El pasado 1 de diciembre se publicó la lista de “mejores películas de todos los tiempos” que realiza cada década la revista británica Sight and Sound, a partir de una encuesta a críticos de todo el mundo. Esta lista de críticos suele ir acompañada de otra de directores, que no suele diferir mucho de la de los críticos, salvo en tres o cuatro títulos. La revista lleva realizando esta encuesta desde 1952, pero solamente desde 2012 tiene un marcado carácter global, al realizarse por críticos de los cinco continentes. Aun así, la crítica anglosajona sigue gozando de un peso consirable, y las tendencias creadas en estos países son finalmente las que acaban convirtiéndose en dominantes. De todas formas, la creciente diversidad de los encuestados es la que ha generado un resultado que al parecer no ha sido del agrado de muchos, que han calificado a la encuesta como “woke” o “políticamente correcta”. Se trata de reacciones poco sorprendentes, las propias de algunos sectores actuales que ven toda novedad como una amenaza. El principal motivo de polémica deriva de que el primer puesto lo ocupe una película marcadamente feminista, obra de una directora; una película relativamente desconocida que ha acabado desplazando a “clásicos consolidados”.
Dado el revuelo suscitado, cabe recordar que el “canon” de Sight and Sound no es más que una simple lista, con todo lo de absurdo que ello comporta. Un topten no puede sintetizar, ni siquiera representar, la compleja vastedad de la historia del cine. Puede incluso resultar inmaduro querer establecer una jerarquía entre objetos que son de percepción puramente subjetiva, ya que en realidad ¿qué es mejor y qué es peor? ¿Qué criterios se utilizan para valorar la trascendencia artística? No existen criterios de normatividad universalistas, a menos que se crea en concepciones academicistas del arte. Cada época va escogiendo, a partir de criterios volátiles, muchas veces determinados por razones sociales, aquello que considera más destacable. Por tanto, es más interesante analizar este tipo de ejercicios como indicadores de una particular visión del cine en un determinado momento.
De todas formas, este análisis tampoco debe ser demasiado concienzudo. Reducir los propios gustos o intereses a una lista de diez nombres exige muchas renuncias y simplificaciones, que imposibilitan tomarse demasiado en serio los resultados. Una lista así sirve como divertimento, como reflejo un tanto caricaturesco de un periodo. Aunque quizá su aplicación práctica más positiva sea la de dar a conocer películas más rebuscadas o menos accesibles.
Si se repasan los listados de años anteriores, se pueden apreciar tendencias, criterios implícitos, incluso políticos, con lo cual ninguna lista es “inocente”, sino producto de su tiempo. En la primera, la de 1952, llama la atención la total ausencia de películas del cine norteamericano, precisamente en su periodo de máxima eclosión. De hecho, tan solo se incluye Intolerancia, por su carácter casi fundacional del lenguaje cinematográfico, y dos películas de Chaplin, repudiado por los Estados Unidos en aquel momento. Por su parte, en las listas de 1962, 1972 y 1982 se deja notar la presencia del cine moderno. El cine era todavía un medio en construcción, con un lenguaje que todavía se podía subvertir, de foma que en estos años fueron numerosas las películas casi contemporáneas. Sorprende la entrada fulgurante de La aventura en el segundo puesto en 1962, dos años después de su estreno, o la presencia de dos películas de Ingmar Bergman en el listado de 1972. Posteriormente, en las listas de 1992 y 2002 comienzan a aparecer películas marcadamente de género, como 2001, una odisea en el espacio, The searchers o Cantando bajo la lluvia. Y si bien el listado de 2012 era muy historicista, con nada menos que tres películas de cine mudo y todas anteriores a 1970, el listado de 2022 refleja mejor los anhelos de cambio actuales: más mujeres, más cines de otras perspectivas no occidentales y cine relativamente más actual.
Este tipo de listas tampoco es ajeno a las revalorizaciones que suscitan las desapariciones de algunos cineastas. Así sucedió en varios casos. El maquinista de la general aparece por primera vez en 1972, tras la muerte de Buster Keaton en 1966. También sucede algo parecido en el caso de Vertigo, que aparece en la lista de 1982, tras la muerte de Hitchcock en 1980, o incluso en el caso de la película de Satyajit Ray en la lista de 1992. Algunas veces, la nueva generación revaloriza a un director, como sucedió con los directores norteamericanos de los setenta y el cine de Kurosawa: no extraña de esta forma la aparición de Los siete samurais en 1982. Cuentos de Tokyo entra en la lista de 1992, después de que algunos cineastas reconocidos como Wim Wenders o Jim Jarmusch comenzasen a reivindicarlo en los años anteriores. Esta vez, las muertes de Chantal Akerman (2015) y de Agnès Varda (2019) han servido también para revalorizar sus trayectorias. Se podría incluso pensar que la pérdida demasiado reciente de Godard ha impedido su entrada en el top ten con alguna película.
En fin, este tipo de listas sirven para pasar el rato, para dar a conocer películas un tanto olvidadas o que simplemente pasaron sin pena y gloria en su día. A aquellos afectados por los resultados no estaría mal recordarles que aquellos clásicos consolidados, desbancados de la primera posición, no siempre fueron obras reconocidas: de hecho, Vertigo en su momento pasó un tanto inadvertida.
Comparto a continuación una tabla comparativa en la que aparecen todas las películas incluidas alguna vez en el top ten de críticos y directores.
Jeanne Dielman 23, quai de commerce, 1080 Bruxelles (Chantal Akerman, 1975) |
Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958) |
Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941) |
Cuentos de Tokyo (Yasujiro Ozu, 1953) |
In the mood for love (Wong Kar Wai, 2000) |
2001, una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968) |
Beau travail (Claire Denis, 1998) |
Mulholland drive (David Lynch, 2001) |
El hombre de la cámara (Dziga Vertov, 1929) |
Cantando bajo la lluvia (Gene Kelly & Stanley Donen, 1951) |
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