martes, 24 de junio de 2025

SIRÂT. TRANCE EN EL DESIERTO (O. LAXE, 2025)

Ayer volví al cine, después de meses sin pisar uno, para ver una de las sensaciones del año: Sirat. Trance en el desierto, de Óliver Laxe. El cine estaba prácticamente vacío y casi muero de congelación allí dentro. Además, mis impresiones iniciales no comparten el entusiasmo casi unánime que ha suscitado esta película entre la crítica. 

Ya en los títulos iniciales se aprecia que la película cuenta con un respaldo fuerte: Movistar+ y El Deseo. ¿Habrán comprado voluntades? Llama la atención que incluso Boyero se haya rendido al embrujo de la película, un crítico al que siempre hay que tener en contra si tu película es realmente interesante. Por otra parte, la película ha sido premiada en Cannes.  

El inicio promete.


La sinopsis: un padre (Sergi López) y su hijo (Bruno Núñez) buscan en una rave perdida en el sur de Marruecos a su hija y hermana, desaparecida desde hace cinco meses. Allí conocen a un grupo de raveros, que les dicen que ella puede encontrarse en otra fiesta, que se desarrolla todavía más al sur. El padre y su hijo deciden seguir a estos raveros, superando duros obstáculos a través del desierto, en busca de esa misteriosa fiesta en el sur, ya en pleno desierto.   


Los personajes principales.


La verdad es que el inicio de la película me resultó interesante. Una rave en el desierto (que en realidad es Teruel), con la presentación de los personajes al ritmo de la música electrónica; un inicio hipnótico en el que, en pocos minutos, se cuenta la situación inicial. Toda la primera parte mantiene el interés, primando el misterio y la emoción previa al arranque de una aventura que se sabe que va a ser trasformadora. 


(spoilers)


Después, toda la sección de la ruta a través del desierto, vadeando ríos, sufriendo tormentas de arena e incluso ascendiendo un temible y angosto puerto de montaña, recordaba a las peripecias al límite de Sorcerer de William Friedkin, y su precedente obvio, El salario del miedo, de Henri-Georges Clouzot. Esta parte tiene su interés estético, con esos camiones con los faros encendidos en la noche, iluminando el desierto. Lamentablemente, en estas escenas de gran intensidad se cuela un gazapo horrible, un parachoques que desaparece y reaparece, para volver a desaparecer y volver a aparecer, un fallo de raccord flagrante. También se tiene la impresión de que se ha rodado en cuatro sitios contados del desierto. 


La referencia a Sorcerer es innegable. También como viaje al infierno.


Llegado a un determinado punto, Laxe decide dar por terminado su particular París-Dakar, y mata al niño. Su muerte se ve venir, preparando al espectador para el mazazo, un poco al modo de Hitchcock. De golpe la película cambia, pero aun es presentable: el padre no solo está en búsqueda de una hija perdida, sino que ha perdido, ahora sí de forma irremediable, a su hijo. La película tiene algo de culto a la muerte, muy gallego. 

Finalmente llega el despropósito final. La película adquiere el tono de un slasher de los malos y los personajes van desapareciendo, uno a uno, en un campo minado. No hay un asesino, sino que es el propio dispositivo de la película el que va eliminando, uno a uno, a los personajes. Lo que parecía un viaje de peyote se convierte en un vuelo por los aires, con algo de ridículo. "¡Haz que todo pete!", grita una de las protagonistas, y de pronto sale volando por los aires: todo tiene el tono de una broma bastante mala al llegar a ese punto. 


El mal viaje. Yo esperaba algo de Jodorowsky, pero llegó un slasher. 


Después de toda una parte de tensión, que se hace bastante larga, en la que Laxe juega con las expectativas del espectador de la forma más zafia posible, llega una especie de milagro. Un puente hacia la salvación. La escena final, con los personajes montados en un tren, rodeados de gente, perdiéndose en el interior de África (o quizá volviendo hacia el norte), tiene un aire a El cielo protector de Bertolucci, y el viaje al interior África entendido como pérdida de la propia identidad y abandono del mundo. Aquí sin Sakamoto, pero con música electrónica. Es un final bello, más interesante que toda la sección de las bombas, pero que, en definitiva, no deja de ser una romantización europea de lo africano, entendida como lo otro, lo mágico, lo desconocido. 

El preludio de una III Guerra Mundial. Por si no bastara ya con twitter y el imbécil de Trump.


En fin, mi impresión de toda esta película es que se trata de un suflé un poco hinchado. He leído alguna crítica que la vincula con Caótica Ana, de Julio Medem, y no les falta razón: es una película en la que el director da la impresión de no saber muy bien cómo acabarla o cuándo decir basta. Quizá la de Medem era bastante peor, esta se salva un poco por la estética, sacada de sus referentes. Esta película entra además en cierta línea actual del cine francés, que busca agredir al espectador con algo de crueldad gratuita, colocándolo en una situación incómoda, a medio camino entre el disgusto, el asco, la vergüenza ajena y el disfrute morboso, en la línea de Noé, Ducournau y demás, aunque buscando un poco menos la rareza y los márgenes, y quizá algo más la elegancia. 

Laxe otorga a la música electrónica, a ese temblor de la tierra, cierto aire místico. Casi lo único salvable de la película. 

Hablando a título personal, lamentablemente no encuentro últimamente películas que me emocionen o me digan cosas, muy pocas en verdad; es como si el cine de golpe se hubiera agotado o mi relación con el cine se hubiera secado. Cuantas más películas veo, menos me gustan las actuales, más tardo en digerirlas, más encuentro sus costuras o sus referencias. Me estaré haciendo viejo. Solo espero no convertirme en un Boyero. 


Las referencias (o películas que me han venido a la cabeza al ver Sirât)


Sorcerer (William Friedkin, 1977)

Sorcerer (William Friedkin, 1977)

Stalker (Andrei Tarkovsky 1979)

La cicatriz interior (Philippe Garrel, 1972)

El cielo protector (Bernardo Bertolucci, 1990)

El reportero (Michelangelo Antonioni, 1975)

Beau travail (Claire Denis, 1999)

El topo (Alejandro Jodorowsky, 1970)

París, Texas (Wim Wenders, 1984)

El salario del miedo (Georges-Henri Clouzot, 1953)



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