sábado, 17 de febrero de 2024

BREVES NOTAS SOBRE "CERRAR LOS OJOS"

LA DESAPARICIÓN

En 1990, en mitad del rodaje de "La mirada del adiós", el actor Julio Arenas (José Coronado) desaparece sin dejar rastro. En esa película, de la que tan solo se rodaron dos escenas, el actor encarnaba a un anarquista derrotado por la guerra y por la vida, que busca una nueva oportunidad haciéndose cargo de una misión extraña y aventurera, pero con lazos sentimentales. La desaparición fortuita del actor coincide cronológicamente con la del cine, entendido como soporte físico y como experiencia colectiva (según defiende el director), y también, cómo no, con la del propio Erice, durante más de treinta años sin rodar un largometraje. 



EL CINE / EL AUDIOVISUAL

De esa "desaparición del cine" viene, precisamente, el impacto que padece el espectador al enfrentarse a esta película. Uno esperaría del director de El espíritu de la colmena y de la inacabada El sur unas imágenes potentes, de iluminación a lo Rembrandt; imágenes cargadas de simbolismo en definitiva y, en cambio, al adentrarse el espectador en las vivencias de Miguel Garay (Manolo Solo), las imágenes con las que uno se topa son inanes, tendentes a la palidez cromática. Imágenes anestesiadas, sin la magia de antaño. El ejemplo es el plató de televisión, frío y aséptico, un espacio sin personalidad, donde un periodista puede ir a soltar embustes sin pudor (Antonio Dechent). Solo al final de la película, cuando los personajes vean en un cine polvoriento y abandonado el final de la película dentro de la película, volverán esas imágenes con la luz y la textura de antaño, aunque sin parte de su fuerza. En su discurso nostálgico, Erice traza una frontera clara entre el cine y el audiovisual, llevándola a la práctica casi de forma didáctica: el cine como tal ha muerto, desapareció de la noche a la mañana; lo que vemos ahora son los restos del naufragio. 



EL NORTE / EL SUR

Pero las imágenes siguen vivas, y algo de variación hay en ellas, al menos si se viaja del norte al sur. Es el sur el que comienza a caldear un poco esas escenas frías y grises de Madrid, en las que llueve, es necesario vestir gabardina y la luz eléctrica lo domina todo. En el sur parece haber otra vida posible (idealizada). Es el viaje añorado que no pudo completar Erice en 1983, el viaje a ese sur de Adelaida García-Morales, y que ahora consigue, en 2012/2023. El Cabo de Gata es un espacio mágico en el que se dan la mano la vida hippie, el mar, el retiro voluntario y también, por qué no, el lejano oeste, con Howard Hawks pero también con esos antiguos directores italianos y sus provini



UN NOMBRE

Y allí, en ese sur en el que las noches son más cálidas, Miguel Garay mantiene una conversación con sus amigos acerca del nombre que le pondrán al bebé de la joven Teresa cuando nazca. Se llega a la conclusión de que no es lo mismo el nombre que a uno le ponen los progenitores que el nombre que a uno le acaba poniendo la sociedad. De hecho, Miguel allí es Mike, y lo mismo le sucederá a su compañero de fatigas Julio Arenas, que no solo ha perdido su nombre, sino también su identidad. Ha traspapelado su personalidad, pasando de un personaje a otro hasta convertirse, simplemente, en un resumen de gestos, de acciones básicas y de melodías antiguas. Ya tiene otro nombre: Gardel. 



OTRAS LATITUDES

Un nombre del pasado (como del pasado son también esos nudos marineros o esos partidos de fútbol en el patio de la cárcel). Un nombre de otras latitudes. Gardel es un individuo que se supone ha viajado a otros continentes. Al menos, eso dice en su errático, esquivo y parco discurso. Es un hombre al que no le interesan las palabras, sino las manos, con las que se puede trabajar y hacer cosas. Nunca queda claro si ese largo viaje fue auténtico o si simplemente ha sido un viaje soñado, pues confundió en algún momento de su vida la realidad y la ficción. En la propia película de Erice aparecen aquí y allá esas referencias a otros continentes, a una China estereotipada por las películas de aventuras, a Buenos Aires y sus tangos. Son homenajes a El embrujo de Shanghai, su película no rodada. Son viajes muchos de ellos realizados más con la mente que con los pies: los viajes que haría un niño contemplando un atlas e imaginando lugares remotos. 





LOS OBJETOS 

Y los objetos parecen ser los restos de esos viajes. Objetos que se acumulan en trasteros, material de rodaje olvidado, pero también, recuerdos de un hijo perdido (un álbum de cromos, una postal, una ristra de fotos de fotomatón). Un hijo que, a diferencia de las hijas del cine, no puede volver milagrosamente, y del que tan solo queda una foto, unos guantes, una caricatura que realizó. También Max (Mario Pardo) acumula latas con películas en su almacén, objetos que ya han perdido su función, pues ni siquiera existen proyectores de aquella época. Erice se acerca al final de su vida y la nostalgia lo impregna todo. Gardel también lleva consigo una cajita (de dulce de membrillo...) en la que acumula objetos random. Una postal de estilo años veinte con un transatlántico en el que pone Espagne, una calculadora para convertir pesetas a euros, unos dados y una pieza de ajedrez. La del rey solitario. Ha ido pasando el tiempo y esos objetos se han ido acumulando sin ton ni son, al azar, a modo de resumen de una vida, o más bien como acertijo acerca de la misma. 



2012

Y el tiempo se ha detenido en 2012. Un tiempo malo, de crisis y de cuestionamientos importantes. Un momento que ya ha pasado. En el cine de Erice siempre sobrevuela el ambiente de derrota: en El espíritu de la colmena y en El sur se percibía constantemente la presencia de largos silencios, los propios de la posguerra y la asunción de la derrota. El mundo posible que se había soñado no había podido materializarse, debido a un trauma inimaginable. En 2012 las cosas no fueron tan malas, ni mucho menos, pero se percibía la posibilidad de un cambio, el inicio de un nuevo tiempo, que a la postre no se ha acabado de cumplir. También Miguel Garay arrastra consigo la derrota de una vida: su novela está en el rastro, solo rodó una película y media. Puede pasear anónimamente porque nadie sabe quién es en realidad. Ni siquiera ha sido todo lo que prometía. En ese 2012, ante el titubeante Campechano pidiendo perdón por la tele, se avecinaba un periodo de cambios, que al final no han sido tan determinantes.  



LA PÉRDIDA, LA BÚSQUEDA, EL MILAGRO Y LA REALIDAD

Porque en realidad la película va por otros derroteros. No tanto por los de la política, como por los del poder sanador del arte. Ana, la hija de Julio Arenas (Ana Torrent), dice que está cansada de repetir siempre las mismas explicaciones ante las magníficas obras del Prado y que es un poco triste que su trabajo se haya convertido en algo monótono y mecánico, pues ha acabado acostumbrándose a vivir rodeada de tanta belleza. La mirada absorta de Ana Torrent en la proyección de Frankenstein en El espíritu de la colmena era una mirada de descubrimiento, de iluminación, casi podría decirse de fusión entre espectador y objeto representado. Era la primera vez ante una obra de arte, un momento de deslumbramiento. La mirada de Julio Arenas (al final clausurada con los ojos cerrados) comparte ese mismo efecto sorpresa: pero ello se debe a que ha perdido la memoria y todo lo que ve parece nuevo. Perdió en algún momento aquel conjunto de imágenes recordadas que formaban su identidad y en ese sentido, es una hoja en blanco. En realidad no sabemos hasta qué punto es capaz de discernir qué es realidad y qué ficción y quizá, como aquella Ana, no solo no comprenda, sino que conciba lo que ve como su auténtica vida. La proyección podría tener un sentido terapéutico, aunque desconozcamos si finalmente ha logrado sanar a Julio, devolviéndole su memoria, su pasado y su identidad. Quizá los milagros solo se den en el cine, y ni siquiera allí desde que Dreyer no está entre nosotros.   



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