de los sucios edificios que rodean el patio; habrá sembrado de charcos los solares en los que los niños dejaron ya de jugar desde los tiempos del Pequeño Nicolás; habrá dejado a las grúas y excavadoras inmóviles y paralizadas como extraños insectos ensartados con alfileres en los cuadros del despacho del entomólogo. Los transeúntes sorprendidos por la lluvia podrán retomar su marcha, después de haber permanecido un tiempo protegidos bajo la marquesina de la parada de autobuses, codo con codo en insólita comunidad, observando silenciosos la hipnótica lluvia. Sin embargo el momento de tregua es pasajero: vuelve a arreciar con fuerza. 

Esta lluvia de gota fría parece que no vaya a terminar y está oscureciendo el cielo, haciendo de las doce del mediodía unas antinaturales ocho de la tarde. Quizá colapse el tejado a dos aguas de la desvencijada fábrica abandonada que hay aquí cerca. Quizá convierta en más tristes todavía los grises semblantes de los altos edificios que se construyeron en pleno centro histórico en los sesenta y setenta, cuando se pensaba que el progreso técnico, industrial y automovilístico iba a ser ilimitado. Luego, cuando acabe esta hora de paz cruzaré con paso rápido el cauce seco por el puente por el que tantas veces he transitado de día y de noche, y recordaré aquellas noches de verano de la juventud, claras y despejadas, en las que volvía a casa borracho, acompañado u otras veces solo, dando tumbos, seguido por el paso silencioso de los gatos. Imaginaré ser otra vez Kafka cruzando el puente de San Carlos, en una tarde invernal, desde la fría y diminuta casa de su hermana hacia la casa insoportable de sus padres. Soñaré ser, otra vez más, ese Pamuk de Estambul, ciudad y recuerdos, cruzando el puente de Gálata hacia esa periferia ruinosa que en realidad hubo un tiempo en la que fue el mismo centro del mundo. Y mientras seguirá lloviendo sobre el puente tendido sobre un río ya inexistente, azotado por viento racheado que traerá consigo el tenue recuerdo de catástrofes fluviales pasadas. Sin embargo, la certeza del páramo en el que vivo, feliz y sin sobresaltos, acompañado del recuerdo vivo de esos días felices, me ayudará a volver a casa sano y salvo.  

miércoles, 11 de agosto de 2021

CINEFILIA DESTRUCTIVA

En ciertas ocasiones, algunos temas flotan en el ambiente, pudiendo ser tratados por películas alejadas geográficamente, pero que conviven en el tiempo. Cosas del Zeitgeist, diríamos de ponernos pedantes. Yendo a ejemplos concretos, es lo que sucede con Arrebato y Fade to black, dos películas de 1979-1980, una española y otra norteamericana, que convergen en un mismo tema: la cinefilia destructiva. La pasión desmesurada por el cine, un medio paralelo a la vida, acaba abocando a los personajes de ambas cintas a un callejón oscuro y destructivo; en un caso para ellos mismos, en el otro para los demás. 

Vampirismo.

En Arrebato, la vida del director de cine José Sirgado (Eusebio Poncela) está abocada al estancamiento debido a la falta de motivación que encuentra en su profesión  y a una relación sentimental en la que se ha inmiscuido con poderosa fuerza la heroína. La llamada de auxilio de su amigo Pedro P. (Will More), a través de una cinta de super-8, será un acicate para dar el definitivo salto al vacío, en una fusión final de tonos litúrgicos con el medio cinematográfico. En Fade to Black, Eric Binford (Dennis Christopher) es un joven cinéfilo que vive sojuzgado por una tía excesivamente estricta. Comparte con Pedro P. una avidez por el cine rayana en la adicción, que le impide dormir y rendir en su trabajo. Como repuesta, no recibe más que reprimendas y abusos por su carácter despistado y asocial. El encuentro con una joven de asombroso parecido con Marilyn Monroe le hará confundir de forma irremediable su propia vida con el mundo del cine. Una cita frustrada con la chica le llevará a iniciar un proceso de venganza contra todos aquellos que se han burlado de él. 

Las películas de los demás.


Ambas películas comparten su bajo presupuesto, así como la arbitraria etiqueta de películas "independientes" y "de culto". Pero lejos de mi ánimo comparar la calidad de ambas cintas. La de Zulueta es considerada hoy en día por la crítica como una de las mejores películas españolas de todos los tiempos, algo que no siempre fue así. A este éxito crítico más o menos reciente han contribuido no solo su temática y el tratamiento singular y algo estrafalario de la misma, sino sobre todo su estructura alambicada, propia de un sueño dentro de otro sueño, y su naturalidad para no ofrecer ni una sola imagen banal. Es una película insólita en el panorama español, pues prescinde con elegancia del contexto político-social, de un peso abrumador en la época, para sumergirse en territorios no explorados con anterioridad y tampoco con posterioridad. En cambio, la película de Vernon Zimmerman podría catalogarse fácilmente de película menor, obra de puro entretenimiento. Es una película que no alcanza todas las expectativas que suscita, al mantenerse demasiado apegada a sus referentes y al combinar de forma desigual varios elementos de difícil encaje (thriller psicológico, broma cinéfila, slasher). Sin entrar en la poca verosimilitud de algunas partes (¿dónde consigue Eric Binford el attrezzo tan elaborado para sus crímenes?), hay varias escenas que rozan la vergüenza ajena, además de ofrecer personajes y subtramas completamente irrelevantes. Arrebato roza levemente las superficies del cine de explotación, para crear por sí misma un género propio y abrir nuevos caminos en el cine español (la irreverencia pop de Almodóvar bebe de Arrebato, por ejemplo). Fade to Black se inscribe conscientemente en el género slasher, en el que aflora, de forma involuntaria, cierto sentido del humor. Se agradece que ninguna de las dos propuestas se tome a sí misma demasiado en serio.

Miradas que acechan.

 

El punto en común de ambas películas es la cinefilia. Una cinefilia vivida como una adicción incurable, como una enfermedad que toma posesión de los cuerpos de los personajes para llevarlos a un punto extremo, ese fundido en negro al que alude el título de la película de Zimmerman y que también está presente en Arrebato en forma de fotogramas rojos y cámaras con vida propia. Un punto de no retorno que no es otra cosa que la desaparición. Con su aparente falta de pretensiones, ambas cintas toman la temperatura al mundo del cine en un momento concreto, al final de una década convulsa. Parten de la nostalgia por el cine de los estudios, pero adoptan cierta pose irónica ante la imposibilidad de su retorno. Comparten además un descreimiento hacia el vanguardismo y el cine comprometido. En Arrebato no hay esa celebración de la cámara que se daba en la vanguardia, en El hombre de la cámara por ejemplo, en la que el nuevo medio cinematográfico era visto de forma positiva como un ojo omnisciente que controla, registra y manipula toda la realidad. En Arrebato la cámara es un vampiro que devora el tiempo y el cine un medio que acaba agotando a quien se acerca a él. En Arrebato, la metáfora del cine es la droga, y viceversa. En Fade to Black, el ritmo frenético del adicto al cine ("tres películas al día durante todo un año") y su afán coleccionista sirven de patrón posterior para los asesinatos en serie.

El paseo de la fama.

Al unir droga y cine, Zulueta convoca a sus dos adicciones personales. Son dos sustancias que parasitan a los personajes, absorbiéndoles la vida. A estas dos patas habría que añadir una tercera: la voluntad de no crecer, de mantenerse apegado a la infancia. Estos tres elementos, cine, droga y peterpanismo, tienen como objetivo final flexibilizar el tiempo, contraerlo o estirarlo. Por su parte, en Fade to black se establece un paralelismo entre la cinefilia y la violencia, a través de la figura, tan norteamericana, del serial killer. De hecho, la referencia clara para crear el personaje de Eric Binford es el Norman Bates de Psicosis (la relación dócil con la autoritaria e inválida "tía-madre", la casa, los ademanes del propio personaje, a la par infantiles y dogmáticos, etc.). 

Ante el espejo.

El peterpanismo en Arrebato, ejemplificado en Pedro P., se entrelaza claramente con el mundo del cine,  a través de una serie de referentes: el mundo de Disney (el propio Peter Pan, pero también Cenicienta, Mickey Mouse) y las películas de aventuras (Las minas del rey Salomón). La película incluye homenajes además a la serie B de Paul Naschy y al vanguardismo de Persona o Performance. El coleccionismo y el almacenaje de objetos también es una filia compartida por Pedro P. y Eric Binford. Por su parte, la cinta de Zimmerman se articula como un encadenado de citas mitómanas, en las que ocupa un lugar destacado Al Rojo Vivo (Eric Binford no para de imitar el acento histriónico de James Cagney) y la figura de Marilyn. Quizá la gran diferencia estriba en que la relación con el cine de los personajes de Arrebato es activa, mientras que la del protagonista de Fade to Black es la de un consumidor pasivo.
 
Proyecciones privadas.

 
Lo más interesante de la cinta de Zimmerman es el personaje de Binford, sin lugar a dudas, más allá de sus esperpénticos crímenes (que suscitan cuanto menos una sonrisa). Al hacernos partícipes de su delirio, es difícil no ponerse de su parte en sus repetidas masacres. Es incapaz de comprender que la gente ignore sus saberes inútiles y enciclopédicos sobre cine (la película favorita de Hitler, las películas que estaba viendo Lee Harvey Oswald cuando fue arrestado, el apartamento en el que vivieron Marilyn y más tarde Sharon Tate, etc.). Plantea acertijos cinéfilos allá por donde va, a compañeros de trabajo y a desconocidos, anticipando los juegos cinéfilos de Soñadores. Dos escenas nos muestran a las claras su personalidad: la visita a la tienda de artículos de cine, en la que es un viejo conocido que despierta algo de piedad, y su patética masturbación pensando en Marilyn (en la auténtica y en la ficticia). Es un personaje que está muy solo a lo largo de la película, sin contrarresto, a lo que claramente contribuyen las mediocres interpretaciones del resto del reparto (salvo quizá Mickey Rourke en un breve papel de perdonavidas). No existe la dualidad, homoerótica y misógina, que conforman Pedro P. y José Sirgado, dos caras de una misma moneda, una de la fantasía y el genio, la otra de la resignación y el pragmatismo. 
 
 
Personajes en los márgenes.

 
Incluso en el final también confluyen ambas películas. Las dos plantean como única resolución la desaparición a través del cine. En Arrebato de una forma más metafísica, con la desaparición de los personajes del mundo real para pasar a vivir en las sombras del cine proyectado. En Fade to black de una forma más directa y violenta, incluso zafia se diría, con el asesino siendo tiroteado en el tejado de un cine, acorralado por la policía, a la manera de un scarface cualquiera. Sin embargo, quizá uno de los momentos en los que la cinta de Zimmerman roza las alturas que alcanza la película de Zulueta se encuentra en la escena en la que Binford muestra su desesperación ante la pantalla en blanco del cine, a modo de un límite que le impide integrarse plenamente en su fantasía paralela. En fin, en ambas películas la causa de la muerte está clara: exceso de cinefilia.

lunes, 10 de mayo de 2021

HOMENATGE A NORUEGA D'UN VOLATISTA

Homenatge a Noruega

Primera setmana de juny de 1992. Les vacances escolars estan a la vora i l'estiu comença a apuntar amb la seua calor sahariana i la seua llum implacable. És any de fastos olímpics i exposicions universals, amb els quals una Espanya desitjosa de reconeixement internacional pretén dir en el fòrum de les nacions que ella també és moderna. Però la nostra ciutat ruïnosa ha quedat relegada de la festa. Els edificis del centre històric cauen a trossos sota una llum monumental, els ionquis han pres places estratègiques i jo a penes tinc 8 anys.

Lluís Puig, el president de la Unió Ciclista Internacional, ha tingut una idea genial. Com a bon exponent del règim passat, no pot permetre que els socialistes hagen relegat a València al paper de mera comparsa. Ni tan sols és dama d'honor en aquestes noces reials que uneixen a la Barcelona de Maragall amb la Sevilla de Felipe. Alguna cosa calia fer. I encara que sone massa fantasiós, Lluís Puig ha contactat amb els millors rellotgers suïssos, experts en cronometratge del mundial de ciclisme, i ha aconseguit portar del passat als grans ciclistes de fa unes dècades.

En la Sala de Contractació de la Llotja, els ciclistes del passat llueixen eternament joves, amb bicicletes antigues que semblen joguets nous en l'aparador. Al costat de les columnes helicoidals d'aquest temple del comerç els massatgistes modelen, acarien i sacsen les cames dels grans ciclistes. La penetrant olor a liniment sembla espantar fins i tot a les gàrgoles de la façana. Els espectadors ronden curiosos a l'interior com mesos abans el feren en l'Exposició del Ninot. 

Fausto Coppi, rescatat de 1952, llueix uns calçons massa curts, que deixen a l'aire unes cuixes de flamenc desnodrit. Per part seua, Jacques Anquetil, tret de 1962, es repentina, exhibint la seua aura d'estrela de cinema i la seua ombra de drogaddicte. Eddy Merckx, recentment aplegat des de 1972, sembla un xicon golut que assaja una ganyota de disgust quan li lleven de la vista els gelats i les llepolies. El seu contrapunt és Hinault. Aterrat des de 1982, li agradaria mostrar-se més fred i desdenyós amb el públic, però el seu aire de Joe Pesci bretó li traeix. De totes formes, les mirades estan totes posades en Miguel Induráin, el corredor del present. Fort, de pell morena ja, és un corredor de consens, i el poc públic - València mai ha sigut una ciutat ciclista - observa els seus lents moviments amb adoració litúrgica. Els maillots de marques comercials dels corredors revitalitzen aquest temple dels diners, convertit amb el pas del temps en lloc d'intercanvi ociós de cromos i segells. 

La idea de Lluís Puig no és destarifada: dirimir en una crono el millor ciclista de tots els temps. Però els viatges temporals han creat lleugers canvis en la realitat històrica. La regió ha acabat dient-se País, la senyera no té blau i la nova alcaldessa és una fusió de Rita Barberà i González Lizondo, ara eximis "catalufos". Tot no podia eixir bé, ha de pensar Puig.  L'eixida tindrà lloc entre la Llotja i el Mercat, i després de donar una volta per carrerons colpejats pel sol, amb tàpies amb retalls de cartells i pintades polítiques, eixiran al camp obert de l'horta, terreny de la València fruitera i costumista, per finalitzar, després de passar pels barris de l'extrarradi, en la mateixa Plaça del País Valencià. 

Mon pare ha aparcat el cotxe en el carrer dels Eixarchs i em du de la mà fins la tanca. Encaixe les galtes entre els barrots i assenyale als ciclistes. El meu germà ens acompanya. Darrere nostre tenim la mole del Mercat, una ciutat dins de la ciutat, amb els seus carrers laberíntics i el seu particular microclima. La primera vegada que aní em va semblar un espectacle de colors i olors, alguns massa potents. Ma mare i ma tia només compraven en els puestos de verdura i companatge, no es fiaven de les pescateres. Poc abans havíem passat pel ritual de la compra de teles en una botiga pròxima. El venedor havia exhibit el gènere sobre la taula, amb el mateix orgull que un venedor de catifes perses. Ja dins del Mercat, em cridava l'atenció que a ma mare la saludaren en tots els puestos com si fóra de la família. "Què tal el teu home?". "Com van a l'escola els teus xiquets?". "Et coneixen d'alguna cosa?", preguntí jo després. "No", digué ma mare.  

A vegades pense que els meus pares m'han criat com si fóra la xiqueta que esperaven. Sempre he sigut el que es constipa, el que inventa històries per a no menjar, el que no creix, amb la qual cosa han acabat tractant-me amb més subtilesa. Ara, passat el temps, ho agraïsc. Amb el meu germà major tot ha sigut rudesa, exigència i responsabilitat. A mi em deixen al meu aire, valorant que passe el temps en els núvols, apardalat o dibuixant. Es demoren pentinant-me el cabell laci color mel, que em cau sobre la front a la manera d'un casc. Em trien roba conjuntada en els centres comercials. I com el meu pare ha detectat em mi certa tendència a l'observació (que es podria confondre fàcilment amb ximpleria), m'ha introduit ben prompte en el ciclisme. No m'agrada el futbol: una vegada en Mestalla només vaig veure cames del públic i em vaig cansar d'estar tanta estona dempeus. En canvi, en les eixides del ciclisme hi ha molta expectació, els maillots són de molts colors, les bicicletes molt fines i, quan arribem a casa, podem seguir el viatge dels ciclistes per la tele. 

Els ciclistes ja han eixit, un a un. Els imagine lluny d'aquesta València de cases sense pintar i palaus a punt d'enfonsar-se, amb plantes salvatges en els cornises i sargantanes sobre els escuts heràldics de les portes. Aniran ja camí de les pedanies. Per arribar a algunes d'elles cal passar per antics camins plens de fem en les cunetes, flanquejats d'automòbils desballestats i alqueries ocupades per gitanos. Experimente un sentiment simple i infantil de pietat al veure als xiquets gitanos caminant entre els enderrocs, entre llavadores i televisors rebentats, seminús, amb els cabells bruts i esvalotats. Malgrat tot, pense amb ingenuitat que ells tenen la sort de no haver  d'anar a l'escola. En travessar el camí fondo, es veuen ja les piteres que anuncien l'arribada a la pedania dels meus avis materns. Són llauradors, catòlics i parlen valencià. A vegades em costa entendre'ls. El iaio ja ha d'estar en la portalà de casa, una gran alqueria que ni tan sols és propietat seua, encara és del senyoret. No obstant això, el iaio actua com tot un patriarca, com un Corleone: la meua mare i els meus oncles li parlen de vosté. El pare, la mare, diuen. Es veu poc la tele en casa dels meus avis i en canvi es va molt a missa. Es giten a les nou i mitja i s'alcen molt prompte, abans de que isca el sol. El meu iaio té les mans dures i grans, clivellades. Quan es giten a la migdiada, podem posar la tele, perquè a la seua casa es veu TV3 i fan l'Arale. M'agrada la paella que fa la meua iaia

Coppi ja ha arribat a la casa dels meus altres avis, el pares de mon pare. Viuen prop de Vivers, en un barri de la baixa burgesia d'oficinistes i administratius. Este altre iaio meu és republicà i mai l'he vist a missa, excepte en algun bateig o comunió. Espera sempre en les últimes bancades de l'església. En realitat els meus avis són les dues espanyes i els meus pares la transició. En casa dels meus avis la tele sempre està encesa: a la meua iaia li agrada Joaquín Prats i El precio justo. El meu iaio és escandalós, li agraden els acudits. Va patir la guerra i encara más la posguerra. Potser arrossegue el dolor d'algun amic mort en la guerra o fins i tot alguna cosa pitjor: l'assassinat d'algú com ell, de la seua mateixa edat, en la fredor del front de batalla. El veig saludant als ciclistes des de la vorera de l'hípica, junt a les cavallerisses on bufen i es mouen nerviosos els cavalls. Sempre fa una bona pudor a merda en eixa vorera, però m'agrada passar per ella. La meua iaia saluda des de la finestra: a vegades li abelleix descansar d'un home tan acaparador d'atenció com el meu iaio

Finalment els ciclistes arriben, un a un, baix el balcó de l'ajuntament, on es localitza la meta. Els temps assenyalen que ha guanyat Induráin, per davant d'Anquetil, Merckx, Hinault i Coppi. Però les autoritats locals s'han reservat una sorpresa. Han triat un jurat perquè determine el guanyador segons criteris subjectius. El jurat està compost per cinc membres representatius de la societat i la cultura valenciana: Joan Fuster, Joan Monleon, Ximo Bayo, Rosita Amores i Rafael Conde "El Titi". Els cinc estan en el balcó de l'ajuntament, observant com un jurat d'un número de gimnàstica. 

Comencen les deliberacions. Fuster assenyala que és impossible atorgar un únic guanyador, perquè cada ciclista corre segons les condicions socials del seu temps. Però al seu rigor monacal li traeix la seua vessant de vividor i canalla, decantant-se per Anquetil i els seus cigarrets: sempre ha sigut un amant d'allò francés i en el normand veu ressuscitat l'esperit de Montaigne (i una mica de Sade). Monleon fa diversos acudits sobre els culs dels ciclistes i les ganyotes d'esforç, per finalment decidir-se per Hinault. Li sembla que és el que té més cara de valencianot. En realitat li recorda a un estibador de Natzaret o un jove que espera amb ansia el seu gran got d'orxata amb fartons en La Holandesa. Ximo Bayo es decanta decididament per Induráin, sense titubejos. És amant de la modernitat i per tant no pot deixar escapar el detall que el rítmic pedaleig del navarrés seria el que millor acoblaria amb un fons de música makina. Aplega el moment de Rosita Amores i la cabaretera el té claríssim. Els dos ulls grans de Coppi, dos ulls de granota, dos ulls de posguerra, han vist la fam, la desesperació i la guerra, i han despertat la vessant maternal de Rosita. Són els ulls d'un antic xiquet que ha mamat poc, els ulls d'un home que només podría saciar-se entre dues grans mamelles. Finalment el Titi dictamina el seu veredicte. "El ganador es Mers", diu amb desimboltura. Els seus ulls negres, d'espesses celles, li fan recordar a un cosí seu d'Albacete, uno molt guapo, diu, que anava per a torero i acabà sent mecànic. 

Ha sigut impossible establir un únic guanyador: Lluís Puig haurà de repartir cinc bandes d'honor, exclusivament quatribarrades, com si foren falleres. De fet les falleres estan allà, avorrides i cansades, repartint els rams de flors i els besos en les galtes (era un altre temps). Rita Barberà Lizondo aplaudeix satisfeta des del balcó, ensordint amb el seu batre de mans el rumor del públic que escampa. El sol comença a ocultar-se darrere dels edificis de la plaça. Tocarà tornar a pel cotxe, per veure si encara està en el seu lloc o almenys no li han llevat les rodes: havíem aparcat el Fiat Uno amb temeritat en la frontera del barri xino. Però encara hi ha temps (no és això un somni?), pare, encara tenim temps, podem aturar-nos una mica en el kiosk del cantó, on venen premsa extrangera. Potser ja estiga el nou número del Vélo.  

sábado, 24 de abril de 2021

DIARIO DEL CONFINAMIENTO

Pasado un año, comparto estos escritos realizados durante los meses más duros, de abril a julio. De la desesperación del primer momento a la paulatina relajación posterior, en la que van aflorando otros temas (el dibujo, el ciclismo, los libros), finalizando con la definitiva salida al exterior: 

 

Al igual que en el amor emerge un elemento biológico innegable, aquel contra el que no se puede luchar, los días actuales recuerdan nuestro carácter material y perecedero. Somos carne. Carne que morirá, que se pudrirá, que desaparecerá. Y detrás dejaremos un rastro de recuerdos, objetos y virus. 

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El goteo. El recuento. Las estadísticas. A diario vamos sumando. A diario el cerco se estrecha y se piensa "hasta cuándo". De golpe todo es transitorio, todo es nimio, todo ha dejado de tener relevancia. Encerrados, atemorizados, los días pasan hasta que nos toque volver a un mundo que ya no será igual al de antes. Un mundo en el que el contacto, las caricias, las cercanías e incluso las multitudes desaparecerán. Se han caído las máscaras de golpe y no queda nada detrás, solo un vacío. Ya no reconoceré la calle de mi infancia en esta primavera. 

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Cuando se acaba la algarabía puedo salir al balcón. No sé por qué no estoy hecho para el bullicio y la gente. Cada uno respira en su cubículo, con las luces encendidas todavía (no es más que la hora de la cena). Pero desde aquí se ven las estrellas, aunque no la calle, y se percibe el silencio que se extiende por las calles y por la ciudad entera. Pienso que podría extender los brazos hasta tocar el límite del edificio, su parte superior. 

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No podría entender la vida sin la posibilidad de reproducir el mundo sobre el papel mediante unos trazos. Es un esfuerzo continuo, guiado por la admiración a los maestros y el sentido de emulación. Lo importante, el punto decisivo en el que se juega todo un dibujo, es quizá el sutil equilibrio entre la precisión y la libertad del trazo, es decir, entre la cercanía al objeto y el distanciamiento del mismo. 

El buen dibujante, el buen artista en resumen, es aquel que logra reproducir los detalles al mismo tiempo que sabe imprimir su sello personal sobre la realidad. Aquel que se pliega fiel ante la realidad y que, al mismo tiempo, es capaz de reproducir una realidad propia, con todos aquellos elementos que lo hacen verosímil, siguiendo simplemente lo que dicta la imagen mental que tenía en su interior. Cualquier artista, incluso el más elevado, está sujeto a ese doble impulso, contradictorio, que lo empuja en direcciones opuestas como un par de caballos que intentasen descoyuntar las extremidades de un reo. Un doble impulso entre quietud y acción, entre experiencia e intuición. Incluso el creador más subjetivo parte de un bagaje de instantáneas grabadas por su ojo. Incluso el reproductor más fiel de la realidad es incapaz de evitar dejar algo de su personalidad, de su subjetividad inalienable, en aquello que pinta. 

De igual forma sucede al escritor, porque, como decían los antiguos, en el juego de las palabras hay mucho de escenario e imagen. Es difícil que el escritor no coloree, no juegue con determinadas formas que le son gratas al ojo, pues ojos y oídos son los sentidos básicos que ayudan a construir la realidad y por tanto, las herramientas imprescindibles para construir el castillo inestable, el castillo de arena, que es toda escritura. 

Todo concierta en un punto: construir el mundo, reproducirlo, lograr aludir de alguna forma a su impasible trascurrir y a las también inevitables repeticiones y analogías. El ojo del buen pintor, el ojo del buen escritor, debe fijarse precisamente en eso.

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¿Cómo presentar los colores a alguien que no puede ver? ¿Cómo definir siquiera el concepto de color a alguien que no puede ver? Para eso deberían servir las palabras, para contener en sí la posibilidad de lo inconcebible. El color sería así, para alguien sin vista, una cualidad que llena los objetos. O mejor dicho, la calidez o frialdad de cada objeto, mostrada como una variación o efecto ante la luz.

¿Cómo definir la música a alguien que no puede oír? ¿Una vibración? ¿Una vibración que varía de intensidad? El color: una reacción ante la luz, que puede causar placer por su calidez o frialdad, por su temperatura. El sonido: una vibración, que puede causar placer por su intensidad.

El color puede sonar como madera, como metal, como cuerdas, como tela percutida, tiene una textura concreta. La sombra incide en la gravedad, la luz en la agudeza. Los colores cálidos suenan a madera, a cuerda, los colores fríos a metal. 

El sonido puede explicarse a la inversa. La música, con sus ritmos, sería una cascada de colores prolongada en el tiempo, un segmento de vida dominado por la sucesión de colores. 

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¿Por qué pudiendo elegir, conformarse con este erial? El cine, el ciclismo, el arte, son excusas para poder viajar, para abismarse en la contemplación de otras realidades mediante un lenguaje universal. A las que se tiene acceso gracias a un lenguaje universal, compartido. La imagen no necesita muchas interpretaciones localistas, el lenguaje del deporte se resume en ganar. ¿Por qué la literatura debe ser diferente? Soy incapaz de valorar los esfuerzos prolongados de la literatura local. ¿Quién está a la altura? Cernuda, Gil de Biedma, Chirbes, quizá Cunqueiro, quizá Lorca. Algo de Delibes, La colmena de Cela, algo de Valle-Inclán. Los demás podrían desaparecer de un plumazo, de un soplo. Un mal viento.

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Tan solo es un deporte, me digo, un simple pasatiempo. ¿Cómo puede ser que esta larga marcha por el desierto se esté haciendo tan larga? Ahora que parece que la temporada se retomará en una excepcional versión reducida, los meses que todavía quedan sin competición parece que van a ser los más largos. Hemos ido pasando de unas épocas a otras con las reposiciones. Empachados de Tours y Vueltas sacadas de fechas, removidos de nuevo por viejas afinidades adolescentes (abandonadas algunas de ellas como amores juveniles de los que nada se quiere saber ya), añoro la intensidad de las carreras en directo. No me reconozco cuando me confieso a mí mismo que necesito novedades (la promesa de Sagan en el Giro, la incertidumbre de alguna debacle no esperada, la frivolidad de ver a Froome con otro maillot), renegando de la historia. Cualquier noticia estúpida, cualquier debate sin sentido, cualquier apuesta sobre lo que sucederá, como una partida de dados lanzados sobre el tapiz verde de un paisaje alpino, es una promesa de que al menos las cosas reemprenderán su curso y podremos dejar de vivir de recuerditos, en este afán que nos ha dado a todos ahora por levantar acta y hacer listas "de los mejores". Yo, un asiudo a estos juegos, necesito la dosis de droga nueva ya. 

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Cualquier cosa, estoy dispuesto a admitir cualquier cosa, menos más náuseas y vértigos. No sé qué sucede en este 2020 en el que todo se ha puesto en contra. El covid-19 se ha llevado por delante la primavera y 48.000 vidas en España. Ha cambiado notablemente las rutinas de la gente, yo me he acostumbrado a trabajar desde casa, sin guía, sin indicaciones, en un salto al vacío que ha venido acompañado de una vuelta de las crisis de enero, aunque con mayor virulencia. Entonces eran ligeros mareos al levantarme, ahora han sido auténticos episodios de vértigos, en los que todo me da vueltas y apenas puedo levantarme de la cama. Un día apenas podía girar de lado la cabeza sin que me asaltasen las náuseas. He tenido largas noches de náuseas y vómitos. Sinceramente, no lo había pasado peor en mi vida. Cuando me viene un episodio me siento incapacitado por completo. Solo deseo que pase, intento concentrar toda mi fuerza mental en que pase, pero a veces dura horas y deja secuelas, en el sentido de que los momentos normales también están marcados por el aturdimiento y la pesadez de estómago. En resumen, no lo estoy pasando bien. Pero creo que todo esto me está sirviendo para ser más positivo, para ser paciente, para acostumbrarme a que lo malo no dura siempre. También necesito cosas nuevas que leer o que mirar. No intuía que esto iba a ser tan duro. 

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Hemos asumido que ha llegado el momento de retomar la vida allí donde la dejamos, aunque yo soy todavía un poco reacio a recuperar un contacto pleno con la gente. ¿Estaré siendo demasiado prudente? Me limito a pasear y he recuperado el viejo vicio de entrar en librerías sin comprar. Como si fuese una prolongación de la lectura, o más bien un simple aperitivo o sustitutivo, me limito a leer los lomos de las estanterías. Hoy he dado un largo paseo, aprovechando el prolongado atardecer de estos días de junio. Valencia me ha parecido hoy especialmente hermosa, porque en realidad cualquier ciudad con árboles al atardecer lo es. Las copas ligeramente doradas, el suave levante, la orilla del río como un alargado bulevar perdiéndose en el horizonte...Me ha recordado a otras ciudades, a otros paseos, como aquel que dimos en Rotterdam, siguiendo la desembocadura del Rin, o aquel otro por el corso Ercole d'Este de Ferrara. También en Japón, en China, en Chile, en Estados Unidos, habrá atardeceres así, y edificios así. Todo el mundo me ha parecido unido durante un instante, partícipe de unos elementos comunes, unos detalles asociados a la belleza y al simple discurrir de los días. 

Ya no soy el que era. Los días se van sucediendo, la ciudad va imperceptiblemente cambiando hasta en sus detalles más insignificantes. Todavía quedan muchos lugares del mundo que no conozco, aunque intuyo que en ellos podré encontrar estos mismos signos que invitan al reconocimiento, a pensar en una unidad. En esa unidad se funden no solo espacios separados entre sí, sino también vivencias y recuerdos. Quizá soy demasiado sensible y por ello recuerdo esos paseos silenciosos en otros lugares, dados con gente con la que me siento a gusto, con la que sé que no resultaré agredido, o incomprendido, o minusvalorado. Sé que estas cosas, esos paisajes que se confunden y que aluden a una realidad primigénea, a una belleza extendida por doquier y que no es otra cosa que la esencia del mundo, no es algo perceptible para todos. Aunque tengo el convencimiento de que cualquiera, si deja que hable su interior, puede sentirse conmovido por cosas así, por aspectos tan simples de la vida como un sol particular incidiendo sobre la naturaleza o la ciudad. Una determinada luz que remitía a otros lugares, vista en otros paisajes y otras ciudades. Disfrutar de un paseo silencioso, asombrado ante el descubrimiento de cómo lo ya conocido (la naturaleza, sus leyes, el paso del tiempo y de la luz) incide sobre lo recién conocido de un nuevo paisaje. 

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Han llegado las vacaciones, después de un parón de meses, acompañadas de una sensación de irrealidad. Perdidos los puntos de referencia habituales, siento que no tengo nada que hacer. Tocaría salir ya, mezclarse, dejar ya de tener ocupado el sofá de la tele, ver el exterior. Ya he salido, ya he dado alguna vuelta, pero se requiere algo más. Salir plenamente. 

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Me gustaría hablar sobre ciclismo, pero mirando más allá de los retos personales de superación de cada uno, las concentraciones de la "peña" y las recurrentes subidas al puerto más cercano. Twitter y la charla semanal de la radio son la vía de comunicación, el club de encuentro, pero en realidad no se trata tanto de un club de practicantes como de un club de aficionados. Así me gustaría que fuese. Porque amo el ciclismo profesional, me entusiasma a pesar de sus sombras, pero me interesan bien poco las aventuras de superación de cada uno, y todavía menos los piques personales el sábado en la grupeta. 

viernes, 22 de enero de 2021

CINCO LIBROS

Hay obras de arte en las que uno desearía vivir para siempre. Hay novelas que querría habitar, dando consistencia real y precisa a los lugares y momentos que las palabras sugieren. También hay imágenes que querría dilatar en el tiempo, dotando a sus figuras del desarrollo temporal del que carecen. Desear ser uno más de los personajes que pueblan ciertas películas, quedando fijado en el celuloide como un fotograma descartado que, de pronto, vuelve a incorporarse a la cinta. O simplemente desear vivir en esos mundos sin forma a los que a veces conduce la música. Hace unos años, a propósito de mi trigésimo cumpleaños, elaboré un breve listado de 30 objetos y lugares, libros, películas, pinturas, discos, lugares y programas de televisión, que habían marcado mi vida. Ahora, pasado un cierto tiempo, he decidido volver sobre esa lista. Pero como soy perezoso y un tanto vago, lo he hecho solo sobre los libros, los cinco libros que escogí. Quizá dentro de un tiempo me anime con las películas y con las obras de arte.

La metamorfosis (Franz Kafka, 1912). Escojo este libro de Kafka por ser el primero que leí; de hecho, se trató del primer libro “de mayores” que leí voluntariamente, con catorce años. Pero bien podría haber escogido cualquier otro suyo, o incluso la monumental biografía que le dedició Reiner Stach, porque más que el libro en sí lo que me acabó fascinando fue el autor que se camuflaba tras la sombría historia que narraba. Reflejaba en ella un mundo extraño y a la vez familiar. ¿Cómo alguien podría escribir algo tan cercano y al mismo tiempo tan monstruoso, de una forma tan simple, a la vez distanciada y tierna? Kafka me hablaba de algo muy íntimo: de la extrañeza de ser distinto, del narcisismo que ello comporta, de la incapacidad para comunicarse realmente con los otros, de la imposibilidad de ser por completo entendido. Kafka se convirtió en un modelo y en una advertencia a partir de la cual juzgar mi propia vida. Un tipo muy severo consigo mismo, muy autoexigente con su arte, pero que en realidad no se tomaba muy en serio, siendo tan humilde que se consideraba alguien diminuto, invisible. En sus sucesivas obras, la mayor parte inacabadas, encontré siempre la voz un tanto liberadora y juguetona de un hombre-niño que teme que todos sus proyectos vitales sean saboteados por fuerzas oscuras.

El castillo blanco (también conocido como El astrólogo y el sultán) (Orhan Pamuk, 1986). Orhan Pamuk fue mi “segundo descubrimiento” de la literatura de adultos. Como sucediese con Kafka, su libro llegó a mis manos por circunstancias azarosas, lo que lo alejaba de formar parte de la literatura escolar obligatoria y lo convertía de inmediato en “uno de los míos”. Ese turco de gafas de metal, todavía joven para ser un escritor, me miraba desde la contraportada con una sonrisa demasiado cómplice que contradecía lo siniestro de su relato, la sonrisa propia de un gato. El relato daba vueltas en torno al miedo y al deseo de encontrar un doble, lo que suscitaba crueldades y narcisismos. En mi cabeza abrió la puerta a la fascinación por la ciudad Estambul. En sus posteriores libros he encontrado siempre esa misma voz cómplice, la propia del que cuenta algo guiñándote un ojo, siempre consciente de las debilidades del hombre, de sus pequeñas mezquindades, y también de la fascinación que pueden suscitar los paisajes abandonados, las historias de derrumbe personal, los viejos imperios caídos.

La montaña mágica (Thomas Mann, 1924). El libro de Thomas Mann cayó en un segundo asalto, después de luchar sin éxito contra una primera traducción excesivamente farragosa. Sin embargo, con la traducción de Isabel García Adánez encontré un libro fascinante, simple y de prosa ligera, una Bildungsroman de aprendizaje y amor, pero también de enfermedad y muerte. Hans Castorp queda hechizado en la montaña, atrapado por sus engañosos placeres, cuando en realidad hace de su enamoramiento y de su enfermedad un subterfugio para evitar avanzar. Es fácil quedar prendado por ese mundo de chaise-longues y conversaciones de altos vuelos, por ese invierno eterno, en el que el propio Castorp se envuelve de forma consciente, para evitar asumir responsabilidades, para esquivar las propias inclinaciones. En realidad la novela es una gran advertencia: en el arte, en el amor y en las ideas hay un poso de estatismo que conduce a la muerte.

Poemas de Álvaro de Campos (Fernando Pessoa). Descreido y provocativo, melacólico y decadente, este heterónimo de Pessoa es el que me resulta más afín. En realidad tiendo a pensar que Campos es el más Pessoa de los heterónimos, aunque nunca se puede estar seguro con el gran embaucador portugués. Pessoa al final acabó arrastrándome a su mundo de espejos y de escritores inventados que se cartean entre ellos. Hablaba con voz cálida a mi capacidad acomodaticia, a mi voluntad continua de transformarme, de ser otro, muchas veces simplemente por agraciar a los demás. En el victimismo y el tono asocial de Campos habita la voz de un poeta hipersensible, que rehuye la sociedad y se distancia de ella por miedo a ser herido; alguien que levanta frente a sus conciudadanos una barrera defensiva, que le empujaba a ver todo tras un cristal, como un niño enfermo que mira desde su habitación a los otros niños jugar.

La literatura nazi en América (Roberto Bolaño, 1996). Fui muy reticente en un principio con Bolaño. El hecho de estar de moda, al menos en la primera década del siglo, me hacía mantenerme alerta: hasta que leí casi de un tirón en la biblioteca de Orihuela “Una novelita lumpen”. En la literatura del chileno tenían cabida el realismo sórdido y los altos vuelos alucinados de alguien drogado o con excesivas lecturas de historia. Sus personajes están modelados más a partir de otros libros que de la propia realidad. De todos sus libros, este es sobre el que vuelvo de tanto en tanto; creado a modo de un diccionario de biografías inventadas, invita a abrilo al azar. Bolaño inventa vidas de poetas sudamericanos fascistas, vidas desasosegantes a la par que divertidas, en las que late la irracionalidad de una ideología monstruosa, aderezada con breves destellos de ciencia-ficción.