lunes, 13 de agosto de 2018

RÍOS Y LAGOS

El carácter benefactor de los ríos ha sido uno de los aspectos de los que el arte desde un primer momento se dio cuenta. El río era portador de riquezas y abundancia y en sus orillas se desarrollaba la vida. De hecho, la civilización surgió junto a los ríos. Pero también el río podía sembrar el caos con una crecida incontrolada. El río, como fuerza de la naturaleza poderosa, caprichosa y dominante, fue por ello objeto de una personificación, como si de un dios más se tratase, de poderosa musculatura, largas barbas y deseos volubles, rodeado de ninfas y cornucopias. Así aparece el Nilo en las esculturas helenísticas y el Danubio en la Columna Trajana, tema que se mantuvo, con todo su valor propagandístico pero con el elemento devocional rebajado, en los conjuntos escultóricos del Barroco. En ellos, Bernini no pretende exaltar la fuerza descomunal de los ríos sino la de la Iglesia que los domina. Aunque los escultores de la Columna Trajana, de manera semejante, ubicaron a la personificación del Danubio en la parte inferior del ciclo, como un gigante aplastado por el peso de la tira interminable de legiones romanas.

Alegoría del Nilo, siglo I-II d.C.


Columna Trajana (detalle), 113 d.C.

Fuente de los cuatro ríos, Plaza Navona, Gianlorenzo Bernini, 1648 - 1651.
Por otra parte, en la mitología grecolatina aparece también la noción de agua estancada, de agua que no fluye y que por tanto no aporta vida. Los ríos que separan el mundo de los vivos del mundo de los muertos confluyen formando una laguna estancada y cenagosa, la laguna Estigia. La que la tradición a partir de Virgilio señala que se debía atravesar en la barca de Caronte. Tema que ha dado lugar a incontables obras artísticas.

La barca de Dante, Eugène Delacroix, 1822.
La laguna Estigia, Félix Resurrección Hidalgo, 1887.

El paso de la laguna Estigia, Joachim Patinir, 1519 - 1524

Con el paso de los siglos, lagos y ríos sirvieron de tema a los artistas para mostrar mediante ellos sus habilidades. De esta forma, los artistas del Barroco se sirvieron de las superficies del agua para mostrar toda una galería de luces doradas. Posteriormente, durante el periodo de los vedutisti, los ríos eran el aderezo perfecto a las minuciosas vistas urbanas. Con la llegada de la modernidad artística, los ríos y los estanques sirvieron para captar con todos sus matices los efectos cambiantes de la luz sobre la superficie del agua y más tarde, con la llegada del siglo XX, esos mismos paisajes fueron adquiriendo un toque más sobrio, más geométrico, más abstracto.

La virgen del canciller Rolin (detalle), Jan Van Eyck, 1435

Paisaje pastoril con río y pescadores, Claude Lorrain

El Tíber y el Castello di Sant'Angelo vistos desde el sur, Gaspar Van Wittel, 1710 - 1705. 

El lago de Thun con reflejos simétricos, Ferdinand Hodler, 1905

Teclas de piano, lago, Frantisek Kupka, 1909.

En el cine, la fascinación por los ríos ha tenido dos facetas. Por un lado, el río en su vertiente de fuerza de la naturaleza, incontrolable e irracional, ha propiciado relatos de aventuras. Por otro, el río ha constituido el marco perfecto de historias que se desarrollan en sus orillas. Los ríos del mundo, salvajes e inconmensurables, y los ríos europeos, acotados y domesticados. De la primera faceta tendríamos como ejemplos más alumbradores las aventuras amazónicas de Werner Herzog y también, cómo no, el río Mekong de Apocalypse Now. En ambos casos, el río funciona como una fuerza natural que arrastra a los hombres y hace sucumbir todos sus esfuerzos y ambiciones, de los que el río, con su poderoso fluir, no es más que un reflejo amplificado, desconcertante e incomprensible. En la aventura mental que propone Coppola - su última gran obra maestra - el río es "un cable que conecta directamente con Kurtz", es decir, un camino acuoso que, a la manera de la laguna Estigia, conduce hacia el otro lado, el de la inversión del mundo, la sinrazón y la locura. El horror, que susurra Marlon Brando. Un inframundo fotografiado a la perfección por Vittorio Storaro.

Aguirre, la cólera de Dios (Werner Herzog, 1971)

Fitzcarraldo (Werner Herzog, 1981)


Apocalyse now (Francis Ford Coppola, 1979)

Cartel de Apocalypse Now, Bob Peak.


En la otra faceta encontramos el río como marco para la vida, el río como elemento de atrezzo perfecto que dota a una historia de vitalidad y consistencia. Sin duda es el Valle de Abraham la película en la que el río juega un papel más importante en una trama de enredos humanos. Es el observador silencioso del crecimiento de esa Madame Bovary interpretada por Leonor Silveira, de su matrimonio sin amor, de sus aventuras extramatrimoniales y de su final. El Duero es una presencia invisible, un dios innombrable pero omnipresente en las sobremesas de una burguesía enriquecida por el comercio del vino, que se construye fastuosas villas en las colinas que caen en picado sobre sus aguas. Si el Duero tiene su película, también la tiene el Sena en L'Atalante y, aunque con menor relevancia y sensibilidad, el Tíber con La Grande Bellezza y el paseo cual flaneur del vividor interpretado por Toni Servillo.

Valle de Abraham (Manoel de Oliveira, 1994) 

L'Atalante (Jean Vigo, 1934)

La Grande Bellezza (Paolo Sorrentino, 2012)


El Támesis también tiene su protagonismo en el cine. Un Támesis industrial y gris aparece brevemente en La Naranja Mecánica, en el momento en que el joven violento Alex (Malcolm McDowell) comienza a recibir de su propia medicina después de ser víctima del agresivo método de reeducación Ludovico. En una ribera semejante, Woody Allen crea un plano muy logrado (algo bastante poco habitual en su cine) del anillo matrimonial, prueba delatora final, golpeando sobre la baranda de ese mismo Támesis que Claude Monet representase en tonos brumosos y crepusculares.

La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971)

Match point (Woody Allen, 2005)


Parlamento de Londres, Claude Monet, 1903.

Por su parte, los lagos han sido más lugares de muerte que de vida. En la zona lacustre del Agro Pontino se rodó la primera película slasher, Bahía de sangre, de Mario Bava, que tuvo su secuela norteamericana en Viernes 13. Aunque si hay una película en la que un lago tiene una especial trascendencia en la trama es El Padrino II, en la que el lago Tahoe presencia los momentos de esplendor de la familia Corleone al inicio del film y la prolongada caída, marcada por el asesinato del hermano Fredo al final, en un encadenado de asesinatos "útiles" que remite a la primera película de la saga. El lago es por tanto un lugar de celebración y muerte, un lugar del que no emergen los cuerpos.

Bahía de sangre (Mario Bava, 1971)

Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980)

El Padrino II (Francis Ford Coppola, 1974)


Ese tema macabro del cuerpo flotando sobre las aguas ha sido tratado por artistas y cineastas, con mayor o menor sensibilidad. Inspirándose en la pintura Ofelia de John-Everett Millais, Hitchock muestra también un cuerpo flotando sobre el río. Pero si en el prerrafaelismo la joven mantiene su belleza, a juego con la variedad y frondosidad de las orillas, que doblan sus ramas y hojas sobre el río, en la película de Hitchcock el cuadro que se muestra es más zafio, menos glorioso. Más morboso. Con el comentario irónico añadido de un discurso en las orillas del Támesis sobre la limpieza de las aguas. Ese cadáver flotante remite al coche sacado de la ciénaga del final de Psicosis.

Ofelia, John-Everett Millais, 1852.


Frenesí (Alfred Hitchcock, 1972)

Psicosis (Alfred Hitchcock, 1961)

Aunque las aguas y los lagos no son sólo territorio de muerte. Están asociados, cómo no, al disfrute de las vacaciones estivales, a la ociosidad que mueve a las aventuras sexuales. El lago de Annecy tiene su protagonismo singular en La Rodilla de Clara, como escenario, entre las montañas, de los deseos cuasi pederastas de un hombre maduro. Igualmente el lago de Garda aparece en Call me by your name como escenario de un breve momento de tregua en los compases iniciales de la relación amorosa de los dos protagonistas.

La rodilla de Clara (Eric Rohmer, 1970)

Call me by your name (Luca Guadagnino, 2017) 

Así pues, los aguas de ríos y lagos han aparecido en el cine como un reflejo de los propios miedos del hombre, de su escaso control de la naturaleza y de su sentimiento de inferioridad frente a ella. El río es así una fuerza poderosa y destructiva, que da la vida y la muerte, y ante la que el hombre tiene que doblegarse o en la que sólo puede sobrevivir mimetizándose con ella, camuflándose y volviéndose salvaje. Por otro, el río puede ser un territorio de orillas domesticadas, de laderas que dan a sus riberas transformadas en terrazas, o con puentes, avenidas y canales que amansan su fuerza irrefrenable y lo convierten en un silencioso observador del devenir humano.

Andrei Rublev (Andrei Tarkovski, 1966)

Una salida al campo (Jean Renoir,1936)

Defensa (John Boorman, 1972)

El cazador (Michael Cimino, 1978)

Acorralado (Ted Kotcheff, 1982)

Gato negro, gato blanco (Emir Kusturica, 1998) 

Breaking away (Peter Yates, 1979)

La misión (Roland Joffe, 1986)

La mirada de Ulises (Theo Angelopoulos, 1995)

Excalibur (John Boorman, 1981)

Un amour de jeunesse (Mia Hansen Love, 2011)
 



El desconocido del lago (Alain Guiraudie, 2014)


Mandy (Panos Cosmatos, 2018)

Los amantes crucificados (Kenji Mizoguchi, 1954)

Cuentos de la luna pálida (Kenji Mizoguchi, 1953)

La estrella azul (Javier Macipe, 2023)

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