miércoles, 5 de junio de 2024

EL CINE DE KIYOSHI KUROSAWA, UN CINE SOBRE LA DISOLUCIÓN

Cuatro películas quizá no sean suficientes para conocer la filmografía de un director, sobre todo si ese director ha rodado casi treinta películas desde los ochenta hasta nuestros días. Pero al menos los cuatro ejemplos escogidos del cine de Kiyoshi Kurosawa me han servido para encontrar ciertas constantes temáticas. En el cine de Kiyoshi Kurosawa (Kobe, 1959) conviven tragicomedias familiares, películas de suspense-horror e incluso dramas de época, lo que no impide encontrar algunos elementos comunes. Por ejemplo, el interés de Kiyoshi Kurosawa por los espacios decrépitos y contaminados, repletos de basura, como ejemplo de la desintegración, ya sea familiar, social o individual.  

Cure (1997) o la disolución de la voluntad

Sinopsis: El detective Takanabe (Koji Yakusho) comienza a investigar una serie de extraños asesinatos, regidos por un mismo patrón. Las víctimas presentan una herida de arma blanca en el pecho, con forma de X. Los asesinatos han sido cometidos por personas sin antecedentes, sin motivos para cometer los crímenes y sin ninguna vinculación aparente entre sí. Estas incertidumbres sumen al detective Takanabe en una creciente frustración. 



En un posible ranking de películas inquietantes, Cure ocuparía un lugar predominante. Es un raro ejemplo de película que consigue introducirse en la cabeza del espectador, sumergiéndolo en una pesadilla turbia en la que los personajes se contagian unos a otros de un mal absoluto, sin motivaciones ni deseos. La distanciada puesta en escena, con planos generales largos, mantiene al espectador ajeno a las intenciones y motivaciones de los personajes, siempre herméticos, reducidos a un conjunto de gestos y signos. 

Detrás de esta ausencia de voluntad de los asesinos hay un gran misterio, encarnado en un personaje amnésico, cuyo vacío interior acaba por absorber a la propia película. Kurosawa mantiene un suspense constante, sin un exceso de escenas explícitas, mostrando una investigación que deviene más metafísica y nebulosa a medida que avanza. El vacío se manifiesta en no-lugares, como pasillos de luces parpadeantes, edificios con goteras o apartamentos funcionales, pero también, en ocasiones, en paisajes hermosos. En ese sentido, contrasta el destartalado habitáculo en el que vive el personaje amnésico, atestado de libros, y la playa, primer lugar donde este enigmático personaje hace aparición, un paisaje inabarcable y de luces cambiantes, pero también con algún que otro papelote y desperdicio, como símbolo del caos que se avecina. 


License to Live (1999) o la disolución de los recuerdos

Sinopsis: Un joven de veinticuatro años (Hidetoshi Nishijima) trata de reconstruir su vida, después de haber pasado los últimos diez años en coma tras ser atropellado en su bici. Su familia no lo visita tras su despertar, de modo que intentará rehacer su vida con un antiguo amigo de su padre (Koji Yakusho), que vive alquilado en la antigua parcela de su familia. 




De las pocas películas que he visto de Kiyoshi Kurosawa, quizá sea esta a la que he cogido más cariño, sin ser, ni mucho menos, la mejor puntuada por la crítica. De hecho, apenas hay información sobre ella. Ante todo, es una comedia (todo lo cómica que puede ser una película japonesa) con toques slapstick y absurdo, que recuerdan a algunas cintas contemporáneas de Kitano, pero sin violencia y con un poso equivalente de melancolía. Esta sensación de dulce tristeza proviene de la imposibilidad del personaje principal de volver al pasado, de reconstruirlo por completo, entendido este como una infancia idílica, en la que tenía familia y entre todos regentaban un rancho de ponys. 

Nada más despertar, Yukata se muestra sorprendido de que ya no exista la URSS, Mike Tyson se haya convertido en el campeón de los pesos pesados y se haya demostrado que no existen los marcianos. A partir de ese momento, este niño encerrado en cuerpo de joven intentará reconstruir su vida pasada, con la ayuda del amigo de su padre, que regenta una escuela de pesca, a la que acuden siempre tres freaks habituales. La fragilidad de los lazos que unían a sus familiares queda al descubierto, ofreciéndose una imagen de la familia japonesa como de unión circunstancial de extraños (tema que reaparece en Tokyo Sonata). La vida de Yukata ha quedado aparcada en una vía muerta, reducida a una serie de despojos: una casa y una parcela de tierra al lado de una carretera, en la que apilan y queman montañas de basura, para convertirse después de forma efímera en un milk bar, reflejo del carácter naif del protagonista, y en rancho para un caballo desorientado. Ese espacio reutilizado, vaciado en ocasiones y en otras convertido en estercolero ilegal, funciona a modo de símbolo del paso del tiempo, con sus ciclos de vida y muerte, consumo y vacío. 


Tokyo Sonata (2008) o la disolución de la familia de clase media

Sinopsis: La Gran Recesión golpea duramente a una familia de clase media de Tokyo. El padre pierde su trabajo, hecho que intenta ocultar por vergüenza al resto de la familia. Los hijos buscan su propia independencia y espacio propio, mientras que la madre intentará mantener a la familia unida, evitando una previsible desintegración. 





Quizá sea esta la obra magna de Kiyoshi Kurosawa. Pocas películas han retratado de forma tan premonitoria la Gran Recesión de 2008, ofreciendo al mismo tiempo un retrato tan distanciado (a la par que absurdo) de la familia japonesa: difíciles son de olvidar las escenas en las que el padre de familia, perfectamente trajeado y con su maletín, va a pasar el día a un descampado con un colega, también despedido, intentando ocultar a sus respectivas familias sus fracasos. La película trata finalmente de la desintegración de una familia de clase media, que había mantenido a raya sus pequeños problemas, hasta que estos afloran a causa de la crisis. Esta desintegración también hace acto de aparición en forma de degradación espacial (descampados, personajes entremezclados con bolsas de basura o habitando chabolas en la playa). 

En este proceso de disolución, el padre acepta un trabajo degradado y es tentado por un golpe de suerte; el hijo mayor opta por el belicismo; la madre se deja llevar por una especie de síndrome de Estocolmo, mientras que el hijo menor representa la única vía de escape sólida, una carrera musical desarrollada a espaldas de la familia. Es esta última vía la única que ofrece una posibilidad de reconciliación familiar. 

La mujer del espía (2020) o la disolución de una sociedad

Sinopsis: La II Guerra Mundial está a punto de estallar en Japón. En Kobe, un comerciante de tejidos, aficionado al cine, comienza a sentir la necesidad de tomar partido contra la deriva totalitaria y militarista de su país. Un antiguo amigo de la infancia, ahora policía, comienza a vigilarlo por sus posibles lazos con el extranjero. La estrecha vigilancia se extenderá también a su mujer (Yu Aoi), un antiguo amor juvenil. 





En este melodrama bélico, marcado por la elegancia y cierto academicismo formal, Kiyoshi Kurosawa afronta la II Guerra Mundial desde una posición crítica y preocupada por las responsabilidades japonesas en crímenes de guerra. Esta vez, a diferencia de otras películas japonesas, no se deja de lado el tema de los propios crímenes, asunto muchas veces oculto bajo el peso del castigo de 1945. Sí, Japón es destruido, pero previamente la película muestra crímenes atroces (en off). La locura colectiva se adueña de personajes sosegados y aparentemente capaces de amar, como el joven oficial. En un drama tan sofisticado y hierático, la destrucción solo hace acto de presencia en momentos puntuales, pero que hielan la sangre. 

El elemento romántico está entremezclado con la lucha por las propias convicciones. Aunque sea un poco vacío afirmarlo, en la película subyace casi la misma tensión narrativa que en Cure, casi de deslumbramiento constante ante los sucesivos misterios que se van desvelando, aunque se trate de una película más convencional. Como tema secundario, pero no casual, la película trata también del poder del cine como medio de transmisión de verdades, más poderoso a veces que la palabra escrita. 


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