domingo, 9 de noviembre de 2025

PELÍCULAS VISTAS EN EL CINE Y EN LA TELE (OCTUBRE/NOVIEMBRE).

He dejado el habitual título de "en el cine y en la tele", pero, para ser sincero, han sido todas en la tele. Pero, a cambio, ofrezco un siete por uno, siete críticas (breves) en una única entrada. O siete experiencias de espectador, como prefiero llamarlas.  

Frankenstein (Guillermo del Toro, 2025).  6,5/10

Nunca he sido un gran admirador del cine de Guillermo Del Toro. En ocasiones anteriores, lo había intentado con alguna película suya, dejándola a los pocos minutos. Sin embargo, esta película me ha gustado en su conjunto, aun a pesar de contar con elementos no del todo de mi agrado. No me convencen los excesivos efectos especiales, ni la breve duración de los planos, ni tampoco ese toque disney que arrastra un poco consigo toda la trama. Pero me parece notable la recreación del monstruo, su fisonomía, sus andares, así como toda la parafernalia de bibliotecas, ruinas románticas y paisajes helados a lo Caspar David Friedrich. Con todos esos elementos de puro gozo estético le doy mi aprobado alto.



Il Mostro (Leonardo Fasoli y Stefano Sollima, 2025, miniserie de 4 capítulos). 5/10

Otro producto de Netflix, que en este caso esperaba mejor. La miniserie trata sobre el caso real de il Mostro di Firenze, un asesino en serie que aterrorizó a la población de la Toscana con ocho brutales asesinatos de parejas en sus coches, desde 1968 a 1985. En los noventa se dio con el posible monstruo, Pietro Pacciani, que fue juzgado, condenado inicialmente y absuelto después por falta de pruebas, poco antes de morir. A pocos convenció que el campesino viejo, colérico, histriónico y brutal que fue llevado a los tribunales, un paleto acompañado de dos secuaces medio deficientes, fuese en realidad el Monstruo, surgiendo a partir de entonces toda una serie de teorías conspiranoicas, muy italianas. La miniserie se centra en una de las pistas iniciales, la llamada pista sarda, que fue descartada a finales de los ochenta. 

Más allá de los detalles de verosimilitud histórica, la serie tiene un ritmo lento, centrándose en cada uno de los cuatro capítulos en un posible sospechoso, siguiendo de esta manera una mecánica que se hace algo tediosa y predecible, hasta el cuarto capítulo, el mejor de todo el conjunto. Por lo demás, tiene todos los estilemas de Netflix, desde la fotografía oscurísima y apagada, hasta algunos detalles temáticos. Lo realmente interesante de la miniserie es que explore los asesinatos del Monstruo en un contexto más amplio, de explotación, sumisión y violencia contra las mujeres, en la Italia rural, machista y atrasada. 



Ran (Akira Kurosawa, 1985). 10/10

Vamos ahora con una auténtica obra maestra. Es una película que ya había visto hacía bastante tiempo, pero no está de más volver de vez en cuando sobre estas obras consagradas. Kurosawa dedicó a esta película toda la atención de sus últimos años y, sin embargo, no suele figurar a la altura de otras obras maestras suyas, como Rashomon o Los siete samuráis. Para mí sí que se sitúa con ellas, al igual que Trono de sangre, su anterior película shakespeariana. Ran es, ante todo, un gran ejercicio de composición de planos y juego de colores. Pero, además, es una obra que trata los temas tan japoneses de la ambición desmedida y la destrucción total, temas que para la generación de Kurosawa significaban algo más que meros recursos retóricos. En resumen, es una película conmovedora, estética, que cuenta además con una brillante banda sonora de Toru Takemitsu y una gran interpretación, muy teatral, de Tatsuya Nakadai. Si con algo me tengo que quedar, es, indudablemente, con el flautista ciego. 



Vive l'amour (Tsai Ming Liang, 1994). 7/10

Seguimos en el cine asiático, en este caso con cine taiwanés. Llegué a esta cinta de Tsai Ming Liang al descubrir en las redes sociales que compartimos día de nacimiento. Me hizo gracia, así que volví a dar una oportunidad a esta película, que en su momento inicié en un día con pocas ganas. La película se centra en tres jóvenes de Taiwán, que comparten piso sin saberlo. Una trabajadora de una agencia inmobiliaria, algo despistada, se deja las llaves puestas en uno de los pisos que tiene que vender, hecho que aprovecha un joven trabajador de una empresa de pompas fúnebres para colarse en su interior. Otro día, la chica lleva a un joven, con pinta arrogante y chuleta, al piso, y este le roba una de las llaves después de acostarse con ella. De esa forma, los tres jóvenes van viviendo en el piso, pero a diferentes horas, sin apenas cruzarse. Es una premisa interesante, que sirve de punto de partida para una relación a tres bandas, marcada por los silencios (apenas hablan en toda la película) y la incomunicación en general. Es una película que requiere algo de esfuerzo por parte del espectador, sobre todo por la casi total ausencia de diálogos, pero que merece la pena. 



Gotas de agua sobre piedras calientes (François Ozon, 2000). 8/10

Interesante película de François Ozon, de cuando era un director joven apenas conocido, basada en la adaptación de una obra de teatro que Rainer Werner Fassbinder escribió cuando tenía 19 años. Es una película que se desarrolla únicamente en un espacio, el apartamento del señor Bluhm. Es este un maduro corredor de seguros que atrae a un joven estudiante de 19 años, Franz, y con el que mantendrá una relación bastante tóxica, de dominación y sumisión. Las cosas se complican cuando aparecen dos personajes femeninos, la exnovia de Franz y una antigua amante de Bluhm. Es una película muy teatral en fondo e intenciones, con muchos diálogos y esa tendencia fassbinderiana, que Ozon hace suya, del análisis de las retorcidas relaciones de pareja, con sus equilibrios de poder inherentes. Además, Ozon se adapta incluso al estilo visual de Fassbinder, con una estética muy setentera, evitando en todo momento la monotonía en la disposición de la cámara y sus movimientos. Francamente me gustó mucho, tanto que la anterior entrada (un intento de creación literaria) está inspirada en ella.



Las amargas lágrimas de Petra von Kant (R. W. Fassbinder, 1972). 9/10

Y una vez vista la copia, mejor volver al original. He vuelto a ver, después de muchos años, esta fantástica película de Fassbinder y me ha seguido pareciendo portentosa. Me sigue sorprendiendo aun hoy la capacidad de Michael Ballhaus para evitar la monotonía en un único escenario, con múltiples colocaciones de la cámara y travellings imposibles en un espacio tan reducido. La película trata sobre la diseñadora de moda Petra von Kant (Margit Carstensen), una mujer endiosada, egoísta y depresiva, un personaje aterrador que, aun así, busca ternura y amor, y no lo encuentra. Es una película triste pero que, como sucede en las películas de Fassbinder, y también en las de Rohmer, se ve con cierta ligereza, por la capacidad que ambos directores tienen para diseccionar los sentimientos humanos con la frialdad de un entomólogo y la frivolidad de un moralista del siglo XVIII. 


La pianista (Michael Haneke, 2001). 8,5/10

Pero la frialdad tiene un límite (retomando la crítica anterior). He vuelto al universo de Haneke, a revisitar esta película que ahora sé por qué mantuve tanto tiempo alejada de mí. Ha sido una experiencia dura volver al mundo del director austríaco, con su violencia latente, su sexo pocho y desagradable, y su carácter gélido y distanciado. De todas formas, es esta una de sus mejores películas. A destacar la notabilísima interpretación de Isabelle Huppert, maestra rigurosa de día y exploradora de todos los vicios, de noche. Pero su exploración del mal, o del dolor autoinfligido, es más bien mental, artística, y no tanto real. Ella como mujer sueña, pero no ejecuta. Será el hombre, aparentemente digno, comedido y con una fachada impecable de respetabilidad y carisma, el que realmente oculte en sí al demonio. (Tendría que leer la novela de Elfriede Jelinek, pero no sé si me apetece).



lunes, 3 de noviembre de 2025

BORRARSE DE LA LISTA

Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que escuché tu voz que hoy sería incapaz de reconocerla. Y resulta paradójico, puesto que un día me vi reflejado en tu voz como el que se mira en un espejo. 

Hubo un tiempo en el que, todavía joven y sin oficio, hubiese podido vivir casi todo a través de ti, como un animal que espera pacientemente la vuelta de su amo a casa. Hubiera planchado tu ropa, te hubiera preparado la cena, hubiera masajeado tus pies cuando te hubieses recostado en el sofá, después de una extenuante jornada. Te hubiera traído las pantuflas, algo de beber, un café o una infusión, el periódico. Hubiera regado tus plantas, ordenado tu ropa, vigilado tu salud. Hubiera hecho de todo, sin salir de casa. Me hubieras contado cómo estaban las cosas fuera, cuáles eran las novedades, los sucesos, los cambios. Yo, sin más interés que oír tu voz, hubiera escuchado atentamente tus palabras, envolviéndolas en un algodón mental para que no se quebrasen al entrar en contacto con el aire externo, y las hubiera tomado por verdad absoluta. 

Hubiera visto el mundo exterior a través de tus ojos. El paso de las estaciones se hubiera manifestado en tu cuerpo, en las sutiles variaciones de la tonalidad de tu pelo. La ropa, en cantidad menguante o creciente, hubiera anunciado el paso del tiempo. Unos días, al cruzar el umbral de la puerta, hubieras vestido un abrigo: habría llegado el invierno. Otros, pantalones cortos: por fin sería verano. Solo hubiese sido capaz de sentir el calor a través de la tibieza de tu piel, o el frío con la visión de tus labios cuarteados y tus manos enrojecidas y algo ásperas.  

Hubiera asumido las expresiones cambiantes de tu rostro como valores absolutos, pudiendo así interpretar la evolución positiva o negativa del mundo. Una sonrisa tuya, al volver del trabajo, hubiera significado alianzas, tratados de paz, victorias del campeonato de liga. Por contra, una expresión alicaída, significaría guerras, devastación, muerte. Incapaz de sentimientos autónomos, no me hubiese atrevido a sonreír en un día aciago para ti; o, al contrario, a llorar en uno de tus días benignos. 

En resumen, tú hubieses sido los límites del mundo, con todo lo que ello comporta. Tú hubieses sido mis manos, mis orejas, mi nariz, mis ojos, mi mente. En la proyección sumisa me hubiera disuelto, habría huido de mí mismo, habría por fin desaparecido. 

¡Bien hubiera sido tu esclavo, arrodillado o de pie, velando tu sueño junto al lecho! Hubiera sido tu animal doméstico, tu gato. Pero ni siquiera ese miserable placer me fue concedido. Mi voluntad me lo impidió, bien es cierto. Todo fue ficción, por supuesto. Un día me hiciste la maleta y la encontré junto a la puerta. O fui yo quien hizo tu maleta, con la que te marchaste a un país lejano, ya no recuerdo. Lo que es bien cierto es que intuiste mi deseo más íntimo: el de borrarme, de una vez por todas, de la lista. 

MI CIUDAD

Añoro mi ciudad, sus formas y sus calles, pero, en realidad, soy prisionero de ella. La sueño desde uno de sus más remotos calabozos. A veces me siento extranjero por sus calles. A veces, demasiadas veces, me resulta un sitio inhabitable, hosco, terrible. Miedo me da franquear la puerta de mi casa, enfrentándome a un exterior desconocido. Otras veces pienso que es capaz de depararme sorpresas todavía, pero es ingrata. Conozco sus costumbres y me aterrorizan. 

Seguramente mi ciudad es como otra cualquiera, ni más ni menos bella. Hace tiempo que la odio en silencio, inconscientemente, como un niño que odia sin querer a la madre porque le castiga a permanecer en su cuarto hasta que no haya recogido todos los juguetes. 

¿Cuándo se quebró mi relación con ella? Fuimos uña y carne, ella y yo, pero hace tiempo que sucedió este desencuentro. Demasiado tiempo. Hoy sé que sería feliz en cualquier lado. Pero, de pronto, llega una brisa desde el mar, o intuyo en el horizonte plano algunos perfiles de mi niñez y adolescencia, o, pasando junto a un solar mucho tiempo abandonado, entre dos casas viejas, recuerdo una fotografía hecha por mí hace mucho tiempo. Entonces algo de mi antiguo amor por ella parece renacer, aunque sea una impresión pasajera. Me gustaría entonces ahogarla con mis propias manos, aunque no tengo fuerzas suficientes ni voluntad para hacerlo. 

Ella ha anulado mi capacidad de pensar. No quiero que me vinculen a ella. Me gustaría que mis escritos no tuvieran ni espacio ni tiempo, pudiendo escapar de sus garras al menos en ese apartado. Mis ídolos literarios murieron en ciudades convertidas en laberintos mentales. Mi ciudad va camino de convertirse en algo parecido, un puzle, un carnaval ilimitado y grotesco, aturrullado, con ruidos que no reconozco. Ella solo me adormece, me borra, me aparta de la fiesta que brinda a otros, día sí, día también. Ella me ahoga y no la soporto, representa todo lo que odio en mí, por herencia o de forma adquirida. 

¡Es un penal! ¡Es una taberna inacabable! ¡Un edificio voraz con entrada y sin salida, como las fauces de un monstruo marino! Pero también es la casa donde nací, las casas donde viví, con sus viejos muebles y sus obsoletos aparatos, sus teléfonos de rosca, sus vídeos 2000 y vhs, sus televisores, sus tocadiscos. Son las gasolineras que ya no existen en el perímetro de las antiguas murallas. Son los descampados convertidos en nuevas casas. Son las cabinas de teléfono arrancadas, los espacios que han cambiado de función, los edificios que amaba y a los que ya no voy. Todo esto hace que, en realidad, la ame todavía un poco, aunque me cueste reconocerlo.