Las críticas a la última película de Paolo Sorrentino, Parthenope, no han sido precisamente buenas. Podría decirse que la crítica ha sido un tanto despiadada. ¿Otra vez Nápoles? ¿Otra vez la bellezza? Las opiniones del público han sido dispares: odios y amores muy contrastados. La crítica y parte de los espectadores querían variedad, y Sorrentino no se la ha dado. Más bien les ha proporcionado un elixir concentrado de sorrentinismo. Sin embargo, a mí la película me ha gustado. Con matices, claro está. A los directores con un estilo visual muy marcado no se les perdona que se repitan en la trama de sus películas. Es algo que también le sucede a Wes Anderson.
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La primera mujer en el cine de Sorrentino. |
Mi interés por el cine de Sorrentino ha ido creciendo con el tiempo. Si bien es cierto que he visto prácticamente todas sus películas (menos la primera y Loro), su cine al principio me parecía artificioso y en exceso deudor de Fellini, hasta llegar al punto de considerar a La Grande Bellezza y La juventud plagios sofisticados de La dolce vita y Ocho y medio, respectivamente. Además, tenía la impresión de que Sorrentino centraba su atención en algo que solo podía conocer de oídas: la senectud. Todo ello no impedía, claro está, que consumiese sus películas con bastante placer, y que algunas de ellas, como Il Divo, figurasen entre mis preferidas. Mi impresión comenzó a cambiar con È stata la mano di Dio. A pesar de sus defectos, la película ya hablaba de algo que conocía de primera mano. Esa misma sensación de sinceridad he notado en Parthenope, aunque los elementos autobiográficos estén aquí claramente atenuados.
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Solo en pocas ocasiones se cuela en las imágenes la Nápoles real y no la de tarjeta postal. |
¿De qué va Parthenope? Por primera vez, Sorrentino centra su atención en una mujer, la napolitana Parthenope (Celeste Dalla Porta / Stefania Sandrelli), siguiendo su periplo vital desde su nacimiento en 1950, hasta su jubilación en 2023. La película se centra fundamentalmente en sus años de juventud, durante los años setenta: con sus primeros amores, sus años universitarios y el titubeante paso hasta encontrar su propia vocación. Una trayectoria no exenta de dolores y renuncias. Y a partir de aquí, vienen los spoilers.
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Un anuncio de colonias. |
Parthenope puede dividirse en dos mitades: una primera, que dura aproximadamente los primeros cuarenta minutos, que tiene su clímax en las vacaciones estivales de 1973, con Parthenope, su prometido Sandrino (Dario Aita) y su hermano Raimondo (Daniele Rienzo) en Capri. La segunda mitad de la película, más larga, más dispersa quizá, pero menos mostrada como un aparatoso anuncio de perfumes, se centra en las consecuencias de esos días. Nada vuelve a ser igual y Parthenope busca un camino propio, algo titubeante. Parthenope va entrando y saliendo de varias escenas, de varios contactos con determinados personajes extremos, con la única presencia sólida y reconfortante del profesor Marotta (Silvio Orlando), quizá el segundo gran personaje de la película.
La primera parte tiene como núcleo principal el amor casi incestuoso de Raimondo por su hermana. Un amor que, en un segundo visionado, no parece tanto dirigido hacia la hermana como hacia Santino, el prometido de ella. En esta segunda lectura, no tanto centrada en el incesto como en cierta homosexualidad reprimida, influiría el paralelismo en las escenas de Capri entre Raimondo y John Cheever (Gary Oldman), escritor alcohólico y homosexual. John Cheever lo sigue con la mirada, como si viera en él un reflejo de su propia juventud: y Raimondo ve en él un presagio de su futura vejez, decrépita e inconsolable. Ya sea tanto una cosa como la otra, el amor entre Santino y Parthenope, del que Raimondo se siente excluido, propicia la catástrofe. De nuevo, una pérdida de un familiar directo en el cine de Sorrentino (de nuevo, el drama autobiográfico).
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Una relación a tres que acaba mal. |
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La mirada del futuro. |
La segunda parte, construida al modo de las viñetas fellinianas, es la que más atrajo mi atención. La trama se disuelve, bien es cierto, pierde consistencia y se diría que la película no sabe a dónde va, entre tanto personaje excéntrico. Estos se suceden, distrayendo a Parthenope de la culpa que ha dejado tras de sí la ausencia del hermano y la desafección con la propia familia. Así pues, vemos a la formadora de actrices Flora Malva, que se cubre la cara para ocultar los estragos de cirugías estéticas fallidas; luego, la diva Greta Cool (¿trasunto de Sofia Loren?), chabacana y deslenguada; más tarde, el mafioso Roberto Crusciolo (¿trasunto de Luigi Giuliano?), mostrado como una especie de benefactor del pueblo; finalmente, el libidinoso cardenal Tesorone, difícilmente diferenciable de un prototipo berslusconiano de macho italiano. En todos estos encuentros, Parthenope se pierde, se difumina. Podría decirse que no conocemos de Parthenope más que su innata curiosidad. El único personaje realmente apreciable, no caricaturizado en todo este carrusel de máscaras, es el del profesor Marotta. El personaje que realmente marca el destino de Parthenope, el único personaje de toda la película que no juzga a Parthenope por su belleza, sino por su intelecto y curiosidad.
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La relación paterno-filial entre el profesor Marotta y Parthenope. |
Entramos así en uno de los temas más polémicos de la película, la misoginia. La cámara, que es la mirada de Sorrentino, se recrea en la belleza de Parthenope. La exploración de su belleza es morbosa, aunque pudorosa al fin y al cabo. Algunos han visto en ello una muestra de la misoginia y el machismo de Sorrentino. No es algo nuevo. Pero en esta película sí que se aprecia un intento de Sorrentino de desligarse de las miradas libidinosas y no inocentes que recibe la joven. Son varias las ocasiones en las que Sorrentino desenmascara a algunos babosos, como el empresario del helicóptero o el cardenal. No por ello lo hace de una manera clara y contundente, didáctica se diría, pudiendo a veces parecer que comparte con esos personajes el embrujo que ejerce sobre ellos Parthenope. De todas maneras, el retrato que ofrece de algunos personajes es tan radical, tan abocetado, tan exagerado, que difícilmente se puede pensar que la mirada de la puesta en escena es la mirada de los personajes.
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Una película sobre lo efímero de la juventud y el peso del pasado. |
Se ha dicho que Parthenope queda, finalmente, desdibujada. No la conocemos, a ciencia cierta. Sigue siendo un misterio (y en esa idea de mujer como misterio hay algo misógino de fondo, bien es cierto). Dos polos opuestos tiran de ella en la última parte de la pelicula: Marotta y Tesorone, el profesor y el cardenal. Ambos son dos versiones opuestas: uno es la razón, que oculta en realidad la emoción; el otro es la fe, que en realidad oculta la sensualidad. La misoginia está en uno de esos dos bandos, no en el otro. Uno no juzga a Parthenope (a cambio de no ser juzgado él por su secreto, cuyo desvelamiento constituye uno de los momentos más mágicos de la película); el otro, en cambio, conoce a Parthenope, sabe lo que piensa, o al menos tiene la impudicia de reconocerlo. Él si la juzga, la seduce, la embauca e incluso la somete a una exploración física, en otro de los momentos más perturbadores, extraños y fellinianos de la película.
En cuanto a la puesta en escena, poco que añadir. Sorrentino hace de Sorrentino, continuando con su estilo preciosista, recargado, plagado de travellings laterales y de imágenes muy construidas, con insertos de planos detalle a veces incongruentes, o que escapan a lo que sería el fluir normal de la escena, y que constituyen uno de los rasgos característicos de su forma de crear películas. Si bien estos rasgos aparecían algo atenuados en È stata la mano di Dio, producto de Netflix, aquí aparecen de nuevo con toda su fuerza y presencia, con la misma insistencia que en La Grande Bellezza, a riesgo de extenuar visualmente al espectador. Y en cuanto a la música, siempre un elemento perfectamente integrado en sus películas, esta vez recurre a una desgarrada canción de Riccardo Cocciante, que señala el momento climático de la primera juventud y que luego, ya en la vejez, la madura Parthenope recuerda como un ritornello amargo, que tiene que silenciarse en determinado momento, por todo el dolor que arrastra consigo.
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Imágenes muy construidas, como siempre. |
Es fácil detectar los defectos del cine de Sorrentino: pretenciosidad, barroquismo, superficialidad, misoginia, excentricidad, pedantería, artificiosidad. Se le pueden echar en cara, pero a Sorrentino, egocéntrico como todo artista, parece que le den igual. Es más, se diría que los asume como virtudes, y toda crítica le incita a aumentar todavía más estos defectos que, en parte con razón, se le achacan. Pero en el platillo opuesto de la balanza se encuentran la audacia, la imaginación, la empatía, la exposición desinhibida de su mundo personal, la emotividad y, aunque suene hueco decirlo, el sentido estético de la vida. Estas virtudes, que suelen definir a los artistas, no se suelen poner tanto en valor como deberían.
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