lunes, 8 de diciembre de 2025

YI YI (EDWARD YANG, 2000) O LA VIDA

La entrada de hoy va a ser especialmente breve. No pretendo distraer la atención con análisis sesudos de la película, pues todo lo que no sea ponerse a verla ahora mismo es perder el tiempo. Como se dice en un determinado momento de la película, el cine nos hace vivir la vida de forma tres veces más intensa. En Yi Yi esa afirmación tiene un valor especial, sabiendo el propio Yang que iba a ser su última película. 

Yi Yi empieza con una boda. Y con unos globos, que reaparecerán más tarde.


Yi Yi es la vida, como también lo fue su precedente más claro, Cuentos de Tokio de Yasujiro Ozu. Ambas películas podrían encuadrarse dentro de la categoría de dramas familiares, pero de baja intensidad. No hay nada, o casi nada, que escape a lo que una familia puede de normal experimentar. Celebraciones, amores, desilusiones, pequeñas decepciones y nuevas esperanzas, el simple discurrir de una generación tras otra. 

La curiosidad del niño...

...y los dilemas del padre.

Lo reconozco: me gustan las películas de interiores domésticos. Especialmente si son desordenados, con vida. 

La hija adolescente espera su turno para entrar en el ciclo de amores de la vida.


Mi amor incondicional por esta película no fue uno a primera vista. En su momento, cuando la vi por primera vez, hará casi veinte años, me pareció lenta y plana. No había vivido suficiente, esa era la razón de mi incomprensión. 


La relación entre la abuela y la nieta. Los lazos más estrechos a veces se saltan una generación.


En su fondo, la película habla del carácter cíclico de la vida. Quizá un instinto animal latente, el de la mera perpetuación de la especie, incita a repetir códigos inconscientes. Esas repeticiones se hacen explícitas en una secuencia muy elocuente, en la que se emplea el montaje paralelo. Toda la película está construida sabiamente desde el guion, iniciando de la misma manera que acaba, empleando los raccords sonoros y visuales para enlazar escenas, en alguna ocasión de forma bastante llamativa. Otro de sus puntos fuertes es la construcción de los planos. Estos ofrecen el máximo de información, aprovechando los reflejos de ventanas y escaparates para introducir en el plano el fuera de campo. Porque, en realidad, esta película es una invitación a hacernos ver lo que de normal no podemos ver. 

Dentro y fuera. Un recurso habitual de Edward Yang. 


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