lunes, 4 de septiembre de 2017

ADDENDA: GATOS / ESPEJOS

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Kedi (Ceyda Torun, 2016) quizá sea la película definitiva sobre gatos, esos grandes desconocidos cercanos. En concreto, la película definitiva sobre esa vertiente no tan explorada por el mundo del cine del vagabundeo gatuno por la ciudad del que hablé en el artículo Gatos. Los gatos como símbolo del continuo vivir en la calle, del continuo acecho de aventuras, de la lucha, siempre egoísta y a campo abierto, por la propia supervivencia. 

En esta película los gatos no tienen que viajar, están bien asentados en una ciudad milenaria como Estambul. Habitan sus ruinas y también sobre las construcciones precarias erigidas a toda prisa sobre las ruinas de las ruinas. Más allá de planos pintorescos, de la ciudad y de los gatos, que pueden despertar suspiros de admiración en los más proclives, la película destaca por su sutil ironía al mostrar a los gatos con actitudes muy humanas. De esta manera podemos encontrar a la madre protectora, a la mujer fatal, al aristócrata y al pendenciero. También al hiperactivo. Hay gatos que se meten en líos y luchan por defender su terreno, como en toda ley de la calle; otros que, viviendo en la calle, no pierden sus gustos sibaritas (en concreto, uno se alimenta de un restaurante y solo prueba comida gourmet); también hay psicópatas. 



Por otra parte, la película intenta mostrar la relación entre los humanos y los animales, y también la relación de los animales con el entorno. Entre los humanos prendados de estos animales hay diferentes grados de apego, que van desde el observador irónico al alimentador compulsivo, desde el hombre que cepilla y acaricia a la gata que se deja caer por su fábrica hasta la mujer que los acumula o el hombre que los toma por ángeles de la guarda. Sin ser muy consciente, la película muestra desde actitudes racionales a otras que rozan el delirio. Por otro lado, la película pretende reflejar también la relación de los gatos con ciertos espacios de la ciudad, a medio camino entre el registro de la situación (el crecimiento desmedido de una ciudad que no deja crecer en habitantes) y la denuncia soft. Es en estos detalles en los que la película flojea, mientras que se muestra original en el tratamiento, ligeramente caricaturizado, de las personalidades gatunas. 

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Para sutil tratamiento de los espejos en la pantalla el de Stefan Zweig: Farewell to Europe (Maria Schrader, 2016), en concreto de su escena final (SPOILER).

Remitiéndose a esos modelos pictóricos que apunté en su día en Espejos, Maria Schrader se sirve del espejo para mostrar el fuera de campo de forma magistral, en una escena muy bien planificada. En el plano secuencia con el que finaliza la película (de vagas resonancias antoninianas), el espejo de la puerta del armario juega un papel crucial para desvelar lo que la cámara no muestra, fija al otro lado del umbral de la puerta de la habitación en la que el matrimonio Zweig se ha suicidado. Una leve abertura de la puerta del armario sirve para, en primer lugar, desvelar la imagen de los esposos en la cama. Un reflejo. Algo propio de fantasmas. La abertura total sirve para mostrar el dolor de los amigos en la habitación contigua. El espejo compartimenta la imagen y logra, con una gran austeridad de medios, alcanzar cotas estéticas sublimes. 



Algo parecido se había conseguido en la escena inicial, también en plano secuencia, con un gran plano general que permite al espectador libremente posar su mirada donde le plazca. Esta película, sin muchas ambiciones, sin ensalzar exageradamente al retratado, sin caer en el morbo fácil ni manipular los sentimientos del espectador (defectos tan comunes en el cine actual), consigue emplear por primera vez el recurso del plano-secuencia, tan mainstream ya (para algunos, el virtuosismo técnico de una cámara siguiendo a todas horas al personaje o personajes es sinónimo inmediato de calidad indiscutible), de una manera sobria, elegante y diría más, útil. 


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