Hay una persecución que ha ido saltando de película en película, repitiendo los mismos códigos, los mismos clichés. Una persecución entre hombres silenciosos que se espían mientras fingen ser pasajeros anónimos de un metro, camino de un destino cualquiera. Miran el reloj, leen el listado de paradas o fingen ojear un periódico, pero en realidad planean un asesinato o urden un secuestro. Le Samourai, The French Connection, Der amerikanische Freund. Los pasos del silencioso matón interpretado por Alain Delon en la elegante cinta de Melville son seguidos por agentes e informadores de la policía camuflados de amas de casa o distraidos pasajeros. Al escurridizo Fernando Rey un zafio Gene Hackman no puede darle alcance. Juegan un poco al gato y al ratón, hasta que Fernando Rey le lanza un burlón saludo en su huida. En la película de Wenders, Bruno Ganz mete la pata en repetidas ocasiones en su papel sobrevenido de asesino a sueldo: no encuentra el momento para realizar su encargo, incluso exhibe en un descuido la pistola por debajo de la gabardina. A la hora de la verdad, el asesinato se hace delante de todas las cámaras de seguridad, pero no hay nadie observando las grabaciones, en una de esas bromas de las que está plagada esta genial película.
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Le Samourai (Jean-Pierre Melville, 1967)
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The French Connection (William Friedkin, 1971)
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Der amerikanische Freund (Wim Wenders, 1977)
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El metro no deja de ser una zona peligrosa, una prolongación de los territorios urbanos entre sombras del cine negro, en los que tienen lugar persecuciones y tiroteos. Incluso las películas semifascistas de los 70 se subirán al carro, haciendo de los interiores de metro pintarrejeados y solitarios el terreno en el que se lleve a cabo el duelo (o caza) entre héroes y villanos. En la lombriz llena de trampas que es el metro, tipos como el Paul Kersey de Charles Bronson andan con el gatillo fácil si se cruzan con maleantes.
También es el espacio propicio para que un personaje, alejado de la luz solar, se abisme en sus propias preocupaciones. Alguien siempre parece más solo cuando está rodeado de desconocidos, ya se trate de los jóvenes zombis de Bresson (Le diable probablement, 1977), paseando su spleen por un París post-68, o de las mujeres en busca de libertad de Ryusuke Hamaguchi (Happy hour, 2015). En realidad, en la película de Bresson tiene más peso el autobús en el que se desvela el título de la película ("le diable probablement"), aunque los personajes arrastran su pena post-católica en el metro, camino del suicidio, bajándose en la oportuna parada de Invalides. En el caso de la larga y naturalista película de Hamaguchi, película que va oscureciéndose a medida que avanza, el metro tiene un papel central para las protagonistas femeninas. Una de ellas encuentra a un joven que la ronda y con la que ella pretende superar por un día el aburrimiento de su matrimonio. Otra se desploma en el andén, después de una árdua batalla legal por el divorcio. Los trenes en ambos casos son espacios de soledad y alienación, reflejo silencioso y aparentemente tranquilo de la violencia soterrada de la gran ciudad.
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El diablo probablemente (Robert Bresson, 1977) |
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El quimérico inquilino (Roman Polanski, 1976) |
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Fiebre del sábado noche (John Badham, 1977) | | | |
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Happy Hour (Ryusuke Hamaguchi, 2015)
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Pelham 1,2, 3 (Joseph Sargent, 1974)
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El cielo sobre Berlín (Wim Wenders, 1987) |
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Death wish (Michael Winner, 1974)
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Shame (Steve McQueen, 2011)
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My blueberry nights (Wong Kar-wai, 2007)
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Perfect blue (Satoshi Kon, 1997)
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Happy together (Wang Kar Wai, 1997)
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La posesión (Andrzej Zulawski, 1981)
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Susurros del corazón (Yoshifumi Kondo, 1995)
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