domingo, 12 de marzo de 2017

BARCOS

La escena tiene lugar en un atardecer anaranjado. En el lado izquierdo de la pintura, avanzando quizá con lentitud, destacando sobre los tonos violáceos de un cielo ya ganado para la oscuridad, un barco de vapor arrastra a un barco de vela. Su trayectoria es ligeramente diagonal, descendente. Los logros de la revolución industrial arrastran hacia el olvido las reliquias del Ancien Régime. William Turner representa así, en El Temerario conducido al desguace, la sustitución de lo viejo por lo nuevo, mediante una simple y evidente metáfora de temática naval.

El Temerario conducido al desguace, William Turner, 1839

Como medio de transporte que ha quedado obsoleto, el barco ha funcionado en el cine como referencia a tiempos pasados con algo de nostalgia. Así se da con el buque Gloria N. de E la nave va de Fellini, un barco de atrezzo que ejemplifica una Europa, la anterior a 1914, que se va a pique con toda su elegancia y arte a cuestas. En esta última gran obra del maestro italiano, el arte es incapaz de impedir la destrucción. Pero también son símbolos de una Europa decadente los cruceros por el Mediterráneo de Oliveira y Godard en Un filme falado y Film socialisme respectivamente. El primero desde su sencillez hierática, el segundo desde su falsa complejidad de capas superpuestas, muestran sendos viajes a través de la cultura occidental, con sus logros uno y sus heridas el otro.  En los dos casos con la sensación de viaje entre los restos de un naufragio. 

El viaje propuesto por Oliveira parte de Lisboa y se dirige hacia la India, haciendo escala en Marsella, Nápoles, Atenas, Egipto y Adén, aunque quedará interrumpido. A lo largo de la travesía una madre historiadora (Leonor Silveira) enseña a su hija los grandes lugares de las civilizaciones del Mediterráneo: Pompeya, la Acrópolis de Atenas, las pirámides de Giza. En cada una de las escalas se embarcan actrices y cantantes reconocidas (Catherine Deneuve, Stefania Sandrelli, Irene Papas), interpretándose a sí mismas. Es en el mundo ideal de la travesía marítima en el que las viajeras se entienden entre sí, independientemente de la lengua que hablen. El viaje es didáctico, marcado por la oralidad a la que alude el título de la película; un viaje sencillo aunque no simple.

También Angelopoulos propone en La mirada de Ulises un viaje fluvial por los Balcanes, uniendo países muchas veces enfrentados y con un pasado dramático. De la comparación de ambas películas se puede extraer una conclusión apresurada y contradictoria: los mares unen pero los ríos pueden marcar fronteras. La película antes mentada de Fellini nos recuerda por su parte que los barcos permiten viajar de puerto a puerto, transportando ideas y mercancías valiosas, incluso las cenizas de una cantante de ópera (en clara referencia a la Callas), pero también pueden llevar cañones.

El mar también ha funcionado muchas veces como amenaza maléfica, como territorio de monstruos y peligros. Allí habitan o de allí vienen el cíclope Polifemo, los calamares gigantes de Jules Verne, incluso el monstruo Godzilla...Ese mal puede llegar a atracar en el puerto, en la forma de un barco fantasma como el de Nosferatu, con un único cargamento de peste y muerte. Pero también el barco puede ser el medio con el que los intrépidos se enfrentan a la bestia marina. Así sucede en Jaws de Spielberg y en Life Aquatic de Wes Anderson, en esta última con cierta ironía no exenta de melancolía. 

Por último, el barco tuvo su protagonismo estelar en la historia desde 1870 a 1914, cuando los transatlánticos permitieron la navegación entre Europa y los nuevos continentes, aliviando a Europa del exceso demográfico y contribuyendo al crecimiento de países emergentes como Estados Unidos, Brasil o Argentina. Fue el periodo del sueño de América, tierra de oportunidades que en la literatura fue descrita en El desaparecido (Der Verschollenepor Kafka desde la pura imaginación. Esta novela, su primera obra inconclusa, tiene un arranque magistral en un barco con el capítulo de El fogonero (Der Heizer), un capítulo que funciona de modo independiente y en el que el desvalido héroe Karl Rossmann se queda solo en el barco, en sus profundidades da con la figura paterna y tierna del fogonero, antes de ser devuelto de forma sorprendente y abrupta al mundo social al que pertenece. La pareja Straub-Huillet, con su cine no siempre benevolente con el espectador, llevó esta obra al cine en Klassenverhältnisse, radiografiando el proceso de degradación social del personaje de Kafka desde una óptica por completo despersonalizada

El fogonero tiene lugar enfrente de una Estatua de la Libertad que no porta una antorcha sino una espada, aunque en el relato poco hay del exterior (tan solo un breve apunte final, casi propio de un relato de aventuras) y sí mucho de estrechos pasillos, camarotes lóbregos y amplios salones para los capitanes. Aunque si se piensa en las migraciones marítimas, sin duda viene al recuerdo la prodigiosa escena de la isla de Ellis de The Godfather II, desarrollada frente a la consabida estatua, reflejada en el triste ventanal al que se asoma el taciturno niño Corleone. O también se puede pensar en el precedente de la película de Coppola, la monumental America, America de Elia Kazan, en la que la isla de Ellis es la última escala del joven griego Stavros, huyendo de su Anatolia natal. O quizá, por qué no, en el barco abarrotado de inmigrantes albaneses de camino a Italia en Lamerica de Gianni Amelio, que tantos paralelismos traza con el momento actual. 

Nosferatu (Friedrich Wilhelm Murnau, 1922)

América, América (Elia Kazan, 1963)

Film socialisme (Jean-Luc Godard, 2010)

El Padrino II (Francis Ford Coppola, 1974)

E la nave va (Federico Fellini, 1983)

Ben Hur (William Wyler, 1959)


Una película hablada (Manoel de Oliveira, 2003)

La mirada de Ulises (Theo Angelopoulos, 1995)
Tiburón (Steven Spielberg, 1975)

Fitzcarraldo (Werner Herzog, 1981)
 

Satiricón (Federico Fellini, 1969)
Master and Commander (Peter Weir, 2003)

Lamerica (Gianni Amelio, 1994)

Life Aquatic (Wes Anderson, 2004)
Acorazado Potemkin (Sergei Eisenstein, 1925) 
Relaciones de clase (Jean-Marie Straub y Danièle Huillet, 1984) 

Los vikingos (Richard Fleischer, 1958)

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