sábado, 19 de octubre de 2024

AMÉRICA, AMÉRICA (ELIA KAZAN, 1963)

Sinopsis: 1896, Imperio Otomano. Stavros Topuzoglu es el hijo primogénito de una familia griega que vive en un recóndito pueblo de Anatolia, al pie de las montañas. Después de que los armenios de su localidad sean masacrados a manos de las tropas otomanas, su familia decide enviarlo a Constantinopla con todas las riquezas familiares, a modo de primer paso para la emigración posterior de toda la familia. Pero el sueño de Stavros va más allá de la capital del Imperio: su sueño obsesivo es llegar a América. 


Recuerdo haberme enfrentado a esta película en otra ocasión. Fue hace mucho tiempo, la vi en la televisión, pero la dejé sin terminar; de hecho, a muy poco de terminar. La película era muy larga, algo monótona y quizá al día siguiente tenía que madrugar. Su director, Elia Kazan, nunca me llamó mucho la atención, aunque me sorprendió encontrar su nombre entre los directores más apreciados por Pilar Pedraza, mi profesora de cine de entonces, junto a los de Fellini, Buñuel, Eisenstein y Resnais. Tengo muy claros los motivos actuales por los que esta película me ha gustado esta vez, vista ahora sin problemas, de un tirón. Es difícil que no me guste con esos escenarios: la Anatolia profunda, el genocidio armenio (quizá la primera vez que aparece en el cine), un Estambul todavía multicultural y la isla de Ellis. También aparece la lucha revolucionaria clandestina, aplastada sin miramientos por las fuerzas del sultán.


La llegada a América.


Ante todo, esta película es una epopeya sobre la emigración, una fábula sobre el lado heroico de abandonar tu tierra en busca de un objetivo soñado mayor. La película apenas muestra la llegada de Stavros a esa tierra prometida, sino el periplo hasta alcanzarla, muchas veces doloroso y exageradamente cruel. La película cuenta la historia de una obsesión irreductible. La causa de la emigración es clara: la huida del horror, de la marginación y del sometimiento. Pero cuando la situación parece haber alcanzado cierta estabilidad en Estambul, los motivos de huida hacia el nuevo continente son otros, han cambiado: se huye entonces de una vida sin evolución, repetida de generación en generación sin apenas cambios. Se huye también de la falta de honestidad, de un matrimonio sin amor, de la condena a una mujer inocente. Lo poco que se conoce de Estados Unidos funciona como acicate para la huida, de forma casi incomprensible y obcecada. El protagonista repite la palabra América como si fuese una salmodia, un conjuro, pero del país de la libertad solo conoce relatos distorsionados, fotografías de moda y la única presencia real del mismo es la visita de algunos turistas ricos y de algunos contratistas explotadores, que observan a los habitantes de Estambul (ya sean turcos, griegos o armenios) como bestias exóticas, indesligables de un decorado. Para llegar a esa América más soñada que real, el protagonista es humillado, obligado a lo indecible, maltratado, casi asesinado, e incluso tiene que renunciar a su propia inocencia, convirtiéndose en alguien cínico y con segundas intenciones. América América es la historia de los sacrificios necesarios para perseguir un sueño imposible. 

El turco que se aprovecha del griego
(las autoridades turcas limitaron el rodaje de Kazan, porque la película daba una mala imagen del país). 


Para contar esta peripecia, Kazan emplea un estilo algo desordenado y episódico, pretendidamente espontáneo, alejándose en muchos aspectos de los parámetros del Hollywood clásico. De esta manera, hay momentos de cámara en mano y algunas escenas están editadas con un montaje rápido. Si bien algunas escenas tienen una fotografía de interior claroscurista y expresionista, en los exteriores predomina el montaje rápido, el encuadre improvisado, el aire documental. Se aprecia la voluntad de Kazan de acercarse a una mayor veracidad, como en el cine de Rossellini o Cassavetes. Recurre para ello a actores no profesionales, sobre todo el protagonista (Stathis Giallelis), escogido más por la autenticidad que muestra su rostro que por sus dotes interpretativas. En ese apartado, esta película anticipa a la búsqueda de rostros auténticos del cine de Pasolini. A Giallelis se le ve la mayor parte de las veces sonriendo de forma forzada o frunciendo el ceño, lejos de una interpretación canónica. Pero todavía perviven en esta película algunos rasgos clásicos, propios del estilo hegemónico de representación: todos hablan en inglés. Qué pena que esta película no se rodase en griego, turco y armenio.

La decisión de enviar al primogénito a la gran ciudad, a modo de primer paso para la migración de toda la familia.


Pero no hay que pasar por alto que la película tiene algunos elementos un tanto torpes, demasiado evidentes: la sonrisa inocente del protagonista que intenta borrar más tarde con un bigote, el cambio del fez por un sombrero canotier, las zapatillas que se ceden al principio y se devuelven al final, los flashbacks...De todos esos símbolos, quizá el que choca más es el del protagonista besando el suelo de la tierra prometida. Aun así, la película presenta involuntariamente a los Estados Unidos como el lugar en el que se sigue haciendo el mismo trabajo inhumano, pero cobrando más dinero (y siempre a la espera de un nuevo cliente). 

La falsa vida en Constantinopla y las falsas promesas. 


Viendo la biografía de Kazan, como hijo de la inmigración y posteriormente delator de compañeros comunistas en la Caza de Brujas del McCarthysmo, la película puede entenderse como una confesión e incluso una exculpación. Stavros, como Kazan, tiene que hacer cosas innobles para conseguir su sueño. El propio Kazan confesó que hizo lo que hizo movido por un enorme amor por su patria de adopción. Algunos de sus excompañeros pasaron a las listas negras por su delación, no pudiendo dedicarse más al cine. Muchos todavía le recordaron su traición cuando se le concedió el óscar honorífico en los años noventa. De todas maneras, obviando ese posible trasfondo exculpatorio, la película es un relato épico sobre la emigración, una sincera historia familiar llevada al cine, algo insólito en el cine norteamericano de aquel tiempo. Esta película se enmarca dentro de películas sobre la emigración como Surcos o Rocco y sus hermanos, pero sin cargar las tintas sobre los males de la ciudad y el paraíso perdido: a diferencia del falangista Nieves Conde y de Luchino Visconti, Kazan sí debió conocer, al menos por relatos familiares, el doloroso mundo que se dejaba atrás. Su peripecia fue auténtica y por ello, a pesar de sus exageraciones y calvarios, la película nunca pierde su aire de inocente aventura, sin necesidad de sermonear. 

El amigo armenio.

Las películas muchas veces trascienden a sus propios creadores y a su contexto: el relato de padecimientos y sacrificios para conseguir huir del horror, alcanzando un futuro mejor (al menos, parcialmente) es una historia completamente actual y necesaria, independientemente de quién fuese su autor y sus intenciones. Un espectador actual puede prescindir de ver en esta historia un canto al sueño americano; más bien puede ver en ella el reflejo de muchas historias anónimas actuales, condenadas a las mismas peripecias y a los mismos sacrificios. 


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