martes, 1 de abril de 2014

MIRONES

Me dispongo a continuación a publicar (y ampliar) una serie de artículos que escribí en la página Alguna idea? sobre fotogramas de cine. Esta fue la primera entrega: "Mirones".

El cine es un arte de la mirada.  No exclusivamente, claro está, pues también se compone de sonidos, diálogos y música. No solo es un arte que nos acaricia la córnea: también los oídos, y la cabeza, y el corazón.  Es sin duda el conjunto lo que nos aturde o nos embelesa. Pero principalmente es un arte de la mirada. ¿Qué otro arte nos permite entrar de lleno en otras vidas, entrar casi de hurtadillas para observar, desde una habitación oscura, limitándonos a ver, oír y callar (esto último solo algunos)? ¿Qué arte parece construido para la mirada del voyeur obsesivo, que se deleita en el placer de ver sin ser visto, sino el cine?

El cine se ha regodead en la pulsión escópica, muchas veces con placer malsano. En la pantalla se recrea, mediante la figura vicaria de un voyeur, el propio carácter de mirón del espectador cinematográfico. El fotógrafo de La ventana indiscreta no es más que un ejemplo del espectador pasivo que se "deja hacer" ante un espectáculo que se desarrolla ante sus ojos. Al igual que el mirón de Hitchcock, el espectador es incapaz de moverse de su butaca o del sillón de su casa, absorbido por un espectáculo que se desarrolla ante sus ojos. Un espectáculo del que no puede comtemplar todas sus partes y facetas. La mirada no es nada sin una imaginación fantasiosa que completa las partes oscuras, que traza las conexiones pertinentes entre esos fotogramas deslavazados, entre esas ventanas del vecindario a modo de viñetas de unas vidas esbozadas, a fin de crear un relato integrador y que dé sentido. El personaje del fotógrafo de Hitchcock se trasplanta, encarnado por un mismo actor, a Vertigo, pero también tiene otras encarnaciones en el asesino de Peeping Tom, el fotógrafo de Antonioni, empeñado en llegar a través de la fotografía a lo que el ojo no puede dilucidar, o el amante de Kieslowski. 

Blow up (Michelangelo Antonioni, 1965)

Satántangó (Béla Tarr, 1994)

No amarás (Krzysztof Kieskowski, 1988)
Mi tío (Jacques Tati, 1958)

Belle du jour (Luis Buñuel, 1965)

Bianca (Nanni Moretti, 1984)


Besos robados (François Truffaut, 1968)
En la ciudad de Sylvia (José Luis Guerín, 2007)

Buenos días, noche (Marco Bellocchio, 2003)
Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960)

La ventana indiscreta (Alfred Hichcock, 1954)

Moonrise Kingdom (Wes Anderson, 2012)
Terciopelo azul (David Lynch, 1986)

El quimérico inquilino (Roman Polanski, 1976)
La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006)
Peeping Tom (Michael Powell, 1959)

En la casa (François Ozon, 2012)


Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968)

Trainspotting (Danny Boyle, 1996)

Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958)

El mar (Agustí Villaronga, 2000)

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